Después de un clamor popular y de amenazas en firme de retirarse del programa por parte de distintos países anglosajones, Shinzo Abe, primer ministro de Japón, ha hecho lo que no ha sido capaz de hacer nadie en la cúpula del Comité Olímpico Internacional (COI): admitir lo que todo el mundo sabía. Los Juegos no se podrán celebrar este año y se proyectan para 2021, aún con una fecha por concretar. ¿Qué por qué han tardado tanto? Arranca la calculadora.
El mazazo para el COI
El gran contrato que no debería peligrar: el 75% de los ingresos del COI provienen de los derechos televisivos. De ellos la inmensa mayoría provienen de su licencia para NBC Universal, para su retransmisión en Estados Unidos. La cadena norteamericana había pagado por adelantado 7.000 millones de dólares para los Juegos pendientes hasta 2032.
A su vez NBC había estimado 1.200 millones de dólares en ingresos por los bloques de publicidad durante el evento veraniego, pero gestionar el retraso un año más con estos anunciantes y ver qué demonios programan para este verano es ahora una pelota en el tejado de la NBC y no del COI. Lo que sí podría pedir la cadena es la extensión del acuerdo hasta 2033 y no perder un año de licencia por el retraso de esta edición.
También Discovery Channel, con los derechos para casi todos los países europeos, tendrá algo que decir. Pagaron por adelantado 1.300 millones de euros para cada edición desde 2018 y 2024, sólo tres Juegos. Habrá que renegociar.
Otro 18% del volumen de negocio del COI proviene de los contratos de patrocinio, más de 1.000 millones de dólares. El comité va a tener que apaciguar las ansiedades de McDonald’s, Allianz, Visa, Atos, Alibaba, Bridgestone, Dow, GE, P&G, Samsung, Intel, Omega, Panasonic o Toyota, entre otros.
Oh, Japón
Según cálculos del holding Nomura, el PIB de Japón se contraería un 1.5% si los Juegos no se celebrasen. Posponerlos es una salvación sólo parcial, ya que el país tendría que hacer frente al agujero en sus cuentas que iba a suponer la inversión en la cita pero sin ver ningún tipo de retorno hasta un año después en un escenario de incertidumbre total, ya que nadie garantiza que la crisis sanitaria del coronavirus termine antes del verano del año que viene o que el planeta vuelva a ser el mismo en tiempos de posguerra económica.
Según las últimas auditorías Japón se ha dejado 20.000 millones de euros en Tokyo 2020. A eso habrá que añadir el sablazo al PIB que de por sí llegará a consecuencia del COVID-19 a la nación nipona. Por comparar, las previsiones más modestas hablan de una contracción del 2% del PIB de Europa sólo durante este último cuatrimestre, más lo que tenga que venir en los próximos meses.
Estos son los gastos, pero, ¿cuáles eran los retornos? Para empezar, el turismo, con unas consecuencias a día de hoy incalculables.
También está el conflicto con los patrocinadores locales, que iban a invertir unos 3.300 millones de dólares por esponsorización, más de lo que se generó sumando Pekín 2008, Londres 2012 y Río 2016. Desde los medios económicos están seguros de que al ser en su mayoría marcas nacionales (Asics, Fujitsu o Mitsubishi Electrics entre otros) no corre peligro, pero en tiempos de pandemia los sponsors pueden ponerse nerviosos.
Más grave aún es el problema con la venta de tickets y viviendas. Las entradas preveían unos ingresos de 840 millones de dólares, en buena parte ya sufragados por los asistentes nacionales que han corrido a comprar millones de entradas a un precio medio de 2.500 dólares. No se trata sólo de que haya que aplazar la fecha para estos espectadores, es que ahora no se sabe cómo reaccionará la venta de entradas fuera de sus fronteras, con cientos de miles de aficionados que se replanteen su asistencia.
¿Y qué pasará con todo lo que ya haya que cancelar? ¿Con todas los millones de noches reservadas en hoteles e instalaciones alquiladas para turistas, deportistas y medios para este verano que ya no estarán disponibles para esas mismas fechas en 2021? Por poner un ejemplo, la Villa Olímpica: estos 23 edificios construidos ad hoc y que iban a acoger en sus 5.600 apartamentos a los deportistas, estaban a la venta. Ya se había firmado con miles de inversores japoneses la recogida de llaves para este 7 de septiembre, un día después de que se clausuraran los Juegos Paralímpicos que también habrá ahora que aplazar.
La mala suerte ataca de nuevo. Los japoneses más mayores recordarán el altísimo coste nacional que supuso la celebración de los Juegos en su territorio en 64, una sombra económica que el actual gobierno llevaba intentando disipar de la mente de sus ciudadanos en todas sus intervenciones durante los últimos meses. De ninguna manera entraría la nación otra vez en recesión por culpa de la gran cita deportiva mundial. Como está ocurriendo en tantos otros ámbitos, y a modo de recordatorio macabro de la fragilidad y volatibilidad de nuestro statu quo, Japón tampoco supo adelantarse a las calamitosas consecuencias que tendría la llegada de un microscópico virus.
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