Si nos fiamos de Michael Lewis, podemos estar de enhorabuena. Uno de los siete pecados capitales ha perdido su condición. La pereza habría pasado de ser el pretexto de los malos trabajadores para no llegar todo lo lejos que podrían de tener fuerza de voluntad... a convertirse en la solución a un contexto laboral tan asfixiante como infructuoso.
Puede que ya conozcas a Lewis. Autor de libros como Moneyball o La gran apuesta, ambos adaptados al cine, y también periodista financiero de largo recorrido, está en contra de la saturación de agenda, de la actividad frenética como forma de escapar al abismo de una inactividad demonizada en los entornos más elitistas.
“Haz lo menos posible y lo que hagas que sea a regañadientes, porque es mejor llevarse una pequeña reprimenda que hacer una tarea dura”. Esta frase, comentó el escritor, se la dijo su padre durante su infancia. Y aunque resultó no ser una idea exactamente cierta sí le sirvió de brújula por la que guiarse cuando se dio cuenta de que buena parte de su vida se la había pasado sumido en trabajos y proyectos que no le reportaban nada.
“¿Alguna vez has aceptado un proyecto sólo para no estar parado, para que las cosas sigan su marchando? ¿Cuántas grandes oportunidades te has perdido porque ese proyecto te mantenía demasiado ocupado para perseguir otra cosa?” preguntó Lewis al público de la pasada Cumbre de Insight. Es el viejo dicho de que lo urgente no te distraiga de lo importante, enfocado a esas personas incapaces de parar durante un breve período de tiempo y valorar mejor futuros esfuerzos.
Estar dispuesto a estar menos activo significa que el día de mañana estarás disponible cuando llegue esa tarea realmente digna de un esfuerzo. De la misma forma, al estar parado tienes más tiempo y espacio para buscar y encontrar esos proyectos que merezcan la pena, que de estar ocupado no podrías detectar.
Llenar el día para no hacer nada: el mito del rendimiento extremo
Según la teoría de Lewis, el gran problema, así como de otros autores y estudiosos, es el propio círculo de eficiencia en el que muchos de nosotros vivimos. Generamos fórmulas para no perder el tiempo, para exprimir cada cuarto de hora, que son en sí mismas una pérdida de tiempo. Abarrotamos las horas del día de cantidades de tareas que, al final, nos damos cuenta de que son un agujero absurdo de esfuerzo y atención.
Es de hecho, según Isabel Garzo, una de las prácticas habituales de los workaholics. Como explica esta periodista y responsable de la edición de la revista Ideas (IE Business School), Puede pasar la noche en la oficina si hace falta. Pero los workaholics “crean más problemas de los que solucionan, porque esa intensidad no puede mantenerse en el tiempo”.
“Maquillan la pereza intelectual con fuerza bruta”, afirman también Jason Fried y David Heinemeier Hansson en su libro Rework: Change the way you work forever. “Les gusta sentirse como héroes y a menudo crean problemas a propósito para quedarse más horas. Hacen que las personas que trabajan ‘solo’ sus horas sientan culpabilidad, y en realidad no están siendo productivos”. La alternativa ideal para los fanáticos del sobreesfuerzo sería una desaceleración que les obligaría a pararse y pensar. A pensar mejor.
Vaguear es mejor que tener el email vacío
De hecho, esas fórmulas de eficiencia extrema ya han sido denunciadas. El periodista Oliver Burkeman se centró en uno de sus últimos reportajes en los perjuicios que causaba una de las técnicas más difundidas en el mundo de negocios en estos años: la Bandeja de Entrada a Cero.
En ese entorno es habitual que los trabajadores tengan sus correos colapsados de mensajes que claman por su atención, y mientras la mayoría de esas personas vive con ese leve estrés subliminal de saber que tiene toneladas de mensajes por responder, la fórmula descrita reclama un control férreo de tu bandeja de entrada, forzándote a que ningún mensaje se escape a tu respuesta inmediata para así, supuestamente, ganar la tranquilidad de conciencia de tener todas las tareas del email a punto.
Tal y como denunciaba Burkeman, eso provocaba a su vez un bucle continuo de trabajo en los empleados, que debían escribir respuestas a correos inútiles que les quitaban tiempo para otras cosas. Además, los contactos, al ver que eran personas atentas al correo, enviaban aún más mensajes de los que mandarían de no recibir una contestación inmediata. The New York Post se atrevió incluso a definir esta técnica como “tontería”, pero dentro de la corriente de terapias de la productividad que rodean estos entornos sus enseñanzas fueron muy aplicadas, para mayor estrés de muchos de sus seguidores.
La vagancia como caldo de cultivo
“Mi pereza es un filtro”, resume Lewis, que defiende para sí mismo que “un objetivo tiene que ser realmente valioso antes de que decida dedicarle mi tiempo y esfuerzo”. El escritor, que en los últimos diez años ha publicado seis novelas al tiempo que colabora habitualmente con Vanity Fair, dice tener un truco que parece ser perfecto para su campo profesional: “si veo que una historia no se ha contado, pienso: ¿me entristecería saber que el mundo se queda sin conocerla?”. Si su respuesta interna es un sí rotundo, entonces Lewis se pone manos a la obra con ella, y de no ser así abandona el tema en cuestión.
Esta idea de trabajo como penalidad que debemos rehuir, de la búsqueda de alternativas al esfuerzo inútil, es lo que han cultivado, entre otros, compañías como Microsoft. Es conocida la frase de Bill Gates según la que declaró “Siempre escogeré a un vago para hacer un trabajo difícil… porque encontrará una manera sencilla de hacerlo”.
Y de hecho, experimentos como el que comentamos aquí anteriormente defendían las ventajas de reducir la jornada laboral de los trabajadores para que estos consigan ser más eficientes y despiertos en sus respuestas. Algo que tal vez los trabajos mentalmente menos exigentes tendrán más difícil de conquistar, pero que en los entornos creativos hace tiempo que se ve como una de las vías más obvias para conseguir un mejor rendimiento. Dicho de otra forma: la jornada de cuatro horas puede ser más útil para los empleados que la de diez.
Por último, y tal y como expresaba el novelista con su filtro temático, hay muchos autores que defienden el tesoro que comprende decir “no”. De acuerdo a Gloria Mark, de la Universidad de California, nuestros caóticos ambientes de trabajo sólo nos permiten concentrarnos once minutos seguidos antes de ser interrumpidos por el teléfono fijo, los móviles, los emails entrantes o por los colegas. Mejor que no añadas más distracciones a la lista. “No” a todas las ofertas que nos lleguen desde fuera, que no nos interesen y que pretendan apoderarse de nuestra (ya escasa) atención.
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