Entre pincelada y pincelada, Richard Dadd (pintor victoriano) concibió la inquietante idea de que su padre era la reencarnación de un diablo. Durante un paseo estival por el campo en 1843 lo mató a cuchilladas. Se fugó. Poco después la policía lo apresaba en Francia.
Harto de reivindicar sin que nadie le hiciera el menor caso que él, en realidad, era San Pablo, a principios de 1790 John Frith intentó agredir al rey George III de Inglaterra con una piedra.
La última gota de energía que quedaba en las venas de Eliza Josolyne se congeló en el invierno de 1857. Única sirvienta en una casa con una veintena de cuartos, Josolyne (de 23 años) tenía que encargarse de que todos los rincones estuvieran limpios y ordenados. Cuando en enero le ordenaron además que mantuviese vivos los 20 fuegos que calentaban su débil equilibrio saltó por los aires.
Las historias de Richard, John y Eliza tienen personajes, escenarios y fechas distintos, pero comparten el mismo final: el Bethlem Royal Hospital, uno de los psiquiátricos más famoso del mundo y el que más ha contribuido a crear el mito del manicomio de pesadilla. También uno de los más antiguos. Desde su fundación, en el siglo XIII, y hasta que entre el XVIII y XIX empezaron a modernizarse sus terapias, el sanatorio londinense dejó capítulos funestos.
Durante años más que un hospital fue casi un "zoo humano", una galería a donde los ricos de Londres acudían en tropel para (previo pago de un chelín por entrada) disfrutar del espectáculo de los "locos". En 1681 los gobernantes se referían sin sonrojo a los pacientes como "lunatickes", una mezcla de "lunático" y "tickets". A la humillación pública se sumaban un trato cruel y condiciones deplorables.
La leyenda negra del Bethlem se ha replicado mil veces en la literatura y en 1946 inspiró a Mack Robson para su película Bedlam, Hospital Psiquiátrico. Hoy es un centro respetado en Reino Unido, pero aún no ha conseguido sacudirse del todo ese pasado funesto.
De vez en cuando asoma desde la esquina más insospechada. Hace cinco años los obreros que trabajaban en el Crossrail de Londres (un tren subterráneo para mejorar la comunicación de la City) se toparon con una sorpresa poco agradable: huesos. Un montón de huesos humanos. Al investigar se descubrió que pertenecían al antiguo cementerio del psiquiátrico. Entre las fosas comunes con internos del Bethlem y los cadáveres que dejó la peste negra se calcula que podría haber 4.000 esqueletos.
Bethelem, el remoto origen de todo
El origen del psiquiátrico se remonta a 1247. Simon FitzMary, antiguo alguacil de Londres, donó un terreno en Bishopsgate para levantar un asilo al que se bautizó Priory of St. Mary of Bethlehem. De ese nombre derivaron las abreviaturas Bethlem y Bedlam, hoy sinónimo de alboroto y caos. En esa ubicación se alza ahora la estación de Liverpool Street. Décadas después el centro ya aparece citado como hospital y hacia 1400 acogía pacientes internos. En 1547 Enrique VII tomó la decisión de entregarlo a la ciudad de Londres para que acogiese a sus enfermos mentales.
A lo largo de los siglos y a medida que su actividad aumentaba, el psiquiátrico fue cambiando de lugar. Cuando en 1676 el antiguo edifico medieval se quedó pequeño, el hospital se mudó a uno nuevo y opulento situado en Moorfields. Su creador, Robert Hooke, quiso que fuera el Versalles de Londres y tiró la casa por la ventana: proyectó una fachada de 165 metros de largo, columnas corintias, torre con cúpula, jardines... "Era un contraste: esa grandiosa fachada y lo sombrío de su interior", explicaba en 2017 a la BBC Mike Jay, autor de This Way Madness Lies.
Grandioso, pero una ruina total. La pesada fachada no tardó en resquebrajarse y el hospital sufrió graves filtraciones. Escritores como Thomas Browne dudaban de si los "locos" eran los internos o los responsables de aquel despropósito.
El psiquiátrico se trasladaría aún dos veces más. En 1815, a St. George´s Fields, en Southwark, a un inmueble que desde 1936 ocupa el Imperial War Museum. Y en 1930 a Beckenham, su ubicación aún hoy. Durante su periplo pasó por todo tipo de manos. Hacia finales del siglo XVI, Jaime I puso al frente del hospital a su médico Helkiah Crooke. Se sospecha que el galeno era tan bueno con el bisturí como con la saca. En 1632, una década después de asumir el cargo, fue retirado entre acusaciones de corrupción y de descuidar sus obligaciones.
Bethlem no es recordado sin embargo por el estridente proyecto de Hooke o las corruptelas de sus responsables. Lo es por las cadenas, encierros y castigos que padecían los pacientes. No siempre del mismo modo. Hacia finales del siglo XIX entre sus paredes se "recetaba" la terapia de rotación, una práctica supuestamente inspirada en las teorías de Erasmus Darwin, abuelo del famoso naturalista autor de El origen de las especies: sentar al paciente en una silla suspendida en alto para que girase y girase durante largas sesiones.
A lo largo del XVIII tampoco eran extraños los baños fríos o grilletes. De Edward Wakefield (pionero en la colonización de Nueva Zelanda) se cuenta que hablaba horrorizado de los hombres desnudos, hambrientos y encadenados a las paredes que se topó durante una visita a Bedlam en 1814.
Atracción de feria para la burguesía
Por un chelín los visitantes podían recorrer el psiquiátrico como si de un zoo se tratara. Durante al menos un período, los internos se exponían al público. Tampoco era inusual que se les permitiese azuzarlos. "En aquella época (1610) no había nada extraño en animar tal espectáculo: visitar Bethlem era visto como algo edificante por las mismas razones por las que lo era asistir a los ahorcamientos", explica a la BBC Jonathan Andrews, autor de The History of Bethlem. La tradición asegura que por los pasillos del funesto sanatorio llegaron a pasar hasta 96.000 visitantes en un solo año.
Por el psiquiátrico pasaron también diferentes personalidades. En 1732 el pintor William Hogart empezó una serie de ocho lienzos que terminaría dos años después y en los que se puede seguir el declive de Tom Rakewll, un bon vivant que dilapidó la abultada herencia de su padre en el juego, prostitutas y una vida lujosa. La serie termina con Tom consumido y desesperado en una lúgubre sala de Bedlam.
Los magnicidas (todos frustrados) Edward Oxford y Margaret Nicholson fueron recluidos igualmente en el sanatorio. El centro "alojó" incluso a artistas reconocidos, como Dadd, Louis Wain o Jonathan Martin. Durante varios años fue el hogar del dramaturgo Nathaniel Lee.
Con el paso del tiempo las prácticas en Bedlam fueron modernizándose. En 1684 el brillante médico y anatomista Edward Tyson asumió su dirección y decidió aplicar mejoras: contrató enfermeras y creó un fondo para ayudar a los pacientes más pobres, que no tenían ni para ropa. En 1852 la llegada del doctor William Charles Hood fue igualmente decisiva para el cambio de rumbo. Durante diez años trabajó con intensidad con el fin de mejorar las condiciones del psiquiátrico y, en especial, para que se segregase a los criminales dementes.
Sus orígenes en el siglo XIII convierten a Bedlam en uno de los psiquiátricos más antiguos del mundo. Algunos autores consideran que es el pionero, aunque esa afirmación está lejos de suscitar unanimidad. El catedrático de Psiquiatría J.J. López-Ibor sostiene, por ejemplo, que ese honor lo ostenta un hospital fundado por el padre Jofré en Valencia en 1410. La clave, explica, es que tras sus paredes "los internos eran considerados enfermos y sus actividades estaban destinadas a aliviarlos y, cuando eso era posible, curarlos".
Aunque St. Mary de Bethlehem se puso en marcha en 1247 y albergaba personas con patologías mentales ya desde 1377, no sería hasta 1473 cuando se les empieza a dar "asistencia propiamente médica". Si fue siempre de calidad o humanitaria hasta el XVIII… Esa es otra cuestión.
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario