"Nunca he entendido del todo eso de tener un hogar", escribe James Rhodes en la primera línea de una larguísima carta abierta dedicada a España, a su alegría de vivir en un país, a su juicio, tan inigualable."Hace nueve meses dejé de huir. Me instalé en Madrid. Encontré un hogar. Y descubrí en qué consiste tenerlo", continúa, antes de comenzar a enumerar las muchas y variadas razones por las que España es el "mejor" país del mundo. A sus ojos.
Para Rhodes los motivos son infinitos. Desde croquetas capaces de "literalmente" cambiarte la vida hasta el gusto por la tranquilidad que aparentemente mostramos los españoles, más concretamente los madrileños, en contraposición a la agitada vida londinense. "Reírte de lo buenos que están los cruasanes del Café Comercial, presenciar cómo los profesionales de Sálvame analizan el lenguaje corporal de Letizia frente a un público embelesado". España embelesa a Rhodes.
Tanto, que su país natal, Reino Unido, palidece en comparación. También por motivos económicos: mientras en España sólo debe invertir 35 euros al mes para tener una asistencia sanitaria personalizada y en su domicilio, en Londres tal cifra se elevaría unas "diez veces más". Son los "desconocidos amabilísimos", el ritmo de vida "tranquilo", "la asombrosa capacidad de insultaros los unos a los otros, el idioma increíble", un idioma, en sus palabras, "equivalente verbal a Chopin".
La carta sigue, en fin, y se termina convirtiendo en una cascada interminable de buenas palabras para con España, en una pléyade de atributos que harían de cualquier mente racional un esclavo del amor a tan, según Rhodes, fantástico país. El mejor lugar para vivir, no en vano. ¿De qué otro modo podrían reaccionar los españoles sino rindiéndose a los pies de Rhodes?
Odiándole. Odiándole mucho.
MI reino porque los de @Pantomima_Full hagan un vídeo con la carta de James Rhodes.
— molinos (@molinos1282) 18 de mayo de 2018
"Le mola Madrid".
"Se flipa en los supermercados. No distingue un melón de un tomate".
Os parece muy bonito lo que dice james Rhodes porque lo suelta él, si le cambiáis el nombre por el de vuestro cuñado en la cena de Navidad sería exactamente lo mismo y seguro que no os causaría el mismo efecto.
— El Ofensor del Pueblo (@ElOfensor) 18 de mayo de 2018
James Rhodes va por la vida puesto de MDMA a tiempo completo, no hay otra explicación. El pavo va al Carrefour y tiene un orgasmo, aprende una palabra y entra en éxtasis, coge un taxi y alcanza el nirvana.
— Alvaro Rigal (@A_Rigal) 18 de mayo de 2018
Me está costando creer que esto sea en serio. https://t.co/icO0uQQ7VR
Al poco de viralizarse su artículo, publicado en El País, las redes sociales han iniciado un acalorado debate sobre la carta de amor. ¿Estaba Rhodes en lo cierto? El carácter intenso e hiperbólico de sus palabras ha tenido un efecto quizá contrario al deseado, a ojos de muchos de sus críticos: caer en la autoparodia, en la fetichización de las costumbres y ritos locales. Para muchos españoles sólo hay una respuesta razonable a la lluvia de piropos sobre España: recordar a su autor que se equivoca.
España y su venial auto-odio
De ahí que a esta hora WhatsApp y Twitter se debatan interminablemente entre el "ya basta de flagelarnos, recordemos que España tiene cosas buenas", tan a gusto de Rhodes, y el "sí, pero qué pasa con Valtonyc, qué pasa con la tasa de paro, qué pasa con los jueces, qué pasa con los corruptos, qué pasa con los toros, qué pasa con España". Es probable que el pianista británico, tan celebrado por su trabajo artístico y por su profunda y sincera autobiografía, fuera ajeno al peculiar carácter hispánico.
Rhodes ha caído, al parecer, en una vieja trampa: el español se une cual piña indestructible cuando un extranjero osa poner en duda sus tradiciones culturales, sus formas de vida, sus equipos de fútbol o, muy especialmente, su gastronomía; pero de forma inversa, se ríe de sí mismo, entabla batallas dialécticas absurdas y se sacude de encima los piropos cuando llegan en forma de elogio exagerado. Es parte del natural espíritu español, el mismo que convierte a sus habitantes en los únicos que se califican sistemáticamente peor de lo que lo hacen sus vecinos.
Conviene recordar, no en vano, que España tiende a puntuarse a la baja, como esta encuesta de Pew ilustra: mientras Reino Unido, Francia o Alemania tienen una estupenda visión de sí mismos, mucho mejor que la que le dedican otros países, los españoles hacen lo contrario. Siempre se valoran en peores términos de lo que lo harían otras naciones. Es lo que le ha sucedido a Rhodes con su inocente y sincera admiración por España. El auto-odio.
¿Por qué sucede esto? Es difícil de decir. Puede que influya la venial tradición de los españoles de no tomarse España demasiado en serio, excepto cuando es hora de tomársela demasiado en serio. Históricamente, España ha emitido constantes visiones de "fracaso" y "retraso" sobre sí misma, tanto desde la intelectualidad como desde la calle, en relación al resto de países europeos. Tal visión fatalista puede surgir directamente del pesimismo, de tintes esencialistas, noventayochista.
La visión de España como una anomalía extraña y decididamente peor que la del resto de naciones occidentales siempre ha convivido, desde la historiografía hasta las miradas más ilustradas de la izquierda, con un nacionalismo paralelo que ha tendido a exaltar, como tantos otros, las virtudes folclóricas y también esencialistas de la nación. En gran medida, la batalla de ambos relatos en democracia sigue bebiendo de las dos miradas hacia España elaboradas tanto por el régimen franquista (triunfalista, apologética) como por su oposición (fatalista, crítica).
¿Qué tiene que ver nada de esto con Rhodes? Nada. Su artículo parece haber tocado la espina dorsal de las visiones que muchos españoles han desarrollado hacia España, ya sea por bagaje ideológico, por simpatía hacia el autor o por un mero carácter frente a la vida, más optimista, más pesimista. Más allá de lo cursi o intenso que pueda parecer, Rhodes sólo estaba elogiando el lugar en el que ha elegido vivir. Un lugar que le llena de sensaciones positivas, en el que es feliz.
Puede que ese último sea un pecado demasiado insalvable para el habitual cinismo de Twitter, o puede que sus elogios parezcan tan sacados de Mr. Wonderful que resulte imposible tomárselos en serio. De lo que no hay duda es que España siempre estará dispuesta a negar cualquier crítica hacia sí misma. O elogio.
Imagen | Diario de Madrid