Estados Unidos vive un pequeño pero muy intenso revival del nazismo. La elección de Donald Trump como presidente del país espoleó a diversos grupos de tendencia filofascista y xenófoba que, desde entonces, han acaparado con mayor asertividad el debate público. Ya sea marchando con antorchas, ejecutando actos de terror contra otros manifestantes o cooptando los medios, el nazismo vuelve a estar vivo.
La cuestión es, ¿quiénes están detrás de una ideología confinada al vertedero de la historia tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, autora del mayor crimen contra la humanidad jamás registrado y tabú ideológico por antonomasia? A tan compleja pregunta trataba de responder el reportaje "A voice of hate in America's Heartland", publicado por The New York Times el pasado fin de semana, un artículo que, por asimilación, ha terminado acusado de ser un mero blanqueo del nazismo.
"Simpatía por los nazis" y "The New York Times" no son dos conceptos que se asocien con regularidad. El periódico es uno de los principales baluartes de los valores liberales (progresistas, en la traducción europea) de Estados Unidos, y siempre ha mantenido una visión muy crítica y beligerante contra Donald Trump (es uno de los medios de comunicación más citados y atacados por el presidente en su hiperactiva cuenta de Twitter).
La cuestión rota en torno al acercamiento del texto al nazismo. Lo hace en primera persona, a través de un largo y detallado perfil de uno de los simpatizantes nazis de la América profunda, en el estado de Ohio. Su nombre: Tom Hovalter. Sus credenciales: invitado de honor en un podcast titulado "Radio Aryan", activista en las marchas "White Lives Matter", miembro fundador del Traditionalist Worker Party (de extrema derecha) y agitador digital en los foros del nacionalismo blanco. Un peón del movimiento nazi.
¿Cómo es un nazi en el mundo de hoy?
La idea original del reportaje era simple: acercarse a las personas detrás del rebrote neonazi en Estados Unidos. Quiénes son, cómo piensan, de dónde surgen, cuál es su contexto social. Una forma como otra cualquiera de entender las raíces de un resurgimiento preocupante que se ha colado en la esfera pública con muertos por delante, como no podría ser de otro modo, y que ha generado un intenso debate tanto en medios como en foros sociales sobre la libertad de expresión o la violencia como defensa legítima.
En un contexto de alta polarización, el artículo, más allá de la valoración personal de cada uno, generó posiciones contrapuestas: por un lado, quienes le acusaban de blanquear al movimiento neonazi, de hacer pasar por personas normales, ergo no peligrosas, a auténticos extremistas; por otro, quienes lo interpretaron como un retrato cotidiano del extremismo, como una fotografía del "mal banal" que definiera Arendt, como una alerta de la ubicuidad desdramatizada del peligro nazi.
El ruido generado fue lo suficientemente intenso como para que, al día siguiente, The New York Times tuviera que publicar dos artículos respondiendo a la polémica. Primero, este: en él, el equipo editorial explica que "describimos a Hovater como un intolerante, como un simpatizante nazi que publica imágenes en Facebook de una América neonazi repleta de blancos felices y esvásticas por todas partes", al mismo tiempo que "entendemos que algunos lectores quisieran más rechazo".
Y añadía, en un párrafo crítico:
Nuestro reportero y sus editores agonizaron en torno al tono y al contenido del artículo. La idea de la historia no era normalizar nada, sino describir hasta qué punto el odio y el extremismo se han convertido en algo más normal en la vida americana de lo que muchos de nosotros queremos pensar.
Segundo, este otro, en el que el periodista encargado de escribir el reportaje (el mismo que pasó largas horas de convivencia con Hovater para descubrir sus avatares diarios, su modelo de pensamiento en su hogar natal), Richard Fausset, cuenta su experiencia. Y su resultado: tras conocerle, tras escribir sobre él, sigue sin saber qué provoca que un hombre de clase media relativamente bien asentado y próspero se sumerja en las aguas del radicalismo político. "¿Qué hace que un hombre comience a encender fuegos?".
En última instancia, Fausset se declara incompetente para responder a la anterior pregunta, es decir, para identificar el punto de no retorno en la vida de Hovater en la que un hombre común (y que sigue siendo común a día de hoy) se convierte en un nazi. Quizá de ahí se derive el tono de blanqueamiento del reportaje, uno donde se pasea por su ciudad de Ohio, se hace la compra, se charla sobre Twin Peaks, Seinfeld y tatuajes. Sobre una vida como otra cualquiera.
Las críticas a un reportaje fallido
Este hecho provocó que figuras tan ilustres del periodismo estadounidense como Nate Silver iniciaran una campaña de crítica contra el reportaje en Twitter. "¿Qué coño es esto? Este artículo hace más por normalizar el neonazismo que cualquier otra cosa que haya leído en tiempo". En Quartz señalaban con más tino: "El problema es la falta de explicaciones sobre por qué exactamente esta historia existe", tanto en la realidad como, en última instancia, en el periódico. Es decir, era un texto inane, sin profundidad.
What the hell is this, @nytimes? This article does more to normalize neo-Nazism than anything I've read in a long time. https://t.co/btyFyujkh6
— Nate Silver (@NateSilver538) 25 de noviembre de 2017
Del mismo modo, Ezra Klein, director de Vox, se planteaba lo mismo: "El texto no añade nada a nuestro entendimiento sobre los nazis modernos. Por supuesto que los racistas compran en los supermercados, tocan en bandas, disfrutan de Seinfeld y tienen gatos. Que el mal es banal no es nuevo". Al igual que Klein se manifestaron otros periodistas atacando la forma final del texto, sus respuestas carentes, su mera descripción plana de la vida de un nazi cualquiera.
The problem with this article isn't that it's about a Nazi but that it doesn't add anything to our understanding of modern Nazis. Of course racists shop at supermarkets and play in bands and enjoy Seinfeld and own cats. That evil is also banal is not new. https://t.co/bOIQU4pOzu
— Ezra Klein (@ezraklein) 25 de noviembre de 2017
Sin embargo, el hilo/tuit que más eco recibió fue el de la guionista Bess Kalb, que en un encendido alegato arremetió contra la mera idea de dar espacio en el periódico a un nazi: "No quiero sonar intolerante, pero que le jodan a este nazi y que le jodan al tono amable e inquisitivo de este vomitivo periodismo nazi-normalizador, y que le jodan al fotógrafo por no lanzar la cámara a la cabeza de este nazi y reírse". El hilo acumula a esta hora 22.000 retuits y 66.000 corazones.
I don't mean to sound intolerant or coarse, but fuck this Nazi and fuck the gentle, inquisitive tone of this Nazi normalizing barf journalism, and fuck the photographer for not just throwing the camera at this Nazi's head and laughing. https://t.co/Pxfx2KU9AN
— Bess Kalb (@bessbell) 25 de noviembre de 2017
En parte, la de Kalb representa la visión más agraviada por el artículo, una que, de igual modo, cierra filas ante cualquier espacio mediático cedido a los nazis. Sus preguntas son otras: ¿se debe adoptar una postura de falsa equidistancia hacia los nazis? ¿Debe un periodista o un medio de comunicación tratar de ponderar de forma razonable los argumentos y las razones de un nazi? Mucho antes que una crítica al resultado final, es una crítica al punto de partida: sólo con beligerancia se puede describir a un nazi.
De forma similar, la agresión a Richard Spencer, uno de los líderes de la nueva extrema derecha estadounidense, desató un debate similar: ¿hasta qué punto está justificada la violencia contra un nazi? O, al menos, un pero puñetazo. En el fondo, el problema es tan inherente a la ideología supremacista del nazismo (consistente en exterminar a grupos étnicos al completo) como a los paisajes de grises de la libertad de expresión. ¿Qué es más importante, combatir al primero o defender la segunda?
Las voces no fueron unánimes. Otras figuras públicas como Shane Bauer, periodista del diario progresista Mother Jones, aplaudieron el enfoque del texto: "Los supremacistas blancos son blancos normales y corrientes y así lo han sido en Estados Unidos desde 1776. Seguiremos en problemas hasta que entendamos eso".
People mad about this article want to believe that Nazis are monsters we cannot relate to. White supremacists are normal ass white people and it’s been that way in America since 1776. We will continue to be in trouble till we understand that. https://t.co/oCCkiNaXBb
— Shane Bauer (@shane_bauer) 25 de noviembre de 2017
Para Bauer, igual que para el periodista del NYT o para sus propios editores, "La voz del odio" representaba una oportunidad para entender de forma racional la realidad de las personas que engrosan las filas del movimiento neonazi. Sus preocupaciones. Sus motivaciones. Su carácter ordinario. Y a partir de ahí, entender los contextos sociales y políticos en los que un pensamiento destructivo y nazi ha logrado brotar entre la naturalidad de su comunidad. El reportaje, obviamente fallido, no respondía a esas cuestiones. Y como resultado, presentaba a un señor y a sus gustos y quehaceres diarios.
De ahí la pátina "normalizadora" o "blanqueadora" del texto. Pero el otro lado del debate sigue vivo: ¿hasta qué punto hablar o entender al nuevo nazismo implica blanquearlo? ¿Sólo son posibles enfoques periodísticos o mediáticos abiertamente belicosos, cuyo punto de partida no sea el análisis/comprensión sino la diatriba ideológica? En España el debate también está vivo, en especial cuando grupos nazis como Hogar Social Madrid o ultras de determinados equipos, como los del Valencia protagonizan ataques, manifestaciones racistas, y articulan un relato del odio.
Si el reportaje del NYT buscaba iluminar estos aspectos, ha fracasado por completo.