Por más que las fronteras modernas parezcan inmutables, centenares de pequeñas disputas territoriales siguen agriando las relaciones de los países. España cuenta con su propia colección de agravios contraídos (desde el islote de Perejil hasta las aguas territoriales de Argelia, pasando por otros más conocidos como Olivenza o Gibraltar). Nada de gran calado, pero relevante en cualquier caso. Ahora ha sumado una nueva de forma inesperada y sin que le fuera la vida en ello.
Dos islas en el Mar de Japón.
La visita. Reconstruyamos la historia porque tiene miga. El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, ha pasado algunos días en Madrid con motivo de una visita oficial de estado. Entre los muchos actos programados por las autoridades se incluyó una visita al edificio y a la biblioteca del Senado, bastante rica en su archivo. Allí, como es lógico, Moon Jae-in pudo consultar con detalle documentos y mapas históricos relacionados con su país. Y en uno de ellos, elaborado por el cartógrafo Jean-Baptiste Bourguignon d'Anville en 1740, se topó con una agradable sorpresa.
Las islas de Dokdo eran suyas.
La disputa. Por más que la lógica geopolítica de la Guerra Fría les condujera a una relación aliada y amistosa, la historia de Japón y Cora del Sur está repleta de agravios y enfrentamientos. Uno de ellos versa sobre un diminuto archipiélago equidistante de ambas naciones en el Mar de Japón. Los coreanos lo conocen como "Dokdo", mientras que los japoneses lo llaman "Takeshima". Corea controla militarmente los islotes desde 1954, amparada en la legislación internacional y en siglos y siglos de documentos que acreditan, supuestamente, su soberanía sobre ellos.
Japón no está de acuerdo. Nunca lo ha estado. Durante la recta final del siglo XIX, cuando Corea cae bajo la influencia japonesa, los sucesivos gobiernos nipones estrechan el control sobre las islas, acrecentado durante la ocupación y anexión de Corea a su régimen imperial.
Mal rollo. Nadie vive en aquellos islotes remotos, pero sí albergan importantes reservas de gas natural. La disputa no es tanto por sus recursos como una cuestión moral y nacional. Como se relata en este reportaje, para Corea tiene un alto valor emocional, fruto del resentimiento histórico hacia las ambiciones imperiales japonesas (compartido por toda la región). Japón, por su parte, se ampara en algunos documentos firmados tras la Segunda Guerra Mundial en la que los aliados no incluían a los islotes dentro de sus posesiones ilegítimas a las que debía renunciar tras la derrota.
Crescendo. Los detalles de la disputa son complejos, como es lógico, y no se pueden resumir en cinco párrafos. Pero la idea es simple y familiar: dos países reclaman la soberanía sobre un mismo territorio y, en un siglo XXI desprovisto de alardes militaristas, siembran la semilla del enfrentamiento con gestos sutiles. El último lo firma Japón: en su mapa del recorrido de la antorcha olímpica incluyó al archipiélago dentro de su territorio (un minúsculo punto al norte de la prefectura de Shimane).
Esto generó la airada reacción de Corea. Dos años atrás, cuando las dos Coreas desvelaron la bandera conjunta bajo la que competirían en los Juegos Olímpicos de Invierno, Dokdo también aparecía en su territorio. Japón protestó y la delegación coreana se vio obligada a rectificar. La aparente negativa de Japón a desprenderse de las islas ha aireado la posibilidad de un "boicot" a los JJOO. Según una encuesta reciente, el 67% de los coreanos estarían a favor del boicot si Japón no corrige el error.
El pique. Corea del Sur estará en Tokio, no hay duda al respecto. Pero la anécdota ilustra bien hasta qué punto las relaciones entre los dos países se han deteriorado. El ejército coreano realiza maniobras militares de exhibición todos los años junto a las islas, bajo su control. Corea promociona activamente el uso turístico de los islotes, de difícil acceso pero muy pintorescos. A principios de este año, un juzgado coreano condenó a Japón a indemnizar a doce esclavas sexuales del ejército nipón durante la Segunda Guerra Mundial. Japón no se lo tomó demasiado bien.
Roces como estos y otros muchos han contribuido a tensar las relaciones entre ambos países, en uno de sus puntos más bajos.
Y el mapa. En este volátil contexto, España se ha colocado en el centro de la disputa. El mapa ojeado por Moon en la Biblioteca del Senado funciona como otra pequeña puya de Corea hacia Japón: ¿qué más pruebas se necesitan para esclarecer la verdadera pertenencia del archipiélago que el mapa occidental más antiguo sobre el Mar de Japón? El asunto ha ganado bastante relevancia en la prensa coreana, aunque en la práctica no solvente ni cambie nada. Es otra herramienta retórica más. Una en la que España ha aparecido sin saber muy bien cómo y por accidente.
Imagen: Yonhap/Commons
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