Hace seis años, en una entrevista con el diario mexicano La Jornada, Fidel Castro reconocçia la sistemática discriminación a la que la comunidad LGBT se vio sometida en la Cuba post-revolucionaria. "Si hay que asumir responsabilidad, asumo la mía. Yo no voy a echarle la culpa a otros", contaba. Las declaraciones y el tono de la entrevista fueron sorprendentes: no todos los días el líder de un régimen autoritario reconocía su naturaleza represiva, en mayor o menor grado. En este caso, dirigida contra los homosexuales de la isla.
"Sí, fueron momentos de una gran injusticia, ¡Una gran injusticia! La haya hecho quien sea. Si la hicimos nosotros, nosotros", aseveró. Castro se refería a los campos de trabajo que, durante los sesenta y en un contexto de alta tensión, el régimen castrista instaló en la provincia de Camagüey con el objetivo de aislar y concentrar a diversos elementos potencialmente disidentes del régimen. Hubo miembros de sectas religiosas, intelectuales disidentes y numerosos homosexuales, además de diversos disidentes y objetores de conciencia.
De forma particular, el relato histórico sobre las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, denominadas así por el gobierno cubano, se ha centrado en las penurias sufridas por el colectivo LGBT. Las UMAP eran, en rigor, campos de trabajo forzado en los que alrededor de 30.000 jóvenes fueron recluidos entre 1965 y 1968. De manera formal, el gobierno cubano los definía como espacios de trabajo en el campo para todos los jóvenes que o bien no estaban en condiciones de cumplir el servicio militar o bien no lo deseaban.
Pese a su carácter general y al relativo menor número de homosexuales, sobre el total, que pasaron por las UMAP, los campos de trabajo han pasado a la historia como símbolo de la represión del colectivo LGBT.
Las UMAP: un método de control social más
En sus orígenes, las UMAP, según los escasos estudios realizados hasta la fecha sobre su naturaleza, tenían un propósito de control y represión por parte del gobierno cubano a los elementos más divergentes con la ideología del régimen. A través de citaciones falsas para pasar revisión de cara al servicio militar obligatorio, los seleccionados por las autoridades comunistas los dirigían posteriormente a los diversos campos de trabajo de Camagüey, obviando su entrenamiento militar en los campos destinados a ello.
Una vez allí, la descripción de las condiciones de vida y labor varía, pero hay patrones comunes. Un trabajo del cubanoamericano Joseph Tahbaz, historiador, relata cómo los trabajadores forzosos tenían un pequeño salario equivalente al del servicio militar obligatorio y contaban con algunos domingos libres. Pasaban largas horas de sol a sol trabajando el campo (caña de azúcar, fundamentalmente) y compaginaban sus tareas en el campo con charlas de concienciación. La represión era variable en función del guarda y del recluso.
El carácter del campo no era letal (sin embargo, 500 reclusos terminaron en el psiquiátrico, más de 70 fueron fusilados o conducidos a la muerte a través de la tortura y más de 180 cometieron suicidio), y de cara a los homosexuales, su principal función era curar o erradicar su orientación sexual. Para ello, según relataron posteriormente internos como el dramaturgo homosexual Héctor Santiago, "a veces te dejaban sin agua y sin comida durante tres días mientras te mostraban fotos de hombres desnudos, y luego te daban comida y te mostraban fotos de mujeres". Santiago relata descargas eléctricas y otros tratamientos.
El régimen publicitaba estos campos de fines "militares" y no de concentración, destinados a "jóvenes que por la mala formación e influencia del medio habían tomado una senda equivocada ante la sociedad". En 1967, un informe de la Organización de los Estados Americanos relataba el carácter discrecional y secretista de las UMAP y sus malas condiciones de vida. La comida a menudo estaba en mal estado, el agua era insalubre, los barracones estaban congestionados y había carencias de duchas y letrinas.
Según Carlina de la Torre, investigadora de la Universidad de La Habana cuyo hermano, Benjamín de la Torre, se suicidó a la salida de uno de los campos en 1967, la naturaleza brutal de las UMAP tenían sus raíces en el propósito de control social y político por parte del régimen castrista. Existían proyectos y campos similares en otros países comunistas con los que los Castro estaban familiarizados, como Bulgaria o la Unión Soviética, y permitían depurar a elementos disidentes de puestos dentro del sistema comunista.
Los homosexuales eran elementos extraños dentro del proyecto político comunista, tanto en Cuba como en la Unión Soviética. En la URSS, la homosexualidad, después de la Segunda Guerra Mundial y pese a momentos extraños de liberación post-revolucionaria, tenía un marcado carácter liberal y cosmopolita que las autoridades asociaban al ideario occidental. El esquema mental soviético se trasladaba a Cuba aderezado, además, del catolicismo y de la homofobia presente ya en la isla durante la colonia española. El cóctel resultó en la persecución del colectivo LGBT durante décadas.
Las dos Cubas de Fidel Castro
En 1965, el propio Fidel Castro expresaba:
No podemos llegar a creer que un homosexual pudiera reunir las condiciones y los requisitos de conducta que nos permitirían considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero militante comunista. Una desviación de esta naturaleza está en contradicción con el concepto que tenemos sobre lo que debe ser un militante comunista […] Bajo las condiciones en que vivimos, a causa de los problemas con que nuestro país se enfrenta, debemos inculcar a los jóvenes el espíritu de la disciplina, de la lucha y del trabajo.
En 2010, el mismo Castro evocaba "los problemas con que nuesro país se enfrenta" para excusar el trato represivo que el régimen comunista dispensó al colectivo LGBT durante los sesenta. "Piensa cómo eran nuestros días en aquellos primeros meses de la Revolución: la guerra con los yanquis, el asunto de las armas, los planes de atentados".
¿Pero qué ha sucedido desde entonces? Cuba, tanto a nivel político como social, ha sufrido numerosos cambios. Muchos a mejor. La situación del colectivo LGBT no ha hecho sino mejorar desde los penosos campos de trabajos forzados de los sesenta. En 1979, el gobierno reconocía la legalidad de las prácticas homosexuales en toda la isla. Las operaciones de cambio de sexo están permitidas y financiadas, en la actualidad, por el estado, y la discriminación por orientación sexual en el trabajo está prohibida.
Todo ello, además, de la mano de una normalización promovida por Centro Nacional de Educación Sexual, dirigido por la hija de Raúl Castro, Mariela Castro Espín. Este mismo año, en La Habana, tenía lugar la IX Jornada contra la Homofobia y la Transfobia, culminadas con bodas simbólicas en la calle de la capital (el matrimonio LGBT no está legalizado). El desfile no estuvo exento de acusaciones de brutalidad policial contra homosexuales, pero también contó con la hija del máximo mandatario y miembro del PCC al frente.
La inusual situación del colectivo LGBT en Cuba, en un contexto, el latinoamericano, donde la homofobia sigue siendo muy alta, ha llevado a algunas publicaciones, como Al Jazeera, a preguntarse si Cuba es hoy un "refugio" para los homosexuales y otras personas de orientación sexual no normativa. En el reportaje, se habla con Yasmin Portales, activista LGBT en la isla que reconoce los avances logrados por Mariela Castro y el CENESEX, pero que considera que aún queda mucho trabajo por delante, especialmente a la hora de combatir la persistente homofobia en la sociedad cubana.
Pese al amplio margen de mejora, la Cuba de hoy dista de aquella Cuba que, en los sesenta, reprimió de forma terrible en campos de concentración y con métodos de tortura para "curar" su "condición". Ambas dos, la de 1965 y la de 2016, son la Cuba que Fidel Castro deja a su muerte.
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