John Williams: el hombre que cambió la música orquestal y cinematográfica para siempre

John Williams es uno de esos nombres sin los que la historia del cine no habría sido igual y al que la música orquestal del s.XX le debe tanto como la cultura popular, formando parte incontables melodías salidas de la batuta de esta leyenda viva del imaginario colectivo de varias generaciones, no ya de cinéfilos —que también— sino de todo aquél que en algún momento haya estado expuesto a alguno de sus pegadizos temas.

Y es por esto, porque sin sus pentagramas muchos personajes no habrían sido los mismos, por lo que rendimos homenaje hoy a su insigne nombre con este repaso a lo más granado de su prolífica trayectoria.

Los setenta: una década para dos tipos de música

Olvidando lo que el legado de los grandes nombres de la música de cine de la época dorada de Hollywood había supuesto, el cine de la década de los setenta terminó por desplazar a los sonidos sinfónicos por aquellos que más se acercaban a la realidad del momento, y durante varios años, las bandas sonoras vivieron, en términos generales —que brillantes excepciones podemos encontrar a la norma y ahí están para demostrarlo algunos de los mejores trabajos que ese otro maestro que fue Jerry Goldsmith compuso hace cuarenta años— uno de sus momentos más olvidables.

Y aunque sus comienzos en la composición de partituras para la gran pantalla se encuentran intimamente ligados a los sonidos de la época, y muchos son los títulos de su extensa filmografía que hoy, tantos años después, cuesta escuchar por lo anclado en el pasado de sus formulaciones, John Williams comenzaría a despuntar en el primer lustro de los años setenta verbigracia a algunos trabajos cuya evolución terminaría de eclosionar en su primera obra maestra, aquella que acompañó a cierto escualo mientras sembraba el terror en las costas de Amity de la mano de Steven Spielberg.

Las ocho notas más famosas de la historia y la primera colaboración con el futuro Rey Midas de Hollywood sólo eran el paso inicial para que Williams sentara las bases de la recuperación plena de la orquesta sinfónica para la música de cine que llegaría, en 1977, de la mano de su mítico trabajo para ‘La guerra de las galaxias’ (‘Star Wars’, George Lucas), un filme que no necesita presentación y que, al igual que pasaría un año más tarde con ‘Superman’ (id, Richard Donner, 1978) o con ‘Encuentros en la 3ª Fase’ (‘Close Encounters of the Third Kind’, Steven Spielberg, 1978), no habría sido el mismo sin la vital participación de un compositor que escribía una terna de temas a cada cual más antológico e imborrable.

Los ochenta se movieron a ritmo de Williams

Si los setenta habían terminado devolviendo mucho de lustre del pasado a la música de cine, los ochenta se iban a terminar posicionando como una de las mejores décadas —si no la mejor— en lo que a composición de bandas sonoras se refiere, siendo estos años tanto los del resurgir definitivo de los modos “clásicos” de las partituras que acompañaban a las películas, como del nacimiento de muchos de los nombres sin los que hoy en día no sería posible entender una buena parte de la historia de lo musical en el séptimo arte.

La década arranca con un comienzo de traca llamado ‘El imperio contraataca’ (‘The Empire Strikes Back’, Irvin Keshner, 1980), el título que muchos han querido ver como el mejor trabajo de la carrera de Williams —yo no me atrevería a decir tanto, considerando lo que “tito John” abarca en sus casi cincuenta años de trayectoria— .

Ese estreno supone sólo el magistral primer peldaño de una escalinata que, a partir del año siguiente y en los que le seguirán, comenzará a construirse a través de la primera entrega de las aventuras del arqueólogo más famoso de la historia del cine acompañado siempre de su Fedora, su látigo y esa inolvidable ‘Raiders March'; de los vuelos de bicicletas provocados por el extraterrestre más reconocible del séptimo arte con permiso de Alien; de la conclusión de la saga galáctica original; de la segunda y oscura parte de la trilogía del citado arqueólogo; del vuelo del cadillac de los cielos que nos descubría a un niño prodigio llamado Christian Bale, la historia de un veterano inválido de Vietnam interpretado por un inmejorable Tom Cruise o la temporal y magnífica despedida del hombre del sombrero, esta vez junto a su padre.

Decir pues que los años ochenta se movieron a lo que iba marcando la batuta de John Williams y que el estadounidense se convertirá durante esos dos lustros en uno de los cinco compositores más influyentes del cine es, a la vista de los títulos insinuados más arriba —y de otros muchos de menor relevancia que, no obstante, servían al compositor para explorar otros terrenos menos espectaculares y más íntimos— una verdad que refrendan, entre otros, los tres Oscars con los que la Academia habrá reconocido hasta entonces el inmenso talento de este inigualable hacedor de melodías.

Dinosaurios, guerras mundiales y el regreso a una galaxia muy, muy lejana

Dejando atrás diez años que fueron fundamentales en la formación cinematográfica de la generación a la que pertenezco, el arranque de los noventa supone el comienzo de la exploración por parte de Williams de esas otras vertientes que durante los ochenta habían estado más tapadas por sus grandes composiciones. Y aunque aún habrá sitio para los blockbusters y la fantasía de la mano de las dos entregas de ‘Parque Jurásico’ (‘Jurassic Park’, Steven Spielberg, 1993) o ‘Hook’ (id, Steven Spielberg, 1991), está muy claro que en estos años los intereses del músico se dirigen hacia otros terrenos, quizás no tan espectaculares de partida, pero sí tanto o más intensos.

Por mediación de ese magistral filme que es ‘JFK’ (id, Oliver Stone, 1991), el camino trazado por Williams durante los años noventa irá discurriendo por títulos como ‘Un horizonte muy lejano’ (‘Far and Away’, Ron Howard, 1992), ‘Nixon’ (id, Oliver Stone, 1995), ‘Rosewood’ (id, Jon Singleton, 1997), ‘Sleepers’ (id, Barry Levinson, 1997), ‘Amistad’ (id, Steven Spielberg, 1997) o ‘Salvar al soldado Ryan’ (‘Saving Private Ryan’, 1997) filmes todos que detentan cierta tendencia de Williams hacia vertientes menos luminosas de su hacer sobre los pentagramas.

Pero si hay dos momentos que destacar por encima de todos los demás en la última década del s.XX esos son los jalonados por el quinto Oscar que le fue concedido por su maravilloso trabajo para la no menos maravillosa ‘La lista de Schindler’ (‘Schindler’s List’, Steven Spielberg, 1993) y la ansiada vuelta a la saga galáctica con la primera entrega de la nueva trilogía que George Lucas se sacaba de la manga gracias a ‘Star Wars: La amenaza fantasma’ (‘Star Wars: The Phantom Menace’, George Lucas, 1999) un filme del que todo ha envejecido estrepitosamente menos la enérgica partitura de Williams, coronada por el fabuloso ‘Duel of fates’ que acompañaba con coros en sánscrito al duelo entre Qui-Gon, Obi-Wan y Darth Maul.

Aún quedaba algo de magia para el s.XXI

Con 2002 y 2005 como las fechas en las que se completaría esa terna de filmes que, según los más puristas del universo de Luke, Han Solo, Leia y Darth Vader, nunca debería haber existido, los trece años de este s.XXI han conocido las últimas muestras de brillantez de un compositor que cada vez se prodiga menos y que, dedicado a dar conciertos por Estados Unidos, reserva sus incursiones en el séptimo arte para colaborar con su inseparable Steven Spielberg y para puntuales proyectos que llaman su atención creativa.

Tal es el caso de los tres primeros filmes de la saga de Harry Potter —una saga que, de nuevo, no habría sido la misma sin la intercesión de sus pentagramas—, de la enérgica ‘El patriota’ (‘The Patriot’, Roland Emmerich, 2001), de ‘Memorias de una Geisha’ (‘Memoirs of a Geisha’ Rob Marshall, 2005) o de ‘La ladrona de libros’, los cuatro únicos títulos en los que Williams hasta entonces, había compuesto para alguien que no sea Spielberg y que, obviamente, se quedan a la altura del betún si se les compara con los quince que conforman el grueso de lo ideado por el maestro para sendas producciones de su gran amigo.

¡Y qué producciones! Sin querer desmerecer a ninguna de las otras, todas grandes cintas, personalmente creo que ‘Inteligencia articial’ (‘A.I.’, Steven Spielberg, 2001) es uno de los tres mejores filmes de Spielberg, y la música no le va a la zaga, con ese tema ligado a la inocencia cuyas orquestaciones van cambiando conforme se avanza la trama, o el alucinante tramo final de la acción.

Y aunque comparadas con ella nos damos de bruces con simpáticas composiciones —aunque no sé yo si es muy afortunado hablar de simpáticas al hacer referencia a ‘Munich’ (id, Steven Spielberg, 2005)—, todos esos trabajos nunca llegarán a servir de algo más que no sea pálido remedo de lo que este inmenso personaje, vital como he dicho para la historia del cine, es capaz de —o cabría decir ¿que era capaz de?— cocinar con sabiduría cuando se encontraba aún lejos de una época actual en la que la música de cine está siendo tan sumamente maltratada por parte de los grandes estudios.

Foto | gtresonline

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