La permanente expansión territorial de Rusia generó un problema de calado para la administración imperial: si querían sostener su vasto imperio, el más grande de cuantos conociera Eurasia en aquel momento, debían poblarlo. Pero las tierras conquistadas en Siberia eran demasiado lejanas y remotas, por lo que nadie quería trabajarlas. De modo que los zares pensaron con lucidez: ¿qué tal si convertimos a Siberia en un gigantesco campo de trabajo forzado para los opositores políticos?
Dicho y hecho, la segunda mitad del siglo XIX presenció la explosión de Siberia como una enorme, desértica e inhóspita cárcel natural para decenas de miles de prisioneros de toda condición. La mayoría de ellos eran personalidades políticas que podían representar de un modo u otro una amenaza para el poder imperial. Nacionalistas polacos o bálticos ansiosos por obtener su independencia, liberales reformistas, revolucionarios socialistas o anarquistas que quisieran derribar el sistema.
Todos ellos fueron apresados y enviados al infinito páramo de Sibieria. Allí las autoridades rusas pusieron en marcha la Kartoga, una nutrida red de campos de trabajo donde los prisioneros se convertirían en mineros o agricultores con el objetivo de abastecer de bienes y recursos a las arcas de los zares. Fue aquel sistema sobre el que posteriormente las autoridades soviéticas levantaron el Gulag, y que tanto contribuyó, por la vía de la represión, a desarrollar la industria en Siberia.
Hoy la idea de Siberia como cárcel política es un hecho del pasado, pero pervive en el imaginario popular. Y aunque sabemos que aquello sucedía, a menudo nos cuesta poner cara a las personas que allí se encaminaban (y que en muchas ocasiones se quedaban), o los lugares y las condiciones de vida que frecuentaban. Es allí donde se dirigió el explorador estadounidense George Kennan, cuyo testimonio gráfico de la vida en el exilio contribuyó a difundir la crudeza del régimen ruso.
Las fotografías de este artículo, recopiladas por Retronaut aquí y publicadas originalmente en Siberia and the Exile System, en 1891, ilustran las andanzas de Kennan y lo que sus ojos atestiguaron. Campos atestados de prisioneros en condiciones duras y gentes de toda condición. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces Rusia se vivía tiempos convulsos tras el asesinato del zar Alejandro II y la continua inestabilidad social fruto de los nacionalismos de su vasto imperio y de las desigualdades.
Kennan pudo regresar de aquellos campos, escribir un libro y contar al mundo vía fotografías en color sepia lo que vio. Su carácter en pro de los derechos de los prisioneros le valió la prohibición de entrada en la Rusia imperial en 1901. Cuatro años después los zares se enfrentarían a la revolución de 1905, tras la cual implementaron pequeñas reformas. El sistema se mantuvo entre profundas convulsiones, reformas inexistentes y progresivo descontento hasta la Primera Guerra Mundial, en 1917.
Siberia como prisión, sin embargo, duró algunas décadas más.
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