Parece una historia de ciencia ficción: un pequeño núcleo habitado a orillas del Golfo de México perece bajo las aguas y, para sobrevivir, se ve obligado a trasladarse habitante a habitante, calle a calle, casa a casa, a varias decenas de kilómetros tierra adentro. Para lograrlo, vecinos y autoridades se ponen manos a la obra en el último grito desesperado de un pueblo cuya superficie terrestre se ha reducido casi un 98% en el último siglo por culpa del aumento del nivel del mar.
Parece, pero no lo es.
Es una historia real y tiene lugar, como gran parte de los dramas presentes y futuros planteados por el cambio climático, en la costa. En concreto, en la de Luisiana, cuyas marismas de baja altura regadas generosamente por el delta del Misisipi son un terreno ideal para terminar engullidas por el progresivo crecimiento del nivel de los océanos. El pueblo es Isle de Jean Charles, el país Estados Unidos y su historia es la historia del futuro de la humanidad.
De destino de refugiados a huída de refugiados
En un relato de ida y vuelta, de carácter casi circular y siempre tráfico, la isla de Jean Charles fue colonizada por primera vez por un grupo de nativos americanos que huían de la Indian Removal Act de 1830, la ignominiosa orden federal dictada por Andrew Jackson que permitía al gobierno desalojar y perseguir a decenas de miles de indios. En el larguísimo Trail of Tears, la cruel y mortífera marcha que emprendieron de huída, muchos miebros de la tribu Biloxi-Chitimacha-Choctaw terminaron encontrando hogar allí.
Por aquel entonces Luisiana era una región no especialmente poblada. Estados Unidos la había comprado al imperio francés en 1812, y aunque formaba parte de la unión contaba con amplias zonas despobladas a las que el desarrollo o la modernidad habían pasado de largo. Se trataba en gran medida de un terreno pantanoso y dominado por las aguas y las marismas del delta del Misisipi, cuya muerte a las puertas de Nueva Orleans regaba toda la Luisiana costera.
El asentamiento aseguraba protección y, al encontrarse de cara al mar, sustento en diversas formas de pesca. Creció a lo largo del siglo XIX, siempre dominado por los remanentes de la tribu Biloxi-Chitimacha-Choctaw, hasta las más de cien familias a principios del siglo XX. El progresivo desarrollo posterior la convirtió en el único hogar de los restantes miembros de la tribu, adosándose a la identidad de los Biloxi-Chitimancha-Choctaw.
Una identidad y un hogar que, por otro lado, difícilmente podía protegerles de la inevitabilidad del cambio climático. Franja independiente de la Luisiana terrestre atravesada por una delgada carretera regional, en 1955 el terreno contaba con alrededor de 90.000 kilómetros cuadrados distribuidos a lo largo de 17 kilómetros de largura y ocho de anchura. A día de hoy, Isle de Jean Charles ha quedado reducido a escasos dos kilómetros por dos kilómetros y medio. Una reducción drástica.
Y una pérdida de terreno que ha puesto en peligro a la que es, en rigor, una reserva de nativos americanos. Las causas de la pérdida de terreno de Isle de Jean Charles son variadas, y se enmarcan dentro de la erosión costera de Luisiana, un fenómeno a gran escala que está dinamitando la línea costera del estado y que está retrotrayendo el terreno habitable o cultivable a una velocidad endiablada: se calcula que el estado pierde cada año una superficie comparable a Manhattan.
Naturalmente, para un trozo de tierra desgajado del continente como Isle de Jean Charles esto son particulares malas noticias. Sus consecuencias se pueden trazar hasta mediados del siglo XX, cuando el descubrimiento de grandes bolsas de petróleo en el Caribe invitó a numerosas empresas a explotar los fondos marinos a un alto coste medioambiental. El terreno colindante a Isle de Jean Charles se erosionó, y sumó intrusiones salinas y desplazamientos terrestres.
Aquel cóctel tornó en irreversible cuando las temperaturas del globo comenzaron a dispararse y, en consecuencia, a evaporar más y más hielo tradicionalmente congelado en los polos. El crecimiento del nivel del mar devoró sin piedad los gajos de terreno que aún sobrevivían en Isle de Jean Charles, llegando a un punto crítico a lo largo de la segunda década del siglo XXI. Tal fue la circunstancia que durante los últimos coletazos de la administración Obama, el gobierno aprobó un urgente plan para ayudar a territorios irreversiblemente afectados por el cambio climático.
Los otros Jean Charles de las costas americanas
Isle de Jean Charles fue uno de ellos, y en 2016 obtuvo la aprobación definitiva al proyecto de desplazamiento total de la población. El objetivo, como en muchos otros casos, es sencillo: permitir que el pueblo que antes habitaba la isla, ahora destinada a desaparecer, pueda continuar con su vida en otro lugar de Luisiana, tierra adentro, lejos del terrible destino del océano. El programa global destinó 1.000 millones de dólares para pueblos y ciudades afectados de forma dramática, y 48 de esos millones fueron a terminar a Isle de Jean Charles.
Entonces, The New York Times tituló pomposamente que sus habitantes eran "los primeros refugiados climáticos de Estados Unidos". La afirmación se puede discutir. Como ya vimos en su momento, hay otros pueblos en similares situaciones. En Alaska, por ejemplo, Shishmaref también va a tener que desplazarse ocho kilómetros para evitar el cruel destino de los mares. Fue en una de sus visitas al estado más al norte del país la que motivó que Obama aprobara el lanzamiento del proyecto.
En su caso, el dilema al que los habitantes locales (muchos de ellos también nativos americanos) tenían que afrontar era similar al de Isle de Jean Charles: al tratarse de un pueblo dedicado a la pesca, la relocalización amenazaba su principal modo de sustento, y el carácter más tradicional del asentamiento conllevaba complejos juegos identitarios para aceptar lo inevitable. Tras referéndum, el pueblo votó mudarse de geografía, y el gobierno presupuestó la reconstrucción en 180 millones de dólares.
Los lamentos son similares a los que se desprenden de algunos de los testimonios recogidos por la prensa estadounidense a cuenta de Isle de Jean Charles: "Vamos a perder toda nuestra herencia y cultura", explicaba una de las actuales residentes al New York Times, en referencia a tanto la precariedad de vida de su tribu como a sus escasos números demográficos. Pero no sólo eso: también era una referencia al único lugar en el que había vivido toda su vida, a un hogar que se hunde.
La historia de pequeños pueblos amenazados por las aguas que deciden mudarse es sorprendentemente larga en Estados Unidos. Uno de los primeros pueblos en ser conscientes de su fatal destino fue Newtok, también en Alaska, cuya decisión data de mediados de los noventa. No fue hasta que la administración Obama inició costosos programas de reconstrucción tras catástrofes naturales (como Sandy en New Jersey o el Katrina en Nueva Orleans) cuando muchos de los municipios vieron la oportunidad de salvar, acaso para siempre, a su población.
Newtok y otras poblaciones de Alaska fueron las primeras, tal y como se explica en este interesantísimo reportaje de Quartz. Los primeros "refugiados climáticos" a los que seguirían muchos otros, terminando por nuestros protagonistas de la Isle de Jean Charles. En el camino, las deficiencias burocráticas: al tratarse de un complejo modelo con diversos condicionantes, no todos los pueblitos y ciudades han accedido a la financiación por parte del departamento de vivienda.
Isle de Jean Charles como premonición del mundo
Isle de Jean Charles sí. En rigor y a nivel oficial, son ellos los primeros refugiados climáticos de la historia de Estados Unidos, dado que su financiación sí está asociada directamente a un programa de recolocación (Newtok y otros aprovecharon la bolsa de inversiones para prevenir o mitigar las consecuencias de los desastres naturales). 60 habitantes (llegaron a ser 300) que tienen un plazo de 16 años para encontrar un nuevo destino, reconstruir su pueblo y conseguir rehacer sus vidas.
Las demandas de Isle de Jean Charles eran lo suficientemente antiguas, como se explica en este artículo de National Geographic, como para que el pueblo estuviera más que preparado ante un eventual desalojo. Se trata de una lucha a contrarreloj que afecta al resto de Luisiana: las reconstrucciones aéreas que comparan el delta de 1900 y el de hoy hablan de una terrorífica pérdida de terreno, motivada por la acción humana, la erosión (cultivos, canales, excavaciones) y el cambio climático. Es un estado en asedio.
Y también es una advertencia: si una pequeña isla de 60 habitantes ha logrado atraer la atención de la prensa internacional es por su capacidad predictora. Al ritmo al que están aumentando las temperaturas globales, es probable que gran parte de las tierras bajas del mundo sean objeto de frecuentes o permanentes inundaciones. En este simulador se puede observar cómo en las peores previsiones, en un siglo el agua podría colarse hasta lugares tan inesperados como Berlín.
Los nativos americanos de Isle de Jean Charles son uno de los primeros ejemplos de refugiados climáticos, un fenómeno que, al igual que otros refugiados, también causarán dilemas políticos y situaciones disruptivas a nivel global. Como vimos en su momento, el mundo se encamina a problemas humanos de escala global fomentados por el calentamiento del planeta, y hacia guerras climáticas en las que política y medio ambiente quedarán entrelazados de forma trágica para siempre.
Y puede que para entonces haya tantas Islas de Jean Charles que ya no nos acordemos de la original.
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