Juan Manuel Santos ha sido galardonado hoy con el Premio Nobel de la Paz por su principio de acuerdo con las FARC para cesar el secular conflicto armado. Una excelente noticia para Santos, pero una paradoja monumental: Santos, en realidad, aún no ha logrado la paz. El acuerdo alcanzado con la guerrilla, que tenía carácter de reforma constitucional, no fue aprobado por la mayoría de los votantes colombianos, lo que ha provocado un impás en la negociación y un manto de incertidumbre sobre el inestable país latinoamericano.
Sin embargo, que Santos haya obtenido el Nobel de la Paz aun cuando la paz continúa siendo una incógnita en Colombia no debería ser tan sorprendente. La academia tiene una larga tradición de utilizar el galardón como resorte y mecanismo de impulso para acuerdos duraderos, y de tener un ojo acaso tuerto a la hora de premiar a políticos y figuras que, años después, mostrarían su más evidente fracaso en su búsqueda de la paz. Santos es sólo el último ejemplo de su instrumentalidad política y de, en última instancia, falibilidad.
Veamos otros.
Los responsables del tratado de Locarno (1925 y 1926)
Austen Chamberlain, Charles Dawes, Aristide Briand y Gustav Stresemann fueron premiados entre 1925 y 1926 por sus contribuciones a la paz europea en el complejo escenario de post-guerra tras la Primera Guerra Mundial. Dawes y Chamberlain fueron los arquitectos del plan Dawes, una reestructuración de la economía alemana que permitiría al hiperinflacionado país recuperar cierta senda de crecimiento y prosperidad, a cambio, eso sí, de depender de forma notable del ciclo económico de otros países del mundo.
Briand y Stresemann fueron aplaudidos por el Tratado de Locarno, que doce años después del inicio del conflicto debía asentar la estructura territorial de los nuevos estados europeos y prevenir un nuevo conflicto bélico. Huelga decir que Locarno pasó a la historia poco después como uno de los papeles mojados más inservibles de siempre y que el plan Dawes tuvo que ser reemplazado en 1929 por otro distinto dada la tremenda crisis económica de Estados Unidos y sus devastadores efectos en Alemania, a nivel político y social.
Henry Kissinger y Lê Đức Thọ (1973)
El caso de Kissinger y Lê Đức Thọ es significativo primero por la naturaleza de ambas personalidades: representantes del gobierno estadounidense y de las fuerzas revolucionarias comunistas vietnamitas, ambos habían jugado un papel clave para el inicio de la Guerra de Vietnam. Ser premiados por poner fin al conflicto que ellos mismos habían entablado tenía un carácter contradictorio que manifestaba la mera voluntad política del evento, al margen de los auténticos esfuerzos por la paz de Kissinger y Thọ.
Por otro lado, la Guerra de Vietnam ni siquiera había finalizado en 1973. La violencia se prolongaría durante un año largo más, en el que las tropas estadounidenses, derrotadas en un conflicto que marcaría a toda una generación, abandonarían el país. Premiados por sus méritos en favor de una paz inexistente, su caso es quizá el más paradigmático de la delicada naturaleza del Premio Nobel de la Paz.
La situación fue tan particular que el propio Lê Đức Thọ rechazó el galardón. sa
Frank B. Kellogg (1928)
Por su pacto Kellogg–Briand, también conocido en inglés como "General Treaty for Renunciation of War as an Instrument of National Policy". La fecha da una pista de lo aventurado de su resolución: 1928, a apenas diez años del inicio de la Segunda Guerra Mundial. La muy loable idea tuvo un fuerte carácter inspiracional posterior, sin embargo, y condenó a la guerra como forma de resolver conflictos internacionales. Pero firmado por Alemania y Japón entre otros, fue otro papel mojado.
Arafat, Peres y Rabin (1994)
Quizá el ejemplo paradigmático de cómo el Nobel de la Paz también se puede entregar a aquellas personalidades que han fracasado en su intento de obtener paz alguna.
Reunidos en Oslo de forma secreta durante semanas y con el objetivo de poner fin al larguísimo conflicto entre palestinos e israelíes, Yasser Arafat y Yitzhak Rabin negociaron un reparto territorial provisional para la construcción de un estado Palestino tanto en Gaza como en la Franja de Cisjordania. El objetivo era desmilitarizar la región y terminar con la violencia. No funcionó: los acuerdos de Oslo se toparon con numerosas resistencias internas que no aceptaban los términos ni las cesiones de uno u otro bando, ya fuera por considerarlas demasiado generosas o demasiado conservadoras. Fueron un fracaso.
Pese a ello, los tres recibieron el premio Nobel de la Paz, con el objetivo de propulsar la paz en una región que ha adolecido de ella desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Barack Obama (2009)
Uno de los Premios Nobel más criticados. Apenas un año después de alcanzar la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama era galardonado por la academia noruega por sus esfuerzos en poner a la diplomacia multilateral encima de la mesa como herramienta de negociación política internacional. Por aquel entonces, Obama no había logrado ninguna paz al uso, y sólo el paso del tiempo y los logros de Obama tanto en Cuba como en Irán, que han sido pasos significativos en la normalización de las relaciones de los implicados, restan sombras al título.
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