Los problemas demográficos de Japón son largamente conocidos. A una población muy envejecida, el país suma un elevado porcentaje de jóvenes aún solteros, vírgenes o completamente desgajados del deseo sexual. Durante los últimos años su centro nacional estadístico registra de forma sistemática más defunciones que nacimientos. Cuando termine el siglo, si nada lo remedia, sus más de 130 millones de habitantes se transformarán en poco más de 80 millones.
Y el problema no sólo reside el cómo: también en el dónde.
Demasiados tokiotas. De forma un tanto paradójica, Japón presume de la mayor metrópolis del planeta, Tokio, hogar de más de 37 millones de habitantes. La capital concentra alrededor del 11% de la población nacional. Se trata de un nodo económico y político que acumula numerosas virtudes, como una admirable capacidad para sortear la crisis de vivienda en la que sí parecen inmersa el resto de grandes urbes del planeta. Pero, para el gobierno, también se trata de un obstáculo.
Antecedentes. Hace cuatro años, las autoridades prometieron alrededor de 3 millones de yenes anuales (unos 23.000€) para todos aquellos tokiotas que hicieran las maletas y se trasladaran a cualquier otro punto del país. Tokio, la macrocefalia por antonomasia, había drenado los recursos humanos del resto del país hasta convertirlas en auténticas regiones en decadencia económica y social. La medida era drástica, a la altura del reto: Tokio concentra los trabajos, la cultura y las oportunidades.
Irse no es sencillo.
Más dinero. Algunos años y una pandemia después, Japón sigue interesada en que los japoneses se marchen de Tokio. La nueva medida del gobierno aspira a matar dos pájaros de un tiro, según The Japan Times: 7.000€ por hijo (21.000€ si se tienen tres) siempre y cuando la familia se traslade a cualquier otro punto del país que no sea Tokio. El gobierno no sólo quiere que los japoneses tengan más hijos. Los quiere en sitios específicos (en concreto: cualquiera menos Tokio).
Disparidad. Merece la pena recordar que Tokio llevaba 22 años creciendo demográfica y espacialmente (es tan amplia como la totalidad de Austria). La crisis poblacional de Japón no le atañe. La medida, así, va específicamente dirigida a los habitantes de los 23 distritos municipales y a aquellos que se trasladan a diario a trabajar al centro de la ciudad desde prefecturas aledañas (como Saitama o Kanagawa). Para no perder la ayuda, las familias deben quedarse un mínimo de cinco años en su nuevo destino.
La ayuda discrecional por cada hijo (hasta 18 años) es compatible con los 23.000€ anunciados hace cuatro años.
Tira dinero. ¿Qué hace un gobierno cuando se queda sin soluciones para incentivar un comportamiento? Tira dinero sobre el problema con la esperanza de que se resuelva. Dado que Tokio no sólo es una ciudad dinámica y económicamente atractiva, sino también uno de los lugares con mayor calidad de vida del mundo, Japón ha decidido que sólo con muchísimo dinero logrará que los tokiotas se marchen a las provincias del interior.
¿Funciona? Así asá. El programa incentivó el traslado de unas 3.000 familias en 2021 (a sumar a las que se mudaran en los dos años fiscales previos). No es una cifra impresionante si la comparamos con la población total de Tokio. Puede haber contribuido al leve decrecimiento de la ciudad (ha perdido unos 210.000 habitantes entre 2018 y 2022). Los problemas demográficos de Japón son mucho más acuciantes y estructurales. La ayuda es sólo un parche en una situación de mayor gravedad.
Imagen: Timo Volz
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