Sí, si tú también eres uno de los que cree que ha gestado alguna de sus mejores ideas junto a unos cuantos botellines con un grupo de amigos, este artículo es para ti. El investigador Michael Andrews, doctor de economía por la Universidad de NorthWestern, ha encontrado la mejor forma de constatar empíricamente cómo de importantes son nuestros bares para el avance de la sociedad: analizando el efecto de la prohibición del alcohol en las grandes y pequeñas ciudades estadounidenses con la llegada de la Ley Seca.
Al parecer la literatura académica ya ha cuantificado en varias ocasiones la influencia de las conexiones formales, ya que es más fácil recabar los datos de innovación en entornos controlados, como son las reuniones laborales o los encuentros entre profesionales de una industria. Pero hasta ahora, según Andrews, a nadie se le había ocurrido cómo cruzar información para poder apreciar por qué intuimos, y mil anécdotas atestiguan, que es cuando estamos relajados y no hay intercambios forzosos cuando surgen algunas de las mejores ideas.
Pero antes, un poco de contexto:
A finales del siglo XIX empieza lo que se conoce como la era de la “democratización de la invención”. Crear ya no era una tarea exclusiva para los aristócratas, sino algo también disponible para cualquier ciudadano, independientemente de su clase. Cualquiera podía poner sobre la mesa y en la oficina de patentes la última novedad revolucionaria.
El objeto de estudio son los saloons, o bares. Como describe Andrews, agujeros infectos fuertemente masculinizados donde los hombres se ponían agresivos y se deshacían las rigideces sociales. Según el investigador, en esta época en Estados Unidos se bebía más de lo que se ha bebido antes o después en ningún otro momento de la historia, y más aún en las urbes industrializadas, con una importante masa obrera, mucha de ella inmigrante, y una gran mezcolanza de ideas.
El Movimiento por la Templanza era, como sabemos, uno fuertemente promovido por los grupos que no eran bienvenidos en estos espacios, curas y mujeres. Más allá de la cuestión moral, es comprensible: además de que muchos hombres se dejaren los ahorros de la familia en la taberna y de que la violencia intrafamiliar estaba en máximos, circulaba lo que se conocía como la “sífilis de la inocente”. Esposas que quedaban infectadas por esta ETS porque sus maridos habían hecho algo más que beber cerveza. Otra función de los bares, como ahora, es que eran sitios de fuerte movilización política. Por eso, cuando las clases privilegiadas vieron que podrían beneficiarse del cierre de estos lugares, apoyaron la doctrina abstemia.
Sea como fuere, la prohibición del consumo de alcohol entró primero como elección estatal y después como imposición nacional. Esa diferencia de plazos de implementación de la medida ayuda a Andrews a comparar los estados donde la implantación fue más orgánica (estados "secos") y dónde fue una abrupta imposición (estados "húmedos") que limitaba la vida social de sus gentes. Dónde los ciudadanos se fueron acomodando a buscar nuevos espacios de socialización y dónde se encontraron de la noche a la mañana sin ningún sitio al que ir después del trabajo.
Y por eso el impacto de la pérdida de lugares de intercambio de ideas son los primeros años, cuando el pueblo aún tiene arraigada la costumbre de la taberna como punto de encuentro y no ha encontrado alternativas.
Sin cerveza el pueblo pierde la cabeza
Al meollo: el impacto de esta limitación en la creatividad regional tuvo un efecto directo de un 15% menos de patentes que se agravaba cada año hasta estabilizarse después de tres años desde que llegó la prohibición. Ese 15% es una media ponderada, ya que los resultados varían, según el autor, entre un 6 y un 18% menos de patentes por año, dependiendo de la muestra de los datos usados.
Para evitar un posible error entre correlación y causalidad, el investigador ha cruzado los datos también para constatar que las innovaciones perdidas no estaban vinculadas al ámbito alcohólico o de restauración nocturna. No, no es que se dejasen de crear patentes del bebercio, sino que los hombres estaban menos creativos en general.
Otra prueba de que se trata de una disrupción relacionada con las reuniones informales y los puntos de encuentro es, precisamente, la brecha de género. Esa disminución de inventiva afectó exclusivamente al número de inventos patentados por hombres, los asistentes a los bares, mientras que el número de patentes de mujeres se mantuvo estable en todo ese período, pues ellas no perdieron ese espacio de socialización.
La conclusión de este trabajo no es que beber aumente la creatividad, (entonces la cultura árabe no habría evolucionado jamás y España o Rusia habrían dado nacimiento a una revolución cultural), sino que las conocidas como reuniones informales tienen una importancia real y medible que todas las economías que quieran fomentar el i+d nacional deberían cuidar: los bares, pese a sus efectos negativos, pueden reportar muchos efectos positivos.
Así que sí, por absurdo que parezca tener que quedarse a las copas del afterwork por orden de los jefes, puede que tenga todo el sentido si tu empresa se dedica a tareas relacionadas con la creatividad. Lo que cabe plantearse es si tal vez estas reuniones deberían contabilizar como horas productivas por las que exigir una subida de sueldo.
La tesis de Andrews también la defiende Ignazio Cabras, profesor de emprendimiento en Northumbria, Newcastle. En una serie de encuestas a los ciudadanos de la Inglaterra rural de municipios pequeños (inferiores a 5.000 habitantes), demuestra que los pueblos que mantienen al menos una taberna tienen vínculos sociales más fuertes que las comunidades que carecen de ellos, y son espacios que van ganando importancia a medida que avanza la despoblación rural: cuantos más locales de actividad cotidiana van cerrando, más peso social gana el pub.
Y sin ser exactamente el mismo asunto, también los académicos han demostrado la importancia del café en nuestro estado evolutivo: sin su llegada tal vez no habría existido la Ilustración, o al menos no habría avanzado tan rápidamente como lo hizo, como expresó el historiador Joseph Priestley. Nada como las sustancias que alteran el estado químico de nuestro cerebro para hacer progresar a la humanidad.