La industria del diamante ha comenzado a devorarse a sí misma vendiendo diamantes sintéticos

La industria del diamante ha comenzado a devorarse a sí misma vendiendo diamantes sintéticos
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Pocos materiales hallados de forma natural en el planeta condensan nuestra concepción de lujo y riqueza como el diamante. Desde su extracción y comercialización en masa a finales del siglo XIX, los diamantes se han convertido en piezas de extraordinario valor: carísimas, preciadísimas y, en teoría, escasísimas, su precio ha sido una constante al alza durante décadas. Un mercado infalible. Eso podría estar a punto de cambiar gracias a la venta del primer diamante sintético.

¿Qué ha pasado? Que De Beers, el antaño monopolio universal de la comercialización de diamantes, ha comenzado a hacer lo que siempre negó que haría: vender diamantes creados en un laboratorio. Las piezas no se diferencian en nada de los diamantes hallados en la corteza terrestre. Su composición química es idéntica (están compuestos fundamentalmente de carbono) y sus propiedades y aspecto no difieren en nada. Lo cual genera una gran contradicción en la industria.

¿Por qué? Porque si uno puede crear su propio diamante en un laboratorio su valor, su asociación indeleble al lujo por antonomasia, desaparece. De Beers comenzará a vender un cuarto de diamante por escasos 200 dólares, y la pieza completa por unos 800. El precio de un diamante encontrado de forma natural en una mina cualquiera se multiplica por diez. Producirlos es más barato (500 horas de laboratorio median, eso sí) y su aroma de exclusividad se desvanece. Son mera química.

¿Qué es un diamante? A mediados de la década de los años treinta, Mark Oppenheimer, el hijo del hombre que llevó a De Beers a la cima del monopolio mundial, se preguntó lo mismo. Por aquel entonces el diamante cotizaba a la baja. De Beers contrató a una agencia de publicidad estadounidense y diseñó la campaña de imagen más exitosa de todos los tiempos. Por primera vez, los anuncios, las apariciones en televisión, el apoyo implícito de las estrellas de cine no buscaba vender una marca, un nombre, sino un valor. Asociar el diamante al lujo y al romance.

Lo consiguieron, y décadas más tarde acuñaron el lema definitivo: "Un diamante es para siempre". Nada condensaba el amor, el lujo y lo valioso de la inversión como aquella frase.

¿Por qué cambiar? De Beers nació como un cartel del diamante en Sudáfrica (la etimología de su nombre no es casual) y mantuvo un control monopolístico del mercado hasta principios del siglo XXI. La entrada de nuevos competidores y cierta devaluación del diamante (siempre más caro que el propio oro, eso sí) quizá hayan conducido a la siguiente fase: el diamante sintético. Hasta ahora, De Beers había sido muy vocal y agresiva sobre la materia: jamás entrarían en ese juego.

¿Y ahora qué? Pero sí lo han hecho, iniciando el camino hacia la autodevoración. La industria del diamante depende únicamente de la percepción social que sus consumidores tengan de él. Es valioso porque se antoja exótico, extraordinariamente raro y especial. Son décadas de inversión en publicidad a sus espaldas. El diamante sintético pierde ese aura y se convierte en un objeto bonito, sin mayor valor. De Beers lo sabía, pero de momento no quiere llegar tarde a ese mercado.

Imagen | Nick Ansell/AP

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