Malia Obama entrará a Harvard, tal y como hicieron sus padres y tantas personas que han pasado por el entorno de la Casa Blanca. Pero en vez de entrar directa desde el high school tendrá un año para hacer cosas distintas que el estudio universitario. Ha elegido tomarse un Gap Year.
Education First, una de las webs que ofrece la experiencia del Gap Year en España, lo describe así: “en España un año sabático suele ser comprendido como "un año sin hacer nada" pero, para los países anglosajones, un Gap Year significa un tiempo de inversión en uno mismo, pudiendo ser unos meses o incluso más de un año, tratando de salir de nuestra zona de confort y descubriendo nuevas experiencias”. En la web ofrecen una “inmersión cultural”, la opción de aprender otros idiomas y viajar por todo el mundo.
No sabemos por cuál de estas opciones optará la pequeña Obama (los medios norteamericanos señalan su pasado interés por el mundo de la producción audiovisual como posible salida), pero sí que no es la única. Sólo en Estados Unidos 200.000 alumnos pasaron el año pasado por esta experiencia, pero eso dentro de los últimos tiempos, en los que el año-antes-de-la-universidad se engloba bajo el término "Gap Year".
El Gap Year, una tradición vigente desde hace cinco siglos
Desde el siglo XVII la élite británica practicaba lo que se conocía como Grand Tour, un viaje para saciar las ansias de conocimiento artístico y cultural viajando por todos los museos, espacios arquitectónicos y tiendas de Europa. Es, a partir de los año 60-70, que viajar a zonas aún más remotas del mundo y dedicarse al trabajo y al voluntariado se conoce como Gap Year, siendo los que lo practican conocidos habitualmente como gappers.
En Nueva Zelanda la práctica está tan extendida que casi se espera de sus jóvenes universitarios que al término puedan incluir algunas de estas experiencias laborales también en su CV, y en Alemania y Suiza (quitando Gran Bretaña, por supuesto) están a la vanguardia de esta práctica dentro de Europa.
Y lo cierto es que podría no ser del todo una mala idea. Como ya sabemos, muchos estudiantes se meten en distintas carreras universitarias no del todo convencidos de su elección, movidos más por la necesidad de continuar el año que dejan segundo de bachillerato con nuevos estudios escogidos de un corto espectro que por una verdadera pasión por la materia, y en ese sentido, ganar algo de tiempo para pensar mejor las cosas podría ser una bendición.
Ese es el punto de vista de las culturas donde se practica: este año en blanco facilita el desarrollo interno de los aspirantes, les hace desarrollar habilidades como la capacidad de reflexionar mejor sobre las cosas y, bueno, ganar méritos curriculares (muchas veces con algo relacionado con la materia que en el futuro elijan) frente a los alumnos que entren directamente a la universidad. Así de simple.
Cómo funciona el Gap Year
En nuestro país no hay tradición, y de hecho, muchos confundirán esta opción laboral con la indecisión o la pereza. En los países anglosajones, como hemos visto, es una cultura mucho más extendida, al alza incluso. Por ejemplo, en algunos países nórdicos están dando facilidades a los estudiantes que opten por esta opción.
Primero deberán acordar con la universidad de ingreso la posibilidad de reservar la plaza para el año siguiente al del término de sus estudios anteriores, cosa que no todas las organizaciones permiten. Una vez cumplimentado esto, mientras algunos deciden moverse por su cuenta, la gran mayoría acaban involucrados con organismos intermediarios que les facilitan programas desde los que mejorar ciertas habilidades o accede a ciertos trabajos.
¿Los más solicitados? Lograr trabajos parciales y temporales en países lejanos (como Australia o Nueva Zelanda) que van desde el trabajo en restaurantes y hoteles hasta en granjas o centros sociales, inscribirse en voluntariados o colaborar en proyectos comunitarios en regiones de todo el mundo. Las palabras clave son: animales, medio ambiente, periodismo, derechos humanos, conservación, arqueología… Y el nexo de todos ellos es muy claro: crecimiento personal.
Un año sabático es un pequeño obstáculo en el estudio pero un gran paso en la big picture
Lo cierto es que el Gap Year tiene algunas ventajas sobre los alumnos que entran directamente a las aulas. Según un estudio finlandés analizando datos de miles de estudiantes a lo largo de los años, los sabáticos no pierden nada o casi nada de motivación, y aunque les cuesta adaptarse a los estudios un poco más que a sus iguales, alcanzan su rendimiento al poco tiempo.
Eso sí, como comentaba Katariina Salmela-Aro, cabeza visible de la investigación, tienen un pequeño porcentaje extra de susceptibilidad de abandonar la carrera sin terminar. Cuantos menos años pasen entre tu paréntesis y la incorporación a las aulas, menos costoso será el proceso (y viceversa) y menos probabilidades de abandonarla antes de tiempo. Unos resultados similares, algo más negativos, arrojaban en 2005 desde la Organización de Estadística en la Educación estadounidense.
Al cambio, los estudiantes que le han dado al pause en sus estudios poseen otra ventaja: mientras sus compañeros son más tenaces y comprometidos, ellos resisten mejor al estrés, siendo como es una preocupación creciente en el entorno académico (en Estados Unidos algunos hablan de epidemias), es un factor a tener en cuenta.
La tiranía del 1%
Pero tampoco pueden falsearse las cifras. Aunque el número de alumnos que en Estados Unidos se ha rendido al año sabático ha crecido un 20% entre 2006 y 2014, siguen siendo apenas entre el 1 y el 2.2% (las cifras varían) de todo el tejido del alumnado. Eso sí, los porcentajes son mucho mayores en las escuelas de la élite. Harvard, la misma en la que entrará la joven Obama, cuenta con un 5% de su alumnado pasando por el gap year, y anima a sus futuros estudiantes a considerar esta opción.
Kevin Hermann dice en Twitter que, durante el año que pasó de paréntesis antes de entrar en el college, trabajó e hizo autostop (!) en Nueva Zelanda, viajó por Australia y el noreste asiático, hizo voluntariado en la India y el Nepal para después trabajar un tiempo en Suiza y en Alemania. Para Jovie Havard le supuso un viaje por Europa, Mongolia y Argentina aprendiendo idiomas y trabajando como misionera. Samatha Perez, por su parte, fue a Tailandia como voluntaria en un centro de rescate de elefantes.
Como medían desde esta página web, ese año de exploración pudo costarle a Hermann aproximadamente 19.000 dólares, una cifra que ni todos los estadounidenses podrían permitirse ni, mucho menos, los españoles. La American Gap Association también lo sabe, hay una correlación entre los ingresos que generan los padres de los estudiantes y la tendencia a que ellos puedan costearse el año sabático. El informe de 2015 de esta misma asociación aclaraba que el 18% de los estudiantes que consideraban la opción de tomarse un descanso tenían padres con un salario neto superior a los 200.000 dólares al año. Y de ese 18%, hasta el 71% de ellos se costeaba las actividades con el dinero familiar.
Lo cierto es que, especialmente en estados unidos, son cada vez más las escuelas, públicas también, que hacen programas (tanto a nivel administrativo como de préstamos universitarios) para facilitar que estudiantes de todo tipo de ingresos pueda optar al año extraescolar.
Además, como algunos expertos en la materia han dicho, para vivir una experiencia sabática no hace falta irse a Tailandia (este artículo sobre lo que hacen realmente los gappers británicos en países del sudeste asiático es demoledor), que también sirve quedarse en casa leyendo libros o “comiendo bombones”. Pese a todo, la ventaja de aquellos que puedan incluir en su currículum la opción de haber trabajado en programas de voluntariado o aprendiendo idiomas exóticos, siempre estará ahí.
Malia Obama es una ciudadana particular, pero su gesto ha dado pie a varias columnas de opinión que reflexionan no tanto su acción concreta sino para cuestionar todo el sistema de los años sabáticos. Sara Goldrick-Rab, profesora de sociología de la Universidad de Winsconsin-Madison, ha comentado cómo ésta es la típica muestra de nuestra indulgencia con la élite, ya que esperar un año antes de entrar en la universidad para trabajar y ahorrar ago de dinero es lo que han hecho típicamente las clases pobres. “Hay miles de personas que se toman un gap year cada año, y en mi experiencia, los estudiantes que provienen de un nivel económico inferior y que se ven en la obligación de pasar un año fuera del sistema educativo, normalmente lo tienen mucho peor”.
Foto | Gtresonline
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