Pese a su célebre carácter volcánico, las Islas Canarias no registran erupciones de importancia con regularidad. La Palma es un buen ejemplo: el último volcán que interrumpió el sueño de sus habitantes, el Teneguía, estalló hace cincuenta años. Con anterioridad otros habían causado más o menos quebrantos (desde una erupción observada por Colón en sus viajes americanos a finales del siglo XV hasta el rugido del Chinyero, en Tenerife, en 1909), pero siempre desde la excepcionalidad.
Quizá por todo ello la espectacular erupción del Cumbre Vieja en la isla de La Palma haya acaparado la actualidad informativa y la atención de millones de telespectadores. Siempre con intriga y preocupación. Al menos lejos del archipiélago.
Porque si en la península la interpretación de los hechos ha sido contrita y consternada, en Canarias, al menos si atendemos a lo viralizado durante las últimas horas en las redes sociales, la reacción ha sido más bien cotidiana. Como si un volcán estallara cada medio año en el archipiélago, los vecinos de La Palma han observado los fogosos acontecimientos de Cumbre Vieja como un mal menor al que conviene no prestar demasiada atención. Los volcanes, en una isla volcánica, despiertan. La vida sigue.
Se ha producido así una doble experiencia de los hechos: por un lado la (comprensiblemente) alarmada al otro lado de la pantalla; por otro, la conviviente al pie del volcán. Nada de esto relaja la gravedad de la erupción: el Cumbre Vieja ha obligado a evacuar a más de 5.000 personas (en una isla de apenas 80.000) y va a causar infinidad de daños materiales, si acaso por el daño en las infraestructuras bien visible en otros vídeos. Al menos un centenar de personas corren el riesgo de perder su vivienda, o una parte de ella. Dos lenguas de lava arrasando todo lo que encuentran a su paso ladera abajo siempre deben ser motivo de consternación.
Pero quizá por ello y por la imposibilidad de hacer nada al respecto, muchos canarios han optado por la resignación. Con cierto gracejo. A la lava, buena cara. Algunos ejemplos:
El volcán amenaza a unos pocos metros. Un señor canario: "Hay tiempo de comer sin problema"
¿Cómo describir la magnitud de lo sucedido? "Cacho taponaso que acaba de mandar"
A un turista: "Ah, ¿te ha pillado? Bueno, pues mira, unas vacaciones diferentes?"
"El volcán está ahí mismo, petando, y esta señora ahí tomando el sol tranquila. Suave, como si nada"
Una reportera profundamente consternada por la erupción: "Yo voy a mear"
El tipo optimista: "Nada, pero esto a lo mejor es un suspiro. El gordo va por otro lado"
"No tenía otro sitio".
Otra precisa descripción gráfica de una reportera: "Sentimos a nuestra espalda un piponaso"
Paseando tranquilamente por el interior de tu AirBnb mientras el infierno se adentra por el jardín
Vecinos de La Palma: "No será para tanto". El volcán:
Es posible diferenciar al reportero peninsular del canario cuando un repentino temblor sacude La Palma
El peninsular:
Devolvemos la conexión al Monte del Destino
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