En el año 2004 el antiguo fuerte de Stone Town, capital de Zanzíbar, se convirtió en una atracción turística, un espacio de venta de baratijas a pie de calle. Esto, que podía no ser más que otra concesión urbanística a las necesidades de la próspera economía de servicios, era un enorme problema para una parte de la población. El fuerte, protegido visualmente del exterior por sus muros, era uno de los pocos espacios sociales donde las mujeres de la ciudad podían practicar baloncesto y otros deportes de equipo con tranquilidad. Por sus jardines del siglo XVIII también paseaban y se contaban sus problemas.
Con la desaparición de esta zona deportiva un buen porcentaje de la población perdía cualquier opción para ejercitarse en grupo, pero Ali Mwalim, Director General de la Autoridad de Desarrollo y Conservación de Stone Town, dijo que no le parecía un gran problema. “Las mujeres siempre encuentran formas de mantenerse ocupadas”. Señalando los polletes a las entradas de las casas típicas de la región, dijo: “aquí charlan, marujean e incluso trabajan. Pueden lavar la ropa y cuidar a los niños. Es un lugar animado. Además, puede que las mujeres no deban hacer deporte de todas maneras”.
Es un ejemplo de otros tantos que ha sufrido este archipiélago de dos islas en la costa de Tanzania, una ciudad con un 95% de población musulmana y que, desde hace un par de décadas, se ha ido convirtiendo progresivamente un seductor destino vacacional. El caso de Stone Town es interesante porque la confluencia de dos factores (su tradición religiosa y su modernidad económica) ha mostrado cómo puede oprimirse más duramente a las mujeres. Se las ha ido presionando hasta que se han quedado sin espacios públicos propios, de tal forma que ahora los turistas notan su ausencia mientras pasean por las calles a las horas de mayor actividad.
El islam que se practica en Zanzíbar no es especialmente restrictivo, pero sí muy conservador. Aunque muchas normas misóginas no aparecen en el corpus legal (otras sí, como las referentes al aborto o al sexo prematrimonial), las tradiciones tienen un gran peso social. Hombres y mujeres se siguen viendo como entes distintos aunque complementarios, esto es, los hombres trabajan y las mujeres se dedican al hogar. Aunque la educación superior está modificando poco a poco las aspiraciones vitales, dos tercios de las mujeres siguen sin tener empleo.
Antiguamente los espacios públicos se socializaban segregando por género: las mujeres no salían de noche, solían ir acompañadas e incluso tenían ciertas zonas exclusivas para cada uno de los sexos. Las mujeres mayores se acuerdan, por ejemplo, de las playas y parques de uso reservado para las mujeres de la capital.
Pero desde la llegada del turismo, la globalización y la inmigración, esto ha cambiado, y ahora todos los lugares femeninos se han cedido para convertirse en zonas comerciales. Como explica Munira Said, coordinadora de Reclaim Women's Space, “el espacio para actividades económicas ha vencido a las necesidades de las mujeres".
La teoría feminista del espacio público no es nueva, ni exclusiva de países islámicos. Según algunos teóricos, buena parte de la emancipación femenina y el surgimiento de la primera ola feminista deriva, nada menos, que del alumbrado urbano. Las calles de los centros de las grandes ciudades europeas y norteamericanas ampliaron su horario comercial gracias a la llegada de la electricidad. A mayores horarios de trabajo, mayor necesidad de mano de obra, lo que supuso una oportunidad para jóvenes provincianas. La luz también protegía a las mujeres de posibles ataques sexuales y violentos. En este caldo de cultivo ellas empezaron a reclamar su derecho a transitar las calles. También una arquitectura que las tuviese en cuenta.
El famoso manual con perspectiva de género del Ayuntamiento de Madrid sobre el diseño urbano popularizaba algo que se conoce desde hace décadas en las escuelas arquitectónicas: las mujeres tienen menos vehículos privados (que suponen el 29% de los desplazamientos y el 80% del espacio público), con los que ellas emplean, de media, más transporte público y aceras urbanas. También se encargan más del cuidado de niños, ancianos o personas de movilidad reducida. Por tradición, ellas serán las que exijan con más frecuencia calles más amplias para el paso de carritos o sillas de ruedas.
Como vemos, Stone Town está muy lejos de considerar las demandas de las mujeres para elaborar sus planes urbanos, pero desde Reclaim Women’s Space un equipo de ingenieros está creando proyectos para devolver parte de las necesidades sociales a una ciudad dañada por el machismo y el turismo.
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