La mística y salvaje Escocia de finales del siglo XIX, retratada en 21 fotografías a todo color

Escocia es aún hoy uno de los rincones más singulares de la geografía europea. Constreñida a la parte más septentrional de Gran Bretaña, sus ciudades son grises y oscuras, sus campos ven poco el sol, y sus montañas, taimadas con el paso de los milenios, son bajas y verduzcas. Repleta de lagos y pequeños valles, deshabitada en su mayor parte, Escocia y sus Highlands suelen ser destinos predilectos por su carácter salvaje y por su aspecto místico.

Si es así hoy, en plena era de las comunicaciones, lo era aún más a finales del siglo XIX. Progresivamente industrializada, Escocia era aún un territorio natural virgen al cabo del siglo. Estas fotografías de tomadas por diversos fotógrafos que trabajaron para la Detroit Publishing Company, la principal compañía del mundo en la producción de imágenes fotocromo, muestran cómo era la Escocia antes de la modernidad.

Hemos hablado de la técnica fotocromo en otras ocasiones en Magnet, especialmente a la hora de recopilar otras colecciones de la Detroit Publishing Company como esta de Venecia o esta de Constantinopla. En el caso de Escocia, lo novedoso es el paseo a través de los paisajes de su época, y no tanto el retrato urbano. Al igual que en los casos anteriores, algunas imágenes, especialmente las costeras, se asemejan más a cuadros coloreados por su carencia de detalles y texturas. Pero siguen siendo impresionantes.

La isla de Ailsa Craig, con su importante cantera de granito al frente. Se encuentra en la costa occidental de escocia, a unos 16 kilómetros del fiordo del Clyde.
Construido en el siglo XIII, el castillo de Caerlaverock fue destruido de forma notable durante las guerras de independencia escocesas. En la imagen aparece parcialmente derruido, pero fue reconstruido posteriormente y, hoy, está plenamente restaurado.
El castillo de Carrick, una pequeña construcción otrora más boyante, edificada en el siglo XV.
El clásico paisaje escocés. A finales del siglo XIX, una mayoría de escoceses en las costas y en el campo continuaban dependiendo de un sector primario muy relevante. Pesca y ganadería han sido los sustentos clásicos de la población escocesa.
Dos vacas de las Highlands, célebres en todo el mundo por su espeso pelaje y por el característico flequillo que le cae entre los cueros y que le tapa los ojos.
La calle mayor de Dumfries, una de las principales ciudades del sur de Escocia, en su costa occidental.
El castillo de Dunnottar, en la costa oriental de las Highlands escocesas. Ubicado frente a unos espectaculares acantilados, es una de las fortalezas medievales de mayor trascendencia histórica en Escocia por sus naturales condiciones defensivas. Hoy está restaurado y parte de los edificios supervivientes listados como patrimonio nacional.
El centro de Dunoon.
Las ruinas fantasmagóricas del castillo de Dunoon, construido en el siglo XII.
El centro de Edimburgo, la capital cultural de Escocia. Mientras Glasgow afrontaba durante estos años una incipiente y muy profunda industrialización, Edimburgo se mantuvo y pervivió después como una ciudad de carácter más universitario y cultural.
Lo que no significa que la industrial Glasgow no mantuviera sus importantes instituciones culturales. La Universidad de Glasgow, en la imagen, siguió siendo uno de los nodos académicos de Escocia durante este periodo.
Si la ganadería constituía un elemento central a la vida rural, también jugaba su papel en las ciudades. En la imagen, vemos a centenares de granjeros tratar de vender su ganado en Dumfries, una de las ciudades más importantes del sur de Escocia.

La geografía típicamente escocesa queda retratada aquí con gran detalle. Desde los castillos abandonados y edificados entre los siglos XIII y XV, herencia de las guerras y las batallas que la Escocia independiente tuvo que afrontar frente a Inglaterra hasta su entrada en el Reino Unido en 1707, hasta la vida apacible, pesquera y campesina, de muchas de sus pequeñas ciudades. Pasando, claro, por la vasta colección de colinas, ríos y lagos que tan bien representan el lluvioso, bello paisaje escocés.

La playa de Helensburgh. El baño en las playas como forma de ocio avanzó en los meses del verano conforme los derechos obreros se aumentaron durante el siglo XIX.
Antes que un castillo, Inveraray, edificado sobre las ruinas de una antigua fortaleza, sirve como residencia para una de las muchas familias acaudaladas y nobiliarias de Escocia.
Las ruinas de la abadía de Lincluden, cerca de Dumfries. Una estampa digna de una evocación romántica de David Caspar Friedrich.
La playa de Portobello, repleta de bañistas, en Edimburgo.
Un río cerca de Kirkcudbright.
La pequeña ciudad portuaria de Rothesay.
A finales del siglo XIX, Reino Unido era el país más avanzado de toda Europa a nivel tecnológico e industrial. Abajo a la derecha, esto se manifiesta en el ferrocarril que atraviesa la coqueta ciudad de Sterling, al fondo.
El castillo de Threave, del siglo XV.
El muelle recreacional de Dumfries.
Y el monumento a William Wallace, héroe nacional escocés y hombre de condiciones casi mitológicas. El monumento, situado sobre una colina en forma de torre, es un ejemplo perfecto de cómo el sentimiento nacionalista había atrapado a Europa a finales del siglo XIX. Escocia, pese a pertenecer al Reino Unido, jamás dejó de tener una identidad nacional diferenciada.

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