Cuando las tropas alemanas cruzaron la frontera en septiembre de 1939, pocos judíos polacos podían entrever la sistemática persecución, internamiento, esclavitud y exterminio al que se verían sometidos durante los cinco años subsiguientes. De los tres millones de judíos que vivían en Polonia para entonces, tan sólo un puñado de ellos había sobrevivido a la guerra. Fueron ellos las víctimas del Holocausto.
Pero antes de llegar a los campos de concentración o de exterminio, la mayor parte de los cuales se construyeron precisamente en Polonia, los judíos europeos tuvieron que enfrentarse a condiciones miserables en sus día a día. En las ciudades, las autoridades nazis decidieron recluirlos en guetos, barrios cerrados de los que no se podía ni entrar ni salir, y en los que sólo vivían judíos. Muchos pasaron allí años y algunos sobrevivieron.
Fue el caso de Henryk Ross, un fotógrafo que se dedicó durante sus años de internamiento en el gueto de Lodz a retratar la vida cotidiana, dentro del horror que los nazis estaban generando en Polonia, de sus compañeros. Ross tuvo la fortuna de escapar a la muerte y de vivir lo suficiente como para ver llegar a las tropas del Ejército Rojo. Fue entonces cuando, tras cinco años tomando fotos en secreto, pudo desenterrar un pequeño arcón donde había guardado los revelados. Gracias a ello, documentó el terror.
Durante años, Ross había sido el fotógrafo del Judenrat, el órgano participado por judíos que los nazis crearon en las ciudades del este de Europa para gestionar los guetos. Durante su trabajo tuvo que fotografiar a los trabajadores-esclavos de las fábricas y a los habitantes de Lodz, siempre con fines propagandísticos.
Sin embargo, en sus ratos libres, Ross se dedicó a otra cosa: documentar de forma exhaustiva no sólo cómo los judíos de Lodz eran abruptamente vapuleados o torturados, sino también cómo vivían y se sobreponían en comunidad a la barbarie a la que se veían sometidos. Sus fotos son un excelente regalo histórico que permite observar a los judíos descansando del trabajo, en pareja, divirtiéndose en tiempos oscuros o paseando por las calles del gueto. La vida, de forma precaria y terrible, continuaba.
Y también terminaba. A las fotos cotidianas, Ross añadió las experiencias brutales que los judíos vivían en Lodz y otras ciudades polacas. Deportaciones, niños buscando algo que llevarse a la boca entre los escombros, hombres dejados morir a su suerte en pleno invierno, trabajos forzados, opresión policial, muerte. Aquel gueto también formó parte del Holocausto en el que seis millones de judíos europeos perecieron. Fue, en cierto modo, su primer paso: las fotos de Henryk Ross permiten no olvidarlo.
El set, por cierto, está siendo expuesto en Museum of Fines Arts de Boston.
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