Cuando la penicilina empezó a utilizarse durante los años 40 parecía un regalo del cielo. La guerra y la posguerra eran sinónimos del dolor, heridas, infecciones y muerte. Pero el antibiótico tenía una capacidad revolucionaria para darle la vuelta a todo lo que sabíamos sobre medicina. Sin embargo, no había para todos.
En aquellos años y "a pesar de los esfuerzos por aumentar el rendimiento de los cultivos, se necesitaban 2.000 litros de fluido de moho para obtener suficiente penicilina para tratar un solo caso de sepsis". Eso la convertía en algo excepcionalmente valioso. Pero lo más curioso no era eso, lo más curioso es que la mayor parte la estábamos desperdiciando: en el pis.
En torno del 95 por ciento de toda la penicilina que se administraba era excretada por la orina en perfectas condiciones. Normalmente, cuatro horas después de consumirla. Esto, aunque no lo parezca, resultó ser una excelente noticia: debido a su particular farmacodinámica se podía extraer de la orina cristalizada. La de vidas que podían salvar los orinales...
Non olet
Y es que está feo que lo diga, pero la orina es algo maravilloso.
Ya en la Antigua Roma, la orina era tremendamente apreciada y toda la que se recogía en las letrinas públicas solía aprovecharse con fines industriales. Curtidores y lavanderos la usaban para adobar los cueros o blanquear las togas.
De hecho, hay una anécdota muy conocida precisamente sobre esto. El emperador Vespasiano, que gobernó durante una década a finales del siglo I, se dio cuenta de que el dinero se le estaba escapando por el retrete e impuso un impuesto a la Cloaca Máxima.
Desde ese momento, los artesanos necesitaban pagar al erario público por usar los orines de sus conciudadanos. Y, claro, la cosa se puso tensa. La polémica llegó a tal punto que Tito, el hijo de Vespasiano, le echó en cara que tratara de sacar dinero de la (por lo demás, magnífica) red romana de letrinas.
El emperador cogió un puñado de monedas y le preguntó si le molestaba su olor. Tito lo negó y Vespasiano respondió "Pecunia non olet". El dinero no huele. Una máxima que han hecho suya innumerables hombres de negocios de pasado tan turbio como la orina misma. Pero no nos desviemos. El pis fue, durante siglos, perfecto para hacer dinero.
Una fuente inagotable de recursos ocultos en nuestra orina
Sin llegar a los excesos de Henning Brand, un alquimista germánico obsesionado con encontrar la relación (obvia para él) entre el orín y el oro. Lo cierto es que la orina era una fuente rápida de amoniaco, fósforo o pasta de dientes. Catulo, el poeta satírico romano, tiene un poema en el que habla sobre la blancura de los dientes de los hispanos.
Era duro ser hispano en aquella época. Pero más duro era ser romano: la orina de la Lusitania se cotizaba a precio de oro en los mercados de la metrópolis italiana.
Más tarde, la orina fue fundamental para fabricar pólvora. Los elementos para hacerla eran fáciles de encontrar: cosas como carbón o sulfuros. Por ejemplo, antes de emprender la conquista del Imperio Azteca se cuenta que los hombres de Cortés subieron al volcán Popocatépetl para obtener el azufre necesario. Pero había una cosa que no se podía sintetizar (y que no se sintetizó hasta hace unas décadas), el nitrato de potasio. Por suerte, con la orina y algún que otro componente propio del abono se podía conseguir.
Aprendimos cosas y dejamos de usarla
Nuestras habilidades para la síntesis orgánica han hecho que la orina haya perdido su valor, pero aún hoy encontramos numerosos grupos de investigación que la usan para elaborar nuevos tratamientos. No es para menos, el orín es uno de los biofluidos más interesantes y complejos que existen. David Wishart, de la Universidad de Alberta, se ha dedicado toda su vida a este líquido y ha encontrado casi 3.000 metabolitos distintos en ella.
La Base de Datos del Metaboloma de la Orina es una catedral dedicada al conocimiento científico de la orina que reúne todo lo que sabemos sobre metabolitos, concentraciones y enfermedades. Un líquido que ha tenido un papel clave en el desarrollo de la civilización humana y en la transformación de la naturaleza.
Y que lo sigue teniendo, los biólogos marinos llevan años preocupados por el efecto que tienen los productos químicos que vertemos a través de nuestra orina sobre el comportamiento de los peces y otras especies que viven bajo del mar. Se habla, por ejemplo, de la infertilidad que están provocando las trazas de las píldoras anticonceptivas.
Con los residuos de la orina ocurre algo parecido a la situación de los montes y bosques de las sociedades industrializadas: la gestión de los mismos (sobre todo cuando había grandes concentraciones) dependía de la capacidad para monetizarlo. De ahí que ahora estén 'descontrolados' y que muchos expertos empiecen a proponer la necesidad de controlar ese tipo de residuos. Todo (como las hombreras) acaba por volver y a veces (no como con las hombreras) es buena idea.
Imágenes | francoiskarm
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