El 30 de diciembre Li Wenliang, oftalmólogo en el hospital central de Wuhan, hizo algo inusual: acudió a las autoridades y advirtió sobre un cuadro vírico similar al de la crisis del SARS, la epidemia que en 2003 acabó con la vida de más de 700 personas. El gobierno chino hizo caso omiso. Le detuvo por difundir rumores e informaciones falsas. Cuando la policía le permitió salir a la calle, retomó sus tareas.
Wenliang pasaría los siguientes días tratando el coronavirus en el atestado hospital de Wuhan. Se contagiaría. Y moriría poco después.
Rabia. Su historia se ha convertido en el símbolo de la negligencia con que las autoridades de Hubei, la región origen de la nueva epidemia de coronavirus, afrontaron la crisis. A las pocas horas de su muerte numerosos mensajes circulaban en Weibo reclamando una mayor transparencia informativa y libertad de expresión al gobierno chino.
Un mensaje de un antiguo compañero de Wenliang se viralizó a las pocas horas exigiendo disculpas al estado: "El gobierno de Wuhan le debe una disculpa al doctor Li Wenliang".
Inusual. No son palabras que el ejecutivo chino, muy autoritario, escuche habitualmente. Pero las circunstancias hoy son peculiares. El coronavirus ha contagiado ya a más de 28.000 personas en todo el país, y alrededor de medio millar de pacientes han muerto. La gestión de las autoridades locales ha estado en entredicho desde el primer momento. Se cree que tardaron en reaccionar, en reconocer el virus, en aplicar medidas.
Precaución. Exactamente lo que Wenliang reclamó aquel 30 de diciembre. Su muerte entronca en gran medida con las ineficiencias del régimen chino. Una vez detenido, el gobierno de Wuhan le conminó a firmar un documento donde admitía haber roto la ley ("difundiendo rumores falsos") amenazando seriamente "el orden social". Se estaba gestando una crisis, pero las autoridades priorizaron su imagen de control y poder.
Wenliang representa, en muchos sentidos, el individuo contra el estado. Terminó sus días en la primera línea de frente contra el coronavirus, mientras la administración miraba para otro lado.
Viral. La historia de Wenliang circuló rápidamente en Weibo y en otros foros digitales chinos. El propio doctor narró su contagio y su cuarentena voluntaria, lo que disparó el interés por su destino. De ahí que a su muerte hayan aparecido pintadas en la nieve de Wuhan conmemorando su valentía, y que frases como "Quiero libertad de expresión" fueran TT en Weibo durante días, con millones de apoyos.
Hasta que el gobierno, con amplios poderes de censura, lo tumbó.
Sospechas. ¿Hasta qué punto China está diciendo toda la verdad? Es una idea que ha sobrevolado círculos internacionales y medios de comunicación desde el inicio de la crisis. En 2003, las autoridades no difundieron la totalidad de sus hallazgos, empeorando la crisis. En esta ocasión la historia parece distinta. China sí habría colaborado con los organismos sanitarios, si bien no inmediatamente si a medio plazo.
Su respuesta interna ha sido típicamente autoritaria. A la cuarentena de 60 millones de personas, la más grande de la historia, ha sumado represión de voces críticas y un cierre informativo general sobre la epidemia conforme se ha hecho más grande. Era algo previsible desde el momento en el que bloqueó Wuhan. Y que ha encontrado en Wenliang un icono.
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