Cuando nuestra memoria remonta el paso del tiempo y se instala a finales del siglo XIX, a principios del siglo XX, nuestra vista imagina aquella época, la última romántica, en blanco y negro. Es justo que así sea: la mayor parte de imágenes que nos han legado los pioneros fotógrafos no tienen color. Pero era y es posible disfrutar de aquellos años, los primeros de la fotografía, en color. Gracias a la placa autocroma (autochrome en francés), numerosas imágenes que de otro modo nos hubieran llegado en blanco y negro cobran hoy insuitada vida, y son el mejor modo de viajar en el tiempo.
Patentada por los hermanos Lumiére 1903 y comercializada a partir de 1907, la placa autocroma permitió a centenares de fotógrafos de todo el mundo sintetizar el color en sus revelados. A día de hoy son numerosas las fotografías de aquella época tintadas. Un aspecto particular de todas ellas es el aire onírico, imaginado, que muchas contienen: la falta de definición que sólo las cámaras modernas traerían, unido al precario coloreado, a menudo repleto de colores pálidos, resulta en imágenes fantasiosas y evocadoras.
Una de las principales colecciones de fotografías autochrome del mundo se encuentra en el Museo Departamental Albert-Kahn, un banquero francés que durante su vida recopiló un vasto número de imágenes en un proyecto llamado Los Archivos del Planeta. En él, Albert-Kahn contrató a diversos fotógrafos de su tiempo para que recorrieran el mundo y lo fotografiaran a color. A través de ellas no sólo es posible deleitarse con la estética y los hábitos de las sociedades europeas de principios de siglo, sino también de lugares del mundo por aquel entonces remotos cuya existencia, hoy, es sólo fruto de los libros de historia, tras grandes transformaciones fruto de la globalización.
Se trata de un viaje en el mundo, y en el tiempo, maravilloso y fascinante.
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