Puedes encontrar referencias a este fenómeno en los entornos académicos como inmovilidad tónica. En el psicológico, como disociación o sideración si lo que se usan son manuales de psicoanálisis. A nivel coloquial es a lo que se refieren infinidad de supervivientes de una agresión o un abuso sexual cuando dicen que se quedaron congeladas o en shock, que se sentían fuera de sí o que simplemente desconectaron de sus actos esperando que todo acabase.
¿Cómo funciona la inmovilidad tónica?
Según la psicología, la perspectiva de una violación es uno de los eventos más traumáticos a los que puede tener que enfrentarse a una persona, dado que es un ataque directo al sentimiento de seguridad de quien lo sufre y del que en muchas ocasiones deriva en una afectación en sus estructuras psíquicas. De ahí que se perciba como situación de alerta. La misma inmovilidad o disociación le puede sobrevenir a las víctimas de robos violentos o de catástrofes naturales.
Primero, nuestra amígdala, un órgano crucial en el circuito de miedo de nuestro cerebro, detecta un ataque y envía señales al tronco encefálico para inhibir el movimiento. Es algo que sucede repentinamente y contra lo que no tenemos nada que hacer.
A continuación nuestro organismo se sumerge en un estado de vigilancia extrema, ya que la amígdala dispara respuestas aunque no seamos conscientes de ellas. Nos sudan las manos, se dilatan nuestras pupilas y se agudiza el oído, pero también nuestro cerebro busca las salidas de la habitación o recoge si se oyen personas alrededor.
Pero, simultáneamente a toda esta preparación para reaccionar ante el peligro, se puede producir una respuesta de congelación. Eso ocurre cuando también una oleada de sustancias químicas de estrés llegan a la corteza prefrontal del sujeto, allí donde se produce nuestro pensamiento racional. Esos químicos deterioran nuestra capacidad de raciocinio y no nos deja actuar como nos gustaría. Consecuencia: adormecimiento, aturdimiento, pasividad, rigidez de los miembros... y en los casos más extremos un colapso involuntario que hace que simulemos estar muertos. Todo esto no es más que la consecuencia fisiológica de un episodio de estrés.
Es parte de nuestra naturaleza por hacer evolucionado como presas y no como depredadores, y es el mismo proceso cerebral que sufren los ciervos que vemos que se quedan congelados delante de un coche o el conejo que sale de su madriguera, ve delante de sí un zorro y se queda quieto esperando que el animal no lo detecte.
Pero, como hemos señalado, aunque nuestra parte racional esté bajo mínimos no lo está el resto del cerebro. Por eso mismo muchas víctimas de ataques sexuales procesa y acumula todos los estímulos de la experiencia para ser analizados en el futuro. Esto tiene como consecuencia que las mujeres que se congelan durante una agresión sean más proclives a sufrir estrés postraumático, a revivir el episodio con nitidez meses o incluso años después y a mortificarse por no haber hecho “nada” para evitarlo.
Otro grupo proclive a sufrir estos episodios de parálisis es el de los soldados de guerra. Gente que se tiene que enfrentar a circunstancias de violencia y muerte extrema donde la supervivencia inmediata consistirá en la aplicación de un juicio racional no al alcance de todos. Es por esto mismo que el entrenamiento en combate es mecánico y repetitivo, de forma que las respuestas se conviertan en algo próximo a un acto reflejo donde, aunque la parte racional se colapse, se pueda echar mano de ese cerebro reptiliano y de los hábitos adquiridos mediante entrenamiento.
Así como las víctimas de violación, los combatientes son otro grupo que sufre en enorme proporción los males del estrés postraumático.
El tema es un poco más complejo porque nuestra corteza prefrontal ha evolucionado a la par que la amígdala, llegando a regularse mutuamente y haciendo que situaciones que no son de peligro inminente para nuestras vidas nos provoquen miedo (que nuestro jefe nos insulte) y causando también que algunas personas utilicen mejor su parte racional ante eventos catastróficos. Baste con saber que es algo que nos puede ocurrir y que dependerá mucho de la situación y de la persona.
Entonces, ¿cuántas víctimas de violación lo sufren?
Es difícil de precisar, dada la compleja naturaleza de diagnóstico a hechos posteriores. Estudios norteamericanos de los años 70 y 80 mostraban que entre un 12 y un 50% de las víctimas habían reportado encontrarse “inmóviles” durante la agresión y no haberse resistido físicamente de ninguna manera. El 37% de las mujeres citó textualmente haberse sentido “paralizada” o “bloqueada” en algún momento durante su violación. En un reciente estudio noruego el porcentaje de mujeres que declaró haber sufrido síntomas de inmovilidad tónica era aún mayor, un 70% de las víctimas de abusos.
Por todo esto es difícil señalar un porcentaje preciso de mujeres que se paralizan durante esta situación de peligro, pero sí puede afirmarse que se trata de un porcentaje lo suficientemente significativo como para ignorarlo.
Es fácil acotar el entrenamiento de superación de la inmovilidad tónica al cuerpo militar, pero cuando hablamos de violaciones obviamente no se trata de lo mismo. Las víctimas de violación o abusos sexuales se comprende estadísticamente en un 90% de mujeres y un 10% de hombres, casi siempre sujetos en edades muy tempranas, y comprendiendo todos ellos un 7.4% de la población general para el caso de España. ¿Deberíamos entonces entrenar a toda la ciudadanía en tácticas de desbloqueo mental en situaciones de asalto sexual?
No sabemos si es el caso de La Manada
No podemos afirmar que C. viviese un episodio de inmovilidad tónica. Sí sabemos que en el vídeo se la ve adoptar un rol absolutamente pasivo, que aparecía "embotada" y que los jueces dan por buena toda su versión oral de los hechos salvo algunas menores contradicciones en su testimonio. Entre esas declaraciones la víctima dijo en varias vistas encontrarse "en shock" durante el encuentro con los acusados y haberse sentido "intimidada", en una situación de peligro al entrar en el portal y ver que la salida de aquel angosto espacio estaba bloqueada por los cuerpos de sus abusadores. Dijo que no era del todo consciente de lo que pasaba y que se dejó hacer.
En el juicio los peritos psicológicos aportaron un examen en el que se probaba de forma meridiana que la víctima presenta diversos síntomas de estrés postraumático posterior al encuentro con La Manada. La joven declaró también haber tenido pensamientos de arrepentimiento y de culpa por no haber hecho nada por evitar lo que le sucedió.
Pese a ello, nada de esto prueba que la sobreviniese esa inmovilidad involuntaria. La mujer podría haberse abstenido de mostrar cualquier iniciativa durante el acto sexual por un juicio elaborado bajo pleno uso de sus facultades mentales, pese a que después sintiese arrepentimiento de haber optado por esta actitud.
La aparición de estrés postraumático suele ser una señal psicológica que confirma haber sufrido inmovilidad tónica, existiendo una variación más leve de este trastorno denominada reacción de estrés agudo y que sólo dura unos días o unas semanas. Al diagnosticar cuadros tanto de estrés agudo como en el postraumático lo que se busca es confirmar que la persona sufrió una segregación extraordinaria de químicos que deterioró el juicio de la persona durante el acto en cuestión.
La vía del reconocimiento jurídico
Como podemos imaginar, comprender esta realidad nos ayuda a evitar los juicios condenatorios hacia esas víctimas que cuentan haberse sentido paralizadas durante su abuso. Sigue enquistada en la cultura popular la creencia de que sólo existe una agresión sexual si se produce un daño físico sobre la víctima, de que el agravio sólo puede darse si la mujer intentó cerrar con suficiente fuera sus piernas.
Los tribunales reconocen la posibilidad de esa paralización de la víctima. De hecho, y ateniéndonos al mediático caso que ha usurpado la atención esta semana, hay expertos jurídicos que han citado jurisprudencia del Tribunal Supremo por la que se ha condenado en España a agresores de agresiones sexuales sin que hiciese falta que la víctima mostrase una "resistencia heroica".
El problema es, sin embargo, esa probación de que los agresores han intimidad o utilizado violencia. Si una mujer, como parece ser el de la víctima de Navarra, se bloquea y no es capaz de decir "no", los acusados no realizarán subsecuentes amenazas explícitas, por lo que en algunos casos no se puede demostrar que exista una suficiente intimidación. Si sufres "sideración" no existe "el acto de amenaza o de fuerza física que paraliza los movimientos de la víctima".
Por suerte, en España cada vez más jueces comprenderán estos hechos, lo que en última instancia podría motivar un cambio en la jurisdicción. En 2008 se creó en el seno del Consejo General del Poder Judicial un Foro de Igualdad y, desde entonces, los jueces españoles reciben formación multidisciplinar sobre igualdad y violencia de género, obligatoria para los titulares de juzgados especializados (aunque no es obligatoria en el resto de casos).