Ha muerto Jacques Chirac, y con él un pedacito de la quinta república francesa. Entre principios de los setenta y finales de la pasada década, Chirac acaparó tantos cargos como cualquier político francés pudiera soñar: ministro de Agricultura y de Interior, alcalde de París, doble Primer Ministro durante dos gobiernos distintos y no consecutivos, y Presidente de Francia entre 1995 y 2007, año de su definitiva retirada en política. Su muerte representa el ocaso de la generación de posguerra, aquella que unió los hilos de la guerra y de la modernidad, y también el de un padre para Francia, un hombre que hoy ha transmutado en icono pop.
Camisetas. No se trata sólo de su penetración e influencia política a lo largo de medio siglo, sino de la particular relación que Francia desarrolló con Chirac. Durante los últimos años, por ejemplo, han proliferado las camisetas irónicas que amalgaman la cultura del meme con momentos reseñables de su carrera política. Así, no es paranormal toparse con franceses portando a Chirac en la playa, peinándose o con un cigarrillo en la boca, todo ello acompañado de frases-gancho al estilo de "French Touch". Chirac ha logrado trascender a la política, es un icono pop.
Jacques Chirac, fallecido a los 86 años, era un hombre querido y respetado en Francia, más allá de filias y fobias políticas.
— Javier Albisu (@javieralbisu) September 26, 2019
En los últimos años se habían puesto de moda, hasta cierto punto, las camisetas con sus mejores fotos.
Son preciosas. pic.twitter.com/fB6DNg6X76
Astérix. Lo llevaba siendo mucho tiempo. Ya en 1976, en Obélix y Compañía, René Goscinny le retrataba como el burócrata por antonomasia en la corte de Julio César. Aquel Cayo Coyuntural desprovisto de principios morales o ideológicos y dedicado a medrar en la administración romana no era más que una parodia del Chirac interesado y transversal que pasaba por condensar todas las imágenes que Francia proyectaba de sí misma. Por aquel entones Chirac tan sólo era un primer ministro más, un cargo aún menor en su extensa carrera política.
Él es Francia. Lo explica este magnífico obituario de la BBC: si Chirac se convirtió en una suerte de padre putativo de Francia no se debía a sus discursos almidonados a media tarde, a ese tono de voz lento y profundo que hablaba de las cuestiones de estado cual abuelo recitando un cuento a su nieto, sino también a su capacidad para la metamorfosis y cierta naturalidad. Chirac era a un tiempo el parisino pagado de sí mismo y el humilde chico de provincias que tanto encanta a la Francia moderna; el hombre campechano y el técnico con décadas de experiencia capaz de llevar los asuntos del país como un padre de familia.
Gosciny lo había retratado a la perfección, aunque se perdiera sus tres décadas de acción política posteriores.
Cárcel. Tan es así que a Chirac se le perdonaba todo, desde el adulterio hasta la corrupción. Cuatro años después de abandonar El Elíseo, cuando ya rozaba los ochenta años, un tribunal parisino le condenaba a dos años de prisión por desviar dinero del ayuntamiento y por malversar fondos públicos. La justicia consideraba probada una red de corrupción construida y amparada durante su alcaldía. Sólo su provecta edad y diversas enfermedades impidieron que Chirac terminara parte de sus últimos días entre rejas. Pecata minuta para un hombre que unía a la Francia urbana y radical con la Francia profundamente conservadora.
Irak. ¿Explica todo ello su enorme proyección pop? En parte. La guinda final a la imagen de Chirac como epítome de Francia fue su compleja relación con las naciones anglosajones. Simpático a los Estados Unidos, se opuso sin embargo a enviar tropas francesas a la Guerra de Irak. Su posición, preñado de toda la grandilocuencia republicana tan del gusto de los políticos franceses, condensó en cierto modo la imagen que Francia tenía de sí misma. Una en contraposición a la barbarie anglosajona (Reino Unido, el único país que no sabe comer junto a Finlandia, en sus palabras) y casado con causas justas y dignas.
Por todo ello, a Chirac le cupo el Estado Francés en la cabeza, hasta el punto de mimetizarse con él, y por ende con el francés medio, para el que la República lo es todo. De ahí que fuera capaz de atraer a izquierdas y derechas, y que hoy pueble camisetas cual trapero de moda.