Sucedió en el estadio Luzhniki, en pleno concierto de Rammstein: dos miembros se aproximaron sobre el escenario y juntaron sus labios. Fue un beso. Un beso con una clara connotación política, a tenor de los precedentes del grupo y de la recepción que su gesto ha tenido entre la opinión pública. Desde diversos rincones de la red se ha interpretado el gesto de Rammstein como un apoyo a la comunidad LGBT de Rusia y como una protesta contra la "ley de propaganda" aprobada por la Duma hace seis años. Una legislación que ha minado los derechos del colectivo.
El concierto. El beso de Rammstein, ejecutado por Paul Landers y Richard Kruspe, ha ganado trascendencia gracias a la propia promoción del grupo. Al subir una simbólica fotografía a sus redes sociales, sus seguidores estallaron (en su mayoría) en un mar de aplausos. No era la primera vez que Rammstein hacía algo parecido. Es habitual que sus miembros ondeen banderas LGBT durante sus conciertos, y que Landers y Kruspe se beseen (en un shippeo conocido como "Paulchard").
El Este. Y no es casual que tales gestos hayan ganado notoriedad durante su gira por el Este del Europa. En Polonia, por ejemplo, Till Lindemann, cantante del grupo, fue manteado por sus seguidores mientras ondeaba una enseña LGBT. Pocos días antes había trascendido que un periódico local, Gazeta Polska, de tinte extremista, había repartido pegatinas que delimitaban "espacios libres" de personas homosexuales o no normativas. Rammstein aprovechó la circunstancia para reivindicar los derechos del colectivo.
En Rusia. El caso ruso es aún más delicado. En 2013 el parlamento aprobó la "ley de propaganda", definida formalmente como la ley "para la protección infantil de la información que niegue los valores de la familia tradicional". Impulsada por el ejecutivo de Vladimir Putin, la norma no penaliza la homosexualidad, pero sí permite a las autoridades perseguir cualquier difusión del ideario LGBT en la esfera pública. En realidad es una carta blanca que permite al gobierno reprimir a los miembros y activistas del colectivo por el mero hecho de pertenecer a él.
El gesto de Rammstein es, por tanto, una protesta sonora: nada promueve más al colectivo LGBT que un beso.
Antecedentes. Hace algunos días, una activista recién salida del armario, Elena Grigorieva, era estrangulada y apuñalada hasta la muerte. El asesinato se interpretó en clave política por la pequeña comunidad LGBT local. En Rusia el activismo político supone arriesgar la vida. Es habitual que asociaciones como la Casa Arcoiris o el Movimiento por el Matrimonio Igualitario, dos de las instituciones LGBT más conocidas del país, afronten obstáculos legales. Rusia les niega el registro formal, lo que ha llevado a la Corte Europea de Derechos Humanos a multar al gobierno.
La ley, ante todo, favoreció el estigma. Al asociar la homosexualidad y otras formas de sexualidad no normativa con una amenaza al futuro del país (desde un punto de vista moral y demográfico), el colectivo quedó expuesto socialmente. La opinión pública rusa es de las menos tolerantes en materia LGBT, una tendencia extendida en el este.
Chechenia. Cuestión al margen es Chechenia, una república con relativa autonomía donde el gobierno local ha implementado, supuestamente, campos de reeducación para las personas LGBT. Ramzán Ajmátovich Kadýrov, el primer ministro checheno, es un ardoroso admirador de Putin, y un vocal opositor a cualquier manifestación del colectivo LGBT. La persecución (política y física) y la violencia contra las personas no normativas es más brutal que en otras partes de Rusia.
Imagen: Chrischi1404/YouTube