La Primera Guerra Mundial, vista a través de fotografías tomadas desde el aire

La Primera Guerra Mundial fue el conflicto que cambió para siempre el modo en el que se ordenaba el mundo. Sus consecuencias derivadas se extendieron a lo largo del siglo XX, y contribuyeron a terminar con el tradicional mundo clásico que, en el siglo XIX, aún resistía. Hay otros elementos revolucionarios en su haber. Uno de ellos, el tecnológico. La guerra puso en práctica avances que, durante medio siglo, no se habían utilizado entre grandes potencias sobre el campo de batalla. La aviación fue uno de ellos, y aunque no tan determinante como en la Segunda Guerra Mundial, sí muy interesante.

Los primitivos aviones biplanos fueron utilizados por primera vez a gran escala durante la Primera Guerra Mundial. Pese a la celebridad de las batallas de ases entre pilotos franceses, ingleses y alemanes, su principal misión durante la contienda fue la de reconocimiento estratégico. Volando a la suficiente altura como para escapar de la artillería enemiga (no se habían desarrollado armas antiaéreas), los biplanos podían observar qué estaban haciendo las tropas enemigas. Un tesoro incalculable para cualquier alto mando, y uno de los motivos por los que los movimientos sorpresa fueron escasos tras 1914.

Las fotografías tomadas por los observadores son fiel testigo tanto de su pericia (portaban aparatos pesados sobre aviones frágiles) como de la devastación a la que la Primera Guerra Mundial sometió al frente occidental. Cráteres, trincheras y pueblos destruidos: los efectos de un conflicto estable, sin grandes cambios (pero grandísimas bajas) se observaban de mejor modo a miles de metros de altura. Esas fotografías han sobrevivido a su tiempo y hoy, cien años después de que fueran tomadas, sirven de fascinante testigo a un conflicto cruento, importantísimo y a menudo poco comprendido por la sociedad moderna.

Veamos qué contaron.

Fotografía tomada por Raoul Berthelé para el ejército francés. El campo ilustra las afueras de Langemark-Poelkapelle, en el Flandes occidental, una de las regiones más castigadas durante el conflicto. A la altura de 1918, el fuego de artillería había convertido los otrora campos de cultivo belgas en miles y miles de cráteres. Aquí se desarrollaron algunas de las batallas más cruentas de la Primera Guerra Mundial, como la del Somme.
Otra fotografía de Raoul Berthelé. La imagen ilustra las orillas del río Ygres, un pequeño curso fluvial que atraviesa el norte de Flandes. A un lado observamos las trincheras alemanas, y al otro las aliadas. A menudo, la distancia entre unas y otras era de unos escasos cientos de metros, y permanecían así durante larguísimas temporada. En este caso no había lugar, dado que se trataba de agua, pero el espacio terrestre entre uno y otro frente era conocido como "tierra de nadie".
Dado el inmovilismo del frente, el único modo de castigar al enemigo era lanzando pesadísimas cargas de artillería al otro lado de la línea defensiva. Los soldados se atrincheraban entonces en sus búnkeres (a menudo durante días) mientras caía la tormenta. El resultado fue un campo impracticable, quebrado y abundante en cráteres, a menudo embarrado y totalmente destrozado. En la imagen, tomada en 1918, observamos cómo habían quedado los alrededores de Oostkamp, en Flandes Occidental.
Y aquí tenemos a Ostende. Los aviones de todos los ejércitos se dedicaron a explorar las líneas enemigas, pero también tomaron fotografías de reconocimiento de las ciudades colindantes al frente. A menudo, especialmente si se trataban de pequeño pueblos arrasados por el infortunio de la guerra, quedaban destruidos. Pocas ciudades grandes sufrieron grandes pérdidas, dado que el bombardeo a gran escala no estaba aún desarrollado (aunque Londres sí sufrió algún que otro ataque alemán gracias a la autonomía de los zeppelines). Las imágenes de Ypres perviven en nuestra memoria, pero serían olvidadas tras el impacto de la Segunda Guerra Mundial.
Hubo excepciones a lo comentado anteriormente, claro. Uno de los más claros ejemplos del efecto destructivo de la Primera Guerra Mundial es el de Diksmuide, pequeña ciudad (16.000 habitantes hoy) en el Flandes Occidental. Dada su importancia estratégica en los primeros compases de la guerra, cuando las tropas alemanas se dirigían hacia Calais y Dunkerke, Diksmuide fue objeto de constantes luchas, y del fuego devastador de la artillería de uno y otro bando. Al final de la guerra había sido prácticamente derruida, pero fue reconstruida durante la siguiente década.
La Línea Hindenburg, construida por los alemanes con objetivos defensivos entre 1916 y 1917. Tuvo éxito y contuvo la previsible acción ofensiva aliada tras el fracaso de Verdún. Esta foto es un vivo ejemplo de cómo la aviación se adentraba allí donde no podían llegar las tropas propias para fotografías y observar de primera mano la disposición defensiva y estratégica del enemigo. En una guerra tan amplia como la Primera Guerra Mundial, y tan estática, resultó esencial.
Tanto los aliados como Alemania emplearon armas químicas durante la Primera Guerra Mundial. Una de las víctimas más célebres fue Adolf Hitler, que debió abandonar el frente por el horrendo efecto de la guerra química. Como quedó de manifiesto en multitud de testimonios, las armas químicas eran poco efectivas, poco letales, pero tremendamente horribles para los soldados implicados. En términos generales, sirven hoy de representación perfecta de la inefectividad pero extrema crueldad desarrollada en el campo de batalla. En la imagen, observamos a tropas británicas emplear gas contra las alemanas, en el Somme, en 1916.
El fuerte de la Pompelle fue construido tras la guerra franco-prusiana de 1870, con el objetivo de defender a la ciudad de Reims de futuras acciones bélicas alemanas. Pese a que fue desarmado poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial y capturado por las tropas imperiales al inicio de la contienda, el ejército francés recuperó posiciones tras la ofensiva del Marne, la primera estabilización del frente. Desde entonces, sirvió de bastión defensivo de Reims, una importante plaza. Alrededor del fuerte, hoy en ruinas, observamos la intrincada red de trincheras que lo protegían.
Una visión más cercana de las trincheras. Esta fotografía fue tomada desde un globo (aún se siguieron utilizando, aunque perecieron definitivamente tras la Primera Guerra Mundial). Como se aprecia, se construían en zigzag, una forma más efectiva de evitar que un sólo proyectil causara importantes daños en la primera línea. A la izquierda, las calles que llevaban a la primera línea. Ahí, los soldados podían pasar algunas semanas antes de rotar.
Trincheras alemanas, fotografiadas por un avión aliado en 1915. Alemania comprendió antes que nadie el carácter estático de la guerra tras su retroceso en la batalla del Marne, y se apresuró a diseñar una red de trincheras que jamás sería igualada por los aliados. Mientras los soldados alemanes vivían "cómodamente" en trincheras convenientemente equipadas y mucho más higiénicas y saludables, los franceses e ingleses pasaban más penurias. A nivel aéreo se aprecia la extrema complejidad de las trincheras: se organizaban en varios niveles diferentes (primera línea de frente, en la que un soldado pasaba una semana o dos; segunda línea, de apoyo; y tercera línea, la última antes de regresar al campamento de descanso más cercano) y estaban perfectamente comunicadas. Se desplegaron a lo largo de miles de kilómetros desde el mar del Norte hasta Suiza.
Ypres fue probablemente la gran ciudad a la que mayor grado de destrucción se sometió. Urbe clave para el control de Flandes Occidental, la artillería se cebó con sus edificaciones. En la imagen se aprecia hasta qué punto quedó su silueta desdibujada por el efecto de los morteros. La Primera Guerra Mundial fue la primera gran guerra moderna en la que el efecto devastador del armamento de alto desarrollo tecnológico se hizo visible a todos los niveles. Ypres lo sufrió en sus propias carnes, y se convirtió desde ese momento en un símbolo del horror de la guerra.
Antes de que la contienda se la llevara por delante, Ypres lucía así de magnífica.
Esto es Paaschendaele, una pequeña localidad en los límites de Ypres. Esta imagen fue tomada antes del inicio de las hostilidades en torno a la importante ciudad belga. Veamos ahora qué le sucedió después del efecto de la artillería.
Lo que una vez fue Paaschendaele, después de la Primera Guerra Mundial dejó de serlo. La ciudad, ahora rodeada de prominentes cráteres, había quedado reducida a la nada. Los campos de cultivo se habían borrado de la faz de la tierra como por arte de magia. Sólo el vago rastro de los caminos y las ruinas de la antigua iglesia del pueblo indicaban que, un día, tiempo atrás, Paaschendaele estuvo ahí.
Entonces, ¿no había forma de defenderse de los aviones de reconocimiento? Era complicado, pero los alemanes idearon algunas estrategias. Una de las principales, cubrir sus zonas estratégicas de humo cuando los aviones aliados las sobrevolaran. En la imagen vemos Ostende bajo el manto creado por los generadores. De este modo, era complicado saber qué estaba pasando ahí abajo.
Aunque no demasiado común, en ocasiones los aviones de reconocimiento se topaban los unos con los otros, y hasta se fotografiaban. Lo que vemos en la imagen es un biplano de reconocimiento alemán, y el autor de la instantánea es un soldado belga a lomos de un avión aliado. Era una maniobra compleja porque tenía que enfocar un pequeño objetivo móvil, que además iba armado.
Otra imagen de Ypres.
Trincheras en el saliente de Ypres, durante la batalla del Somme. Trincheras y cráteres.
Drie Grachten, el punto de encuentro de tres canales en Flandes Occidental. En la orilla derecha de uno de ellos se aprecian las trincheras.
¿Y cómo se tomaban esas fotografías? Sencillo: con una cámara gigantesca. La llevaba el observador, mientras el piloto hacía su trabajo. En la imagen vemos a dos soldados norteamericanos cargando el aparato en el coqueto biplano.

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