Las trituradoras de bebés pollito son una de las insignias de la crueldad de la industria alimentaria. Durante años los activistas han removido conciencias mostrando la realidad de estas masivas picadoras de crías. Con un nuevo invento esta práctica puede llegar a su fin.
El “genocidio” selectivo: los humanos liquidamos a entre 4 y 6.000 millones de pollos macho anualmente. Se hace porque no pueden poner huevos, pero también porque, en una industria donde se contabiliza hasta las horas que tarda el animal en crecer, son una desventaja, ya que tampoco se desarrollan con la misma rapidez que las hembras. Tradicionalmente sus restos se han empleado para la elaboración de piensos para reptiles y otros animales, pero son residuos sin suficiente competitividad.
El aborto de la gallina: había demanda por parte de la industria de deshacerse de este obstáculo en la carrera por la eficiencia, y una compañía científica alemana ha desarrollado una tecnología óptima. Así, y dado que la composición química dentro del huevo no es la misma dependiendo de si es macho y hembra, ahora podremos determinar el sexo sólo 9 días después de que se haya fertilizado: se agujerea la cáscara del huevo con un láser y se extrae parte del líquido contenido en él para analizar las hormonas sexuales.
Testando la eficacia en Alemania: la empresa, Seleggt, dice que con su tecnología son capaces de identificar correctamente y a gran velocidad el sexo de los polluelos con una precisión del 99%. Los supermercados del grupo Rewe ya se han comprometido a comercializar los primeros huevos segregados por el sistema en sus supermercados berlineses con la etiqueta Respeggt, es decir, respeto y huevo. Ah, y a un precio por unidad mayor.
Una mejor imagen para la industria: las asociaciones de animales llevan años pidiendo que en las etiquetas de las hueveras se pongan frases como: “advertencia: los pollitos machos son molidos vivos por la industria del huevo“. Un vídeo de 2015 protagonizado por un animalista israelí detuvo una máquina pulverizadora de pollitos y, cuando le detuvo un policía, el animalista le retó a que la volviera a poner en marcha. Son dos ejemplos de muchos. Este oscuro proceso les ha costado, además de molestias técnicas, muy mala prensa.
Y detrás, una falta de conciencia: aunque estos huevos de pollitos se vendan ahora con el valor añadido de ser más benévolos con los animales, lo cierto es que cada vez menos gente es activamente consciente de las consecuencias de nuestra producción alimentaria. La disociación y la evitación son los mecanismos en los que se basa este pilar, y ejemplo de su reinado está en que cada vez veamos menos cabezas o vísceras en el empaquetado de los productos cárnicos, o que proliferen los eufemismos ("solomillo" o "hamburguesa" en lugar de vacuno, "procesar" en lugar de "asesinar", "despellejar" o "desollar"). Y es lógico: con la hiperespecialización del trabajo y la vida en las ciudades cada vez menos gente ha estado en contacto directo con esta importante dimensión de nuestras vidas.
Ahora que, gracias al desarrollo, nos podemos permitir un mayor grado de refinamiento en la sensibilidad y en la moral, está por ver cuánto más podemos seguir tensando la cuerda para tolerar el consumo de carne.
Foto: Samdogs.