Se les pueden llamar tres actos clásicos, camino del héroe, guión prefabricado, arquetipos...
Hay muchas formas de referirse a esos marcos narrativos por los que discurren la inmensa mayoría de nuestras historias, desde el último blockbuster al primer cuento que un cavernícola le debió contar a sus semejantes al calor de una hoguera. Los literatos de todas las épocas llevan milenios analizando y precisando esos patrones universales de las historias que nos emocionan, de esos circuitos inherentes a nuestra forma de entender el mito de los que no podemos desprendernos.
Hoy nos referiremos al escritor de ciencia ficción Kurt Vonnegut y a la Inteligencia Emocional creada por los estudiosos de la Universidad de Vermont en Burlington, Estados Unidos. Ambas fuentes tienen algo en común: han defendido que todas las historias jamás contadas siguen las mismas curvas emocionales. Entre ocho y cuatro, en concreto. Vonnegut creó en los años 90 una tesis completa respaldando su teoría, y creía que los ordenadores del futuro serían capaces de poner negro sobre blanco todas aquellas “sencillas” y “preciosas” líneas emocionales narrativas.
Así fue. En 2016 y después de años de trabajo mediante técnicas de minería de datos analizando una base con casi 2.000 obras en inglés, unos investigadores matemáticos vieron que había “un conjunto de seis trayectorias principales que forman los elementos básicos de las narrativas complejas".
Son estas:
1) Un aumento constante y continuo de la emoción, como en la historia de alguien que pasa de la pobreza a la riqueza (por ejemplo, el cuento de Alicia de Lewis Carroll).
2) Un declive continuo de las emociones (tragedia al estilo de Romeo y Julieta).
3) Un bajón y después un subidón (historias de superación, o el "hombre que cae a un pozo y logra salir").
4) Una subida y luego una caída (el mito griego de Ícaro).
5) Alza-declive-alza (La cenicienta).
6) Caída-subida-caída (tragedias tremendas, como Edipo).
Estos resultados los lograron asignando unos valores de neutralidad, felicidad o tristeza a las palabras y analizando la prevalencia de las mismas según su posición en los textos. Lo llamaron "hedonómetro" y nos ha dejado también una divertida base de datos en la que consultar las películas más "felices" y más "tristes" de la historia, como puedes ver aquí.
2.000 libros lo corroboran, somos adictos a comer perdices
Pero volviendo con el experimento: en resumen, se apreciaba una especial querencia por los cuentos que se movían en torno a dos ejes, el de comienzo y final y el de buena y mala suerte, como había previsto Vonnegut. De sus intersecciones, estas seis posibilidades. Había por supuesto muchos libros que seguían otras curvas, más complejas, pero estas son las unidades narrativas mínimas y más frecuentes en nuestro entorno, al menos en lengua anglosajona.
Según esta misma teoría, y en base a cuáles de todas estas historias eran más populares (qué ficciones de la lista acumulaban más lectores), también se pudo reconocer cuáles son las narrativas que nos resultan más agradables. Ícaro, Edipo y "el hombre que cae en un pozo" se erigieron como las preferidas, y siendo aún más concretos el sumun del paladar universal son las historias que incluyen dos curvas de hombre-en-pozo secuenciales y un arco de Cenicienta seguido por una tragedia. Amamos especialmente el drama y las historias de superación.
Tal vez por eso mismo Vonnegut, que lo reconoció, llamaba a la historia de la Cenicienta "la historia más popular de la civilización Occidental". No deja de ser el mismo esquema que el del mismísimo Nuevo Testamento, y en palabras del escritor, "cada vez que vuelve a contarse, alguien gana otro millón de dólares".
Funcionaría así: alguien en apariencia anodino (el joven Jesús, Peter Parker, una estudiante desubicada) descubre algo increíble en su vida (tener superpoderes, conocer a un vampiro que brilla), llega al punto más bajo de su historia (acabar crucificado, perderlo todo frente al Duende Verde, romper con el novio) y termina subiendo en la curva emocional hasta un punto aún más arriba que el que vimos páginas atrás (resurrección, salvar la ciudad, la promesa de una boda).
Todo esto son las primeras pruebas empíricas sólidas de la existencia de curvas básicas de narración, el fin de las intuiciones acerca de esos arcos narrativos gracias al trabajo computacional de una IA.
Un robot para entretenernos a todos
En estos últimos tiempos estamos viendo cada vez más experimentos tecnológicos para intentar alcanzar con rigor científico la creación artística perfecta en su sentido funcional. La fórmula algorítmica de la piedra filosofal, por así decirlo, que nos evite la imperfecta influencia humana en el proceso de creación.
Así como en el libro 1984 ya se habían imaginado máquinas capaces de crear canciones perfectas para las masas, hay decenas de ingenieros de sonidos que defienden que nuestra música mainstream actual está poseída por esos mismos principios (este año, por cierto, es el primero que ninguna de las letras de las canciones del top Billboard estaba compuesta por un único creador, sino por al menos dos personas). Los guiones cinematográficos probeta o de estudio, como también los llaman, han ido alcanzando algunos hitos que nos permiten apreciar que muchas de las películas más populares son la misma historia por diferencias de cuestión de segundos.
Las inteligencias artificiales ya están participando en procesos de escritura de guiones y de confección de poesías románticas. En Japón el texto de una IA consiguió pasar por sí misma la primera ronda de selección de un concurso de escritura literaria. Pero tal vez no deberíamos asustarnos. Puede que sí existan los patrones áureos, que se escondan tras un montón de cómputos matemáticos. Como decía el escritor de Matadero 5, el ser humano se rinde ante estos esquemas una y otra y otra vez.
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