El Londres victoriano, en plena era de expansión industrial y crecimiento demográfico sin precedentes, quedó asociado de forma perenne a la densa niebla que, con frecuencia, cubría sus calles. Con el paso de los años, Londres cambió. Y su testigo lo recogieron Pekín, Tianjin o Shangai, entre otras miles de ciudades chinas donde la contaminación es omnipresente. Lo supimos la semana pasada: alrededor de 4.000 personas mueren al día en el país asiático por la polución.
La cifra es alarmante, y en Europa remonta de forma directa a la época donde las fábricas y centrales térmicas aún se encontraban en el centro de las ciudades. En China aún están localizadas cerca de grandes núcelos urbanos, gigantescos dadas las proporciones demográficas del estado asiático. El estudio publicado por Berkeley Earth, un grupo de investigadores norteamericanos independientes, es claro: en base a los datos recopilados por 1.500 estaciones de medición, millón y medio de chinos podrían estar muriendo al año por causas derivadas de la contaminación de sus ciudades.
De Londres a Pekín: historia de la niebla
En porcentaje, representa alrededor del 17% de la tasa de mortalidad china. Cifra superior a la de otros países occidentales que ya atravesaron los mismos problemas hace un siglo. El ejemplo más evidente es Londres, ciudad espoleada a mediados del siglo XIX por el desarrollo industrial temprano de Inglaterra, el éxodo rural y la masificación de los centros urbanos. De repente, las ciudades inglesas se enfrentaron a nuevos retos energéticos y de abastecimiento. ¿Cómo lo solucionaron?
La contaminación como causa representa alrededor del 17% de la tasa de mortalidad china, una cifra parecida a la del Londres victoriano, donde los estudios cifran el porcentaje en aproximadamente el 20% (entre 1851 y 1860)
Dada la ausencia de tendido eléctrico, la única forma de abastecer a nivel energético a los cada vez más numerosos londinenses era ubicando las centrales térmicas en plena ciudad. Así, gigantescas plantas (Battersea, Bankside, Kingston upon Thames, Fulham) fueron construidas por las cuatro esquinas de la urbe. Todas ellas funcionaban con carbón. Sumadas a las plantas industriales privadas y al uso de carbón doméstico (calefacción), Londres se sumergió en the smog.
La ciudad había tenido diversos problemas de contaminación desde el siglo XVII, pero la industrialización lo exacerbó. Como consecuencia de la altísima polución derivada del consumo masivo de carbón (en 1854 la ciudad quemó alrededor de 60 millones de toneladas; en 1900, más de 180 millones), la insalubridad del aire provocó un repunte de la mortalidad por culpa de enfermedades respiratorias ¿Hasta qué punto? Hasta representar el 20% de las muertes en la década de los '50.
Hanon apunta que el volumen de muertes podría haber descendido entre un 13% y un 26% en caso de restar los efectos de la industrialización en Inglaterra
Son las conclusiones extraídas por W. Walker Hanon, historiador de la Universidad de California, en su reciente trabajo "Contaminación y mortalidad en el siglo XIX", centrado de forma específica en Inglaterra. Según su estudio, la contaminación provocaba el triple de muertes que cualquier otra enfermedad contagiosa en el Londres victoriano, en una escalada constante que no comenzó a decrecer hasta un siglo más tarde, a mediados del siglo XX.
A nivel histórico, se había tendido a menospreciar las consecuencias de la contaminación en la salud de los habitantes de Londres (y de otros centros urbanos industrializados de Europa). Por un motivo simple: de forma paralela al repunte de muertes provocadas por problemas respiratorios, se produjo un descenso progresivo de la mortalidad a nivel general, gracias a los avances médicos y a la prevención de enfermedades y epidemias varias. Quedó difuminada por la tendencia general.
Hanon apunta, en cualquier caso, que el volumen de muertes podría haber descendido entre un 13% y un 26% en caso de restar los efectos de la industrialización en Inglaterra. En global y entre 1850 y 1860, la contaminación habría provocado un repunte de hasta el 6,6% de la mortalidad. El estudio se basa en diversas variables y admite que existe una carencia de datos para emitir juicios más firmes, pero cree que más profundas investigaciones en el futuro revelarían números peores.
La contaminación causa muchas muertes
De modo lógico, Hanon no asume por defecto que todas las muertes por la insalubridad del aire se deban a la contaminación, pero ajusta sus resultados basados en diversas variables (el estudio es muy interesante, y merece la pena leerlo). Un ejemplo de cómo las enfermedades respiratorias aumentaron durante el siglo XIX: entre 1861 y 1870, Inglaterra y Gales contabilizaron más de 700.000 muertes relacionadas; entre 1891 y 1900, punto álgido del desarrollo industrial y del consumo de carbón, las autoridades registraron más de 1.000.000.
En el lado contrario, las muertes relacionadas por tuberculosis o por enfermedades neurológicas pasaron en los mismos periodos de más de 500.000 a 426.000. A vista de gráfico:
¿Qué está sucediendo en China? Algo parecido. Londres se enfrentó a estos problemas por la rápida industrialización acometida durante el siglo XIX. China, un país maniatado durante aquel periodo, no despegó a nivel industrial hasta después de la Segunda Guerra Mundial. A un alto precio. La factura se sigue pagando: la alta contaminación es una consecuencia natural de todo proceso industrialización. ¿Cuánto va a durar? Es complicado saberlo. Volvamos al Londres de ayer.
Un siglo después del periodo que estudia Hanon en su estudio, Londres vivió posiblemente el peor episodio de polución del aire jamás registrado. Es conocido como The Great Smog
Un siglo después del periodo que estudia Hanon en su trabajo, Londres vivió posiblemente el peor episodio de polución del aire jamás registrado. Es conocido como The Great Smog, y apagó la ciudad, de forma literal y figurada, durante cuatro días en diciembre de 1952. Londres aún mantenía parte de las centrales térmicas de antaño, y la quema de carbón constituía un elemento central a la economía de la ciudad. Además, los tranvías pasaron a ser de combustión y no eléctricos, y el vehículo privado se expandió. Sumado a un anticiclón, al invierno y a la ausencia de viento, boom.
Consecuencias inmediatas de The Great Smog: más de 4.000 personas perdieron la vida en cuatro días. Alrededor de 100.000 enfermaron a distintos niveles. Las cifras han sido objeto de estudio durante los últimos años, y un reciente estudio eleva el número de víctimas a 12.000. Londres quedó cubierta por una densísima capa de humo que limitaba la visibilidad a escasos metros de distancia y que se colaba incluso en teatros, edificios públicos y casas privadas. Las autoridades tomaron nota y, a partir de entonces, legislaron con dureza contra la polución.
Cómo (no) escapó Londres de su problema
Con anterioridad, Londres contaba con diversas leyes relativas a la contaminación, pero la insalubridad del aire fue el obligado precio a pagar para construir la dominante industria inglesa del siglo XIX. A partir del siglo XX y perdido el imperio tras la Segunda Guerra Mundial, la salud de los ciudadanos de Londres se puso por delante. Hoy la ciudad es más limpia (aunque no tanto, ahora veremos por qué) gracias a la labor legislativa del gobierno local. ¿Cómo salió Londres de the smog? Aquí hemos recopilado algunas de las medidas adoptadas por Reino Unido a lo largo del siglo XX.
Pese a todo, Londres no ha erradicado sus problemas. Ya no se quema carbón a gran escala, todas las centrales térmicas han sido reconvertidas o desmanteladas (la Tate Modern, uno de los museos más visitados de Londres, era la central térmica de Bankside) y las industrias se han desplazado a las afueras, pero el alto volumen de vehículos privados y públicos han ejercido de sustitutos. Entre todos, destacan los coches y autobuses diesel, muy contaminantes.
De hecho, si nos fijamos en las cifras, la contaminación continúa siendo una importante causa de mortalidad en Londres y Reino Unido. Un reciente estudio llevado a cabo por investigadores del King's College cifraba en más de 9.000 las muertes anuales como consecuencia directa de la polución (2010). A nivel nacional, las cifras varían entre 60.000 y 80.000, en función del estudio. Sobre el total de la población, el porcentaje es sospechosamente parecido a las cifras actuales de China (alrededor del 0,1%).
Pese a todo, es obvio que Londres es un lugar mucho más apto para acoger cualquier tipo de vida que cien o cientocincuenta años atrás. El Támesis, un río declarado biológicamente muerto a mediados del XIX, vive hoy una frondosa recuperación. La niebla de Londres es un fenómeno extinto, para bien, y la ciudad afirma no sin pompa estar dos pasos por delante del resto de homólogas occidentales en relación a la legislación contra la contaminación. Su historia, sin embargo, ha sido larguísima, y en absoluto está cerca de llegar a su final.
Pekín y otras ciudades chinas se enfrentan a problemas incluso más acuciantes. A las emisiones por carbón (China es el país que más consume en el mundo, y las centrales tienden a estar cerca de las ciudades) hay que sumar su aún no desmantelado potencial industrial y su alta demografía, condensada en grandes núcleos urbanos que superan con frecuencia los 5 millones de habitantes. Eso son muchos coches y autobuses. China tiene mucho trabajo por delante, por el bien de todos.
Imagen | Tony Kent