La depresión es un trastorno mental frecuente, el más frecuente casi con toda seguridad. Hoy, ahora mismo, afecta a 350 millones de personas en el mundo y a lo largo de nuestra vida afectará al 20.8% de la población. Es la principal causa de discapacidad, una enfermedad que apuntala la desigualdad de género y que lleva al suicidio a miles de personas cada año. La Organización Mundial de la Salud ha repetido incansablemente que es una de las grandes epidemias del siglo.
Es terrible. Pero, ¿Sabéis qué? Son sólo cifras. Hemos aprendido a vivir con las cifras y los datos. Muchas veces las estadísticas tienen un efecto analgésico: el problema está ahí, persiste, pero el dolor se difumina y desaparece. Eso que pasa con tantas enfermedades, pasa también con la depresión. No siempre podemos saber qué piensa, qué siente, qué teme una persona deprimida. Hoy tenemos esa suerte.
La depresión en contexto
Solemos pensar en la depresión como algo que uno tiene. Como si fuera sólo un mecanismo neuroquímico o un problema de funcionamiento psicológico. Pero, y esto es algo que habréis escuchado ya muchas veces, la depresión no es una cosa. La forma más sensata de entenderla es como una adaptación a las circustancias de nuestra vida, como una situación: una situación sin alicientes que afecta a nuestra neuroquímica, a nuestra psicología y a nuestro entorno.
Disponemos de tratamientos muy eficaces para la depresión. Lamentablemente, sólo la mitad de las personas con depresión en los países desarrollados reciben algún tipo de atención - cosa que no significa que reciban un tratamiento eficaz. Y «en muchos países esa cifra es inferior al 10%», dice el doctor Shekhar Saxena, director de Salud Mental de la OMS. Es decir, en el mejor de los casos hay 200 millones de personas que hoy en día sufren depresión mayor y no reciben ningún tipo de ayuda. Pero Saxena es, lamentablemente, muy optimista
Y el mayor problema es precisamente que la imagen distorsionada y parcial que tenemos de la enfermedad mental nos impide ayudar a los que sufren cerca de nosotros. Todas las enfermedades tienen estigmas. En los días más negros de la epidemia de ébola, muchas personas murieron de malaria por miedo a que si iban al médico por la fiebre se les diagnosticara ébola. El ébola tenía tal estigma durante que tenerlo conllevaba ser apartado de tu familia y amigos; ser, por decirlo crudamente, extirpado de tu vida.
El estigma en las enfermedades mentales es más sutil, más delicado, más difícil de combatir; pero está ahí. Seguramente porque no la entendemos bien, la enfermedad mental es un tema incómodo, algo de lo que no se habla y que se esconde. Hay quien llega a dudar de si son siquiera enfermedades. Es comprensible, porque es fácil olvidar que hay una cosa que tienen en común todas las enfermedades sean del tipo de sean: el dolor. Cualquiera que haya visto el sufrimiento de la enfermedad mental sabe que es tan real como cualquier otra.
La depresión en primera persona
Pero se nos olvida. O peor, convertimos la enfermedad mental en un recurso retórico. Como decía al principio, las palabras genéricas y las estadísticas tiene un efecto tranquilizador: es difícil empalizar con lo abstracto. Hace unos días, @undxxrage nos recordó qué significaba realmente, en carne y hueso, tener depresión.
Siempre hay una luz al final del tunel
Ahora bien, no debemos hacernos una idea equivocada: hoy por hoy, podemos curar la depresión, existen tratamientos muy eficaces y hay muchísimos profesionales dedicados a ello. Eso no quiere decir que sea fácil ni mucho menos que sea una simple cuestión de fuerza de voluntad.
El mayor problema de la depresión es que es tremendamente contraintuitiva: lo que hasta hace poco nos entusiasmaba deja de tener sentido. Puede que incluso ahora cause dolor."La –loable– intención de querer hacer sentir mejor a los demás es un camino lleno de complejidades donde las cosas no siempre son tan obvias como puedan parecer en principio". Es más puede ser contraintuitiva. Por eso al drama de la enfermedad, hemos de sumar la impotencia de los que la rodean.
Precisamente por eso no debemos olvidar que, por muy oscuro que parezca el futuro, siempre hay una mano que nos puede ayudar. No demos nunca la batalla por perdida.
Imágenes | Bio Chemistry Research, Lloyd Morgan
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