No hace demasiado tiempo los carteles publicitarios de las autovías, los alerones de los Fórmula 1 o las páginas de las revistas de tendencian publicitaban alcohol y tabaco. La progresiva marginalización de ambos productos en la esfera mediática, especialmente del segundo, provocó que, en un breve lapso de tiempo, su rastro publicitario se evaporara. Demasiado dañinos como para que una empresa privada, cualquiera que sea, le ceda espacio promocional.
Y entonces surgieron las casas de apuestas. Y la historia comenzó de nuevo.
¿Qué ha pasado? Que el gobierno italiano de la Lega y el Movimento 5 Stelle acaban de publicar el "decreto dignità", una ley de amplio calado en contra del trabajo temporal que, como colofón, prohíbe publicitar las casas de apuestas. Según Di Maio, las apuestas resultan dañinas para la "economía familiar" y apuntan hacia los "más débiles" de la sociedad. Dicho de otro modo, representan una trampa mortal para personas pobres o en riesgo de exclusión social.
¿Es importante? Importantísimo. Pese a que el juego siempre había gozado de su particular espacio en las sociedades europeas o americanas, el boom de las apuestas deportivas digitales ha provocado que el fenómeno se extienda como la peste. Es habitual toparse con equipos de gran calado, como la Juventus o el Real Madrid, publicitar sus nombres en sus camisetas. Y sus anuncios se despliegan de forma sistemática antes de cada evento deportivo (inevitables en este Mundial).
Se calcula que el negocio mueve más de 400.000 millones de dólares en todo el globo. Sólo en el Calcio, la liga profesional de fútbol italiana, hay más de 700 millones de euros en forma de contratos publicitarios. Como es natural, los clubes han entrado en estado de alarma.
¿Es positivo? Sí. Las apuestas tienen un altísimo componente de adicción. El DSM-5 identifica el hábito como una patología y como una adicción, en aras de actualizar el conocimiento científico disponible (con anterioridad entraba en un cajón de sastre al lado de otros trastornos como la cleptomanía). La ubicuidad de las nuevas tecnologías y la profunda penetración de mercado de las múltiples y nuevas casas de apuestas on-line ha provocado que el fenómeno se dispare.
Apostar hoy es más fácil que nunca. Puedes apostar sobre cualquier elemento del juego de forma inmediata. Para numerosas personas, representa un riesgo (y una tentación) elevadísimo.
¿Apunta a los pobres? Es lo que opina Di Maio. Al igual que la lotería, se cree que las apuestas proliferan entre las comunidades más pobres al interpretarse como una forma rápida de escapar de su situación. Evidentemente casi nunca funciona. En Reino Unido hay un intenso debate sobre su prohibición, y numerosos diputados laboristas utilizan el mismo argumento que el M5S. Quienes ganan, además, tienen muchas posibilidades de terminar arruinados a causa de su éxito.
Una investigación de The Guardian reveló que la mayoría de casas de apuestas británicas se valían de los datos personales depositados en las aplicaciones para dirigir su publicidad hacia las personas pobres o ex-adicta. Un reportaje de El Confidencial ilustró que los barrios más pobres de Madrid habían observado un crecimiento de entre el 60% y el 70% de los establecimientos de apuestas (frente a crecimientos marginales por debajo del 10% en los barrios más ricos).
La propia Dirección General de Ordenación del Juego sabe que el 53% de los apostantes patológicos caen en el juego tras la muerte de un familiar, el 45% al entrar en problemas económicos y el 34% al cambiarse de domicilio (a menudo asociado con lo anterior).
¿Y ahora? Por todo lo anterior, las apuestas son el nuevo tabaco: para muchos, una emergencia relacionada con la salud pública y no tanto un negocio ante el que el estado deba cruzarse de brazos. El caudal económico que aporta a muchos deportes, como el fútbol, ha provocado que su penetración publicitaria no haya tenido cortapisas. Italia ha sentado un precedente que quizá otros países decidan experimentar. El mismo precedente que sufrió el tabacó.
Imagen: Massimo Pinca/AP
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