Pocos hitos deberían enorgullecer tanto a la especie humana como el aumento constante, paulatino y universal de la esperanza de vida. Si en 1950 el humano medio podía aspirar a vivir poco más de 45 años el día de su nacimiento, hoy la cifra se ha disparado por encima de los 70. Se trata de uno de los acontecimientos más definitorios del enorme progreso material alcanzado por la humanidad durante el último siglo y medio. Uno que, en el camino, ha traído una consecuencia indeseada.
La demencia como un problema de primer orden.
Aumento. Lo ilustra este artículo de The Economist. A día de hoy alrededor de 50 millones de personas sufren algún tipo de demencia. Se espera que para 2030 el número supere los 80 millones; y que para mediados de siglo esté por encima de los 150 millones. En tres décadas, el número de personas aquejadas por algún tipo de deterioro cognitivo (alzheimer, principalmente, ya que representa en torno al 60% o al 80% de los casos) se triplique. Es un problema latente y al mismo tiempo urgente.
Inmediato. Por un lado, el reto es inmediato. El alzheimer ya se cuenta entre las diez patologías más mortales del mundo, año tras año. En los países más desarrollados, aquellos cuya población está más envejecida, el alcance del problema es descomunal. Sólo en España hay más de 1,2 millones de personas diagnosticadas, y se cree que en torno al 40% de los casos vuelan bajo el radar. Esto plantea enormes exigencias en materia de cuidados. Exigencias que requieren de financiación y personal.
Si algo ilustra el reciente confinamiento, es que los estados no están lo suficientemente preparados.
Irremediable. Por otro, irá a más en el futuro. Sin que podamos hacer demasiado para evitarlo. La principal explicación al aumento de la demencia en todo el mundo es el crecimiento de la esperanza de vida, muy en especial en los países en vías de desarrollo. Si hoy los estados ricos (menos poblados) y los menos desarrollados cuentan a similar número de enfermos (unos 30 millones de personas), en el futuro la población de los segundos se multiplicará por tres.
Más lento. No todo son malas noticias. La demencia está creciendo y seguirá creciendo durante las décadas venideras, pero lo hará cada vez más lentamente. Un reciente estudio ha observado un descenso del 13% interanual en la tasa de crecimiento de la enfermedad. Los investigadores creen que la tendencia se mantendrá en el futuro, reduciendo el impacto de la demencia y los deterioros cognitivos en torno a los 60 millones de personas. ¿La razón? Vivimos más y con más salud.
Junto a la edad, el desarrollo del alzheimer y otras patologías está condicionado a nuestro modo de vida y a nuestra salud durante los años pre-seniles. Ambos están mejorando: fumamos menos, hacemos más deporte, nos cuidamos más, contamos con tratamientos preventivos y la medicina moderna controla más nuestros problemas cardiovasculares, entre otros factores. Todo ello reduce el riesgo de demencia, amén de los tratamientos, cada vez más efectivos.
Reto. En cualquier caso, es un problema de fondo que todos los países tienen que afrontar. En torno al 8% de las personas mayores de 60 años sufren demencia, y cada vez hay más y más personas sobre ese umbral de edad. Los enfermos necesitan cuidados (en el hogar o en centros de día o permanentes), y los cuidados cuestan dinero. ¿Cómo financiarlo, cuando los estados ya tienen dificultades para dotar de un presupuesto generoso a sus sistemas sanitarios?
Japón, como en casi cualquier cuestión relacionada con el envejecimiento de la población, tiene una respuesta. Desde el año 2000, los mayores de 40 años deben sufragar un seguro médico especial destinado a asistir a las personas mayores de 65% años con necesidades especiales. La cuantía del impuesto varía, pero se ubica en torno al 2% de la renta. Alrededor del 17% de su abundante población anciana (35 millones) se beneficia del programa, que pese a todo no es autosuficiente a nivel financiero.
Aquí. España, aquejada de un envejecimiento agudo de su población, deberá plantearse el debate pronto, y otros países europeos seguirán su camino. Las circunstancias no son las idóneas para colocar la cuestión en el centro del debate público. El descomunal problema de las pensiones y la infradotación de los servicios sociales van por delante en materia generacional y de cuidados. El año pasado, el gobierno dio el visto bueno al Plan Nacional de Alzheimer, pero aún no ha sido dotado a nivel presupuestario.
Sus limitaciones son ilustrativos del complejo escenario político que plantea el aumento de la demencia. Un problema insoslayable, pero al mismo tiempo de fondo, soterrado, no prioritario en la agenda pública.
Imagen: Steven HWG
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