La historia de Sarah Rector, la niña negra que recibió decenas de peticiones de mano de hombres blancos

Prepárate para descubrir una historia como la de OJ Simpson, una en la que las confluencias entre fama, raza y dinero complican las cosas en la nación en la que buena parte de la cultura personal (y por tanto, el trato que se te profesa) parece estar implícita en el color de tu piel.

Sarah Rector, nacida en Oklahoma en 1902, es la hija de dos afroamericanos descendientes lejanos a su vez de la tribu ameriindia de los muscogui o los Creek (los bisabuelos de Sarah habían sido esclavos de otros muscogis). Los Rector se beneficiaron del Tratado de 1866 por el que, entre una de las medidas para abolir la esclavitud, se le concedería ciudadanía y territorio de la zona a los creeks, ya que eran una entre las consideradas Cinco Tribus Civilizadas. Sarah, padre, madre y sus cinco hermanos recibieron amplias hectáreas de territorio de Taft, Oklahoma, en mitad del proceso de consagrarse como Estado.

La familia Rector.

Por supuesto, su clase era tan baja que las tierras que se les procuró eran las que los organismos oficiales consideraron de menor valía: las mejores parcelas se reservaban para los hombres blancos y ameriindios de sangre auténtica. Aunque los Rector vivían con relativa comodidad económica, el padre de Sarah estaba harto de pagar las tasas anuales por propiedad de las tierras de la pequeña, unos 30 dólares al año. Sus lindes eran improductivas, así que se intentó deshacer del territorio, sin suerte.

Como última solución la familia llamó a Standard Oil Company para que hiciera unas pruebas de viabilidad en el suelo. Y encontraron la cueva del tesoro, casi literalmente. En febrero de 1911 se estaban sacando de las tierras de Sarah 2.500 barriles al día. Eso eran 300 dólares al día, el equivalente de hoy a 8.000 dólares. Se ganó, claro, el sobrenombre de la “niña de color más rica del mundo”. Y todo cambió para siempre.

La separación legal y la fama

Para empezar, se la quiso separar legalmente de sus padres. Por aquella época, los indios de sangre pura, los adultos negros y los niños de cualquier raza debían tener un tutor o guardián blanco respetado para los trámites económicos y administrativos. Sarah, como niña de sangre mixta, no entraba en ninguna de esas categorías, pero se presionó para que la custodia pasase ahora a manos de un blanco de la zona amigo de la familia y muy respetado por la comunidad.

También los periódicos afroamericanos empezaron a crear propaganda falsa sobre el caso, y publicaron infamias sobre la familia, diciendo que era una inmigrante blanca injustamente secuestrada por los Rector a la que habían forzado a vivir en la pobreza, entre harapos, con problemas de salubridad y sin recibir educación.

Con el tiempo, y debido a su nivel de renta, la Legislación del Estado la declaró una persona blanca, cosa que le servía entre otras cosas a considerarla de salud óptima (se creía que los negros tenían una peor salud congénita) para viajar en los vagones de primera clase.

Pero no solamente empezaron políticos y medios a estar preocupadísimos por las condiciones de vida y la auténtica procedencia de Sarah Rector, sino que muchos hombres encontraron en esta niña de 12 años un interés conyugal. Decenas de hombres le enviaban cartas, flores y otros regalos a su casa, y recibió propuestas de matrimonio de diversa procedencia, incluso cuatro cartas de respetados hombres alemanes que desde su país habían escuchado noticias sobre el atractivo de la chica.

Poco se sabe de los sentimientos de esta niña por aquel entonces, pero sí se sabe que la presión externa se acabó sofocando, en parte gracias a la intervención de Washington para que la familia pudiera vivir su vida a su manera. Los Rector se trasladaron a Kansas y vivieron una vida cómoda en una casa con habitaciones para cada miembro de la familia e incluso un automóvil.

Posteriormente la niña terminó sus estudios en el instituto, y para sus 18 años ya tenía una fortuna de más de un millón de dólares, que invirtió en bolsa, tierras, una gran casa y algún que otro local.

El crack del 29 causó el cataclismo en sus finanzas, como le ocurrió a tantos otros estadounidenses, pero consiguió mantener una economía holgada que le permitía tener una vida social activa que, según cuentan, incluía noches de fiesta y muchas multas por exceso de velocidad. Por su restaurante pasaron varias noches artistas de la talla de Count Basie y Duke Ellington. Murió felizmente a los 65 años. Ya a ojos de todos, siendo una mujer negra.

Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com

VER 0 Comentario

Portada de Xataka