La extravagante idea de Egipto de construir una nueva capital en medio del desierto

El Cairo no es una de las ciudades más antiguas del mundo, pero sí una de las más emblemáticas del mundo árabe y una de las más habitadas del planeta. Su cercanía a monumentos egipcios de proyección universal le convierte en un nodo del turismo internacional, y su carácter cosmopolita le asegura una posición económica y cultural preferente en el orbe Mediterráneo. A priori, parecería una locura desprenderse de semejantes atributos en pro de una nueva ciudad que ejerza de capital de Egipto. Y sin embargo, así lo desea el gobierno egipcio.

Sí: Egipto se está planteando seriamente abandonar a El Cairo a su suerte y construir una nueva capital un puñado de kilómetros más allá, en el interior del desierto, partiendo de la más absoluta nada. La idea del gobierno egipcio, que encuentra numerosos referentes en la historia de la humanidad, parece hoy, en pleno siglo XXI y con la posición adquirida de El Cairo, tan extravagante como abrumadoramente costosa, y lo es. ¿Pero qué motivos empujan a un gobierno a ejectuar un plan tan radical y brutal como este?

Diversos, desde la pérdida de credibilidad de la junta militar que gobierna el país hasta las infinitas posibilidades que, en el plano ideal, permite la construcción de una megalópolis desde cero. Una estructura urbana adecuada a las necesidades del nuevo siglo, más espacios verdes, mejores soluciones habitacionales, menos dependencia del coche, etcétera. La cuestión, claro, consiste en cómo se implementan tales ideas. Si es que se implementan.

¿Nuevo Cairo? Las cifras de la capital sin nombre

El proyecto es relativamente nuevo, aunque ya se presentó hace un año de la mano del ministro de Vivienda, Mostafa Madbouly, quién adelantó algunos de los detalles de la futura e ideal capital de Egipto: a un puñado de kilómetros de El Cairo pero fuera del cauce del Nilo, en pleno desierto, serviría de nodo político y financiero a los dos ejes económicos del país: el Canal de Suez y el rico pero convulso delta del río más largo del mundo. El objetivo, llenar la nueva ciudad con alrededor de cinco millones de egipcios provenientes de El Cairo.

Según las estimaciones del gobierno del país, El Cairo cuenta con unos 18 millones de habitantes, cifra que posiblemente se duplique en el plazo de cuarenta años. No son estimaciones particularmente aventuradas: la totalidad del continente africano cuenta con altas tasas de natalidad, a lo que hay que sumar el permanente traslado de poblaciones más pobres actualmente asentadas en el campo al corazón de las ciudades.

¿Cómo solucionar el inmenso reto demográfico y logístico, amén de político y social, al que se enfrenta una ciudad ya de por sí caótica como El Cairo? Sencillo: no solucionándolo por sí misma, y habilitando una vía de escape. La nueva ciudad, para la que aún no hay nombre, aspiraría así a ocupar aproximadamente el espacio de Shanghai y Chicago, solo que para una población sensiblemente menor (aunque nada despreciable). 700 kilómetros cuadrados, 2.000 escuelas, más de 600 centros de salud. Cifras mareantes.

La talla del proyecto así lo exige. Quién mejor que los encargados de construir la visionaria torre más alta del mundo para tal tarea. Será la empresa Capital City Partners, propiedad de Mohamed Alabbar, el jeque árabe detrás de la financiación del Burj Khalifa, quienes afronten inicialmente el diseño de la ciudad. Sobre la financiación, eso sí, hay diversas cuestiones a tener en cuenta: la ciudad costará alrededor de 45.000 millones de dólares (es la estimación del gobierno: es posible que se vaya a cifras superiores), y es inviable que las resentidas arcas de Egipto, de capa caída económica desde los hechos de 2011, se lo puedan permitir.

¿A quién mirar? Al lugar al que está mirando la práctica totalidad de África de un tiempo a esta parte: a China. Diversas empresas y fondos de inversión del gigante asiático ya han asegurado alrededor de 15.000 millones de inversión, y podría ir a más en el futuro. China no tiene reparos en ganarse una posición preferente en el nuevo nodo político y económico que controlará el siempre clave Canal de Suez, además de seguir forjando alianzas comerciales con países africanos que están desesperados por nuevas inversiones.

Las construcciones, al parecer y según se explica aquí, ya han comenzado, aunque de momento se circunscriben a aspectos de infraestructura. En el interior de la ciudad aún sin nombre se espera incluir un aeropuerto más grande que Heatrhow, una zona de ocio cuatro veces más grande que Disneyland y un parque el doble de grande de Hyde Park. El objetivo es huir de El Cairo a toda costa. ¿Pero por qué tanta urgencia grandilocuente?

Huir de los problemas en vez de arreglarlos

Por un lado, hay que entender el estado actual de El Cairo, una ciudad que ha experimentado un crecimiento urbano sin precedentes durante las últimas décadas. Espoleada por la mejora de las condiciones económicas de Egipto desde su independencia, El Cairo se ha convertido con velocidad en un punto de atracción para la numerosa población del país, cada vez menos agrícola. Pero la naturaleza rápida y poco planificada de su crecimiento ha deparado en un enorme caos urbano en el que la ciudad ha sucumbido poco a poco.

Así, El Cairo se ha convertido en un gigantesco amasijo de barrios con cero diseño a sus espaldas, una altísima densidad demográfica y una carencia evidente de recursos y servicios para sus barrios más pobres. La ciudad lleva años batallando contra esto.

Una de las soluciones ha sido, precisamente, la construcción de pequeñas nuevas ciudades alrededor de El Cairo, experimentos en miniatura de la ciudad del futuro que el gobierno aspira a construir. Estos barrios, ubicados a menudo muy lejos del valle del Nilo y en las postimetrías del desierto, han tenido como finalidad repartir mejor a la población y descongestionar el saturado centro, pero en la mayor parte de los casos no se han visto acompañados de programas públicos que faciliten servicios básicos como agua o transporte.

¿Resultado? Mientras la población pobre empujada a las afueras vive en malas condiciones y depende de elementos como el coche a los que no tiene acceso, aquellas familias más acaudaladas que sí se han trasladado sí disfrutan de condiciones más ventajosas, gracias a que han podido adecuar sus barrios o viviendas. La idea detrás de la nueva capital, de hecho, podría ser semejante: extraer a la clase más acomodada de El Cairo y ofrecerle una nueva ciudad más oxigenada y renovada en la que vivir.

El Cairo.

Parte de las críticas vertidas al megaproyecto surgen de ahí: el gobierno desea crear un lugar óptimo para inversores internacionales extranjeros y para la élite El Cairo, mucho antes que solucionar los problemas urbanísticos reales de su población (reales y muy acuciantes).

¿Funcionará el proyecto, veremos un Nuevo Cairo más moderno y funcional, aplicando las enseñanzas del urbanismo del siglo XXI en apenas tres décadas? Es imposible de saber. Egipto atraviesa un momento de inestabilidad y hay quien observa en el proyecto una forma de desviar la atención sobre los problemas económicos del país y la creciente impopularidad del gobierno y de Al-Sisi, cuyas maneras represivas y autoritarias sólo han contenido parcialmente a la oposición, que no su descontento.

Hay antecedentes, y el traslado de la capital de un país a una nueva ciudad no es en absoluto nuevo. Brasil, Australia o Nigeria son tres ejemplos que pueden resultar válidos, pero las enseñanzas de ambos indican que Egipto tendrá que invertir de forma muy inteligente para no caer en sus mismos errores. En un cuarto de siglo lo podremos comprobar.

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