Cuando el Ejército Rojo llegó a las puertas de Varsovia en enero de 1945 se topó con una ciudad en ruinas. Nada había más allá de escombros, cadáveres y la más pura de las destrucciones que Europa jamás hubiera atestiguado.
En aquella tardía fecha de la Segunda Guerra Mundial, Varsovia había sellado ya su destino. Un año antes la resistencia polaca había organizado el Alzamiento de Varsovia, un movimiento de revuelta contra la ocupación nazi iniciado el 1 de agosto de 1944 y extendido a lo largo de nueve trágicas semanas. A su término, Varsovia había sido reducida a cenizas y alrededor de 200.000 polacos habían perdido la vida.
Los acontecimientos que marcaron la fallida revolución marcan aún hoy el arco identitario polaco, y sirven como ejemplo paradigmático del eterno sufrimiento de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, una nación sobre la que se desplegaron los principales campos de exterminio y que observó la muerte de alrededor de 5.000.000 de compatriotas.
Setenta años después del Alzamiento de Varsovia, la ciudad mantiene viva la llama de su memoria gracias a un peculiar acto conmemorativo. De forma anual, todos los habitantes de Varsovia detienen cualquiera que sea su tarea a partir de las 17.00 del 1 de agosto, hora y fecha de inicio de la revuelta. Durante un minuto, Varsovia se para. Deja de existir. Deja de respirar. Simplemente recuerda.
El acto tiene un carácter emocional y otro visual, en tanto que los coches, los tranvías y los viandantes parecen congelarse en el tiempo. Lo hacen en cuanto escuchan las sirenas municipales, de uso regular en muchos países europeos y señal en Varsovia del inicio figurado de la resistencia. Una resistencia que, tres años atrás, en su 70 aniversario, se conmemoró con diversos y ampliados fastos.
Si el acto de recuerdo es a un tiempo hermoso y exagerado es porque los acontecimientos que extrae de su memoria son espantosos y exagerados.
Varsovia, de 1.000.000 a 1.000 en nueve semanas
Polonia tiene un rol principal en los horrores cometidos y sufridos durante la Segunda Guerra Mundial. El país fue el primero en ser invadido en una rápida y peripatética guerra contra las tropas nazis en septiembre de 1939 (aquiescencia soviética mediante), y vivió en primera persona los crímenes del Holocausto en campos de exterminio y concentración como Auschwitz o Treblinka.
A la altísima concentración de población judía en su territorio, especialmente en ciudades como Varsovia, Polonia añadía su carácter eslavo, raza por la que la doctrina nazi ostentaba un desprecio secular. El resultado fue la supresión total de las libertades previas al conflicto y una represión, en forma de horror y asesinatos en masas, que alcanzó su punto culminante en el gueto de Varsovia, donde decenas de miles de judíos se hacinaron en condiciones inhumanas.
A la altura de 1944, sin embargo, había cierta pátina de esperanza en el nublado horizonte de Europa del Este. Los avances del ejército soviético tras el triunfo de Stalingrado se interpretaron en muchas ciudades como la antesala de su propia liberación, y en Varsovia, cuando el Ejército Rojo había llegado a los suburbios externos, espoleó un alzamiento organizado por la resistencia que aspiraba a redoblar la presión sobre el control nazi.
Si la idea de la resistencia era atrapar a las fuerzas alemanas en una pinza insostenible desde fuera (vía tropas soviéticas) y desde dentro (vía partisanos polacos), sus esperanzas se vieron rápidamente ahogadas cuando el Ejército Rojo ordenó a sus tropas detener el avance sobre Varsovia. La circunstancia, largamente debatida en los círculos historiográficos, permitió a los nazis centrarse en la represión interna.
El resultado, nueve semanas después, fueron 25.000 soldados polacos ejecutados por los nazis ya fuera en actos de guerra o en fusilamientos sumarios y alrededor de 200.000 civiles aniquilados, a menudo de forma inmisericorde y cruel por parte de las tropas alemanas. Liberados de la presión soviética, los nazis pudieron destinar sus aún destructivas fuerzas a detener el alzamiento liberador. Y tras su victoria, el castigo fue atroz.
Al igual que en otras ciudades europeas de las que hubieron de retirarse, los nazis castigaron a Varsovia con la total destrucción física de su entramado urbano. Barrio a barrio, Varsovia fue derruida o dinamitada al 90%, y cuando los nazis se largaron de allí ante el avance irremediable del Ejército Rojo apenas quedaban 1.000 polacos en lo que antaño había sido una ciudad de un millón de habitantes.
Varsovia había dejado de existir.
Lo que sucedió al Alzamiento de Varsovia fue la progresiva reconstrucción, bajo cánones estrictamente soviéticos, de la hoy capital de la Polonia independiente. El espanto de la represión nazi, la actitud ponciopilatesca de las tropas soviéticas y el cuadro general de la Segunda Guerra Mundial en Polonia, junto a Bielorrusia la nación más castigada por el puro horror del Holocausto, hacen de cada 1 de agosto una fecha muy especial.
Y de ahí que la ciudad se detenga. Porque eso es exactamente lo que sucedió en 1944: su total paralización, su absoluta desaparición, su destrucción más extrema. No es algo que se olvide fácilmente, y es algo por lo que merece la pena parar al millón de habitantes de Varsovia.