Cuando Sito Miñanco obtuvo su último permiso penitenciario, un tercer grado que le habilitaba a un cómodo régimen de semilibertad, decidió trasladarse a Algeciras. Era 2015. Había pasado más de veinte años en prisión por un reguero de delitos que se remontaban a los años ochenta y que le habían convertido en el narcotraficante más afamado de España. Miñanco, en apariencia arrepentido, se enrolaría como discreto trabajador de un aparcamiento subterráneo. No deseaba volver a Galicia.
Tres años después, la policía volvía a detenerle en su mansión de lujo, sufragada con el abundante dinero proveniente de sus negocios ilegales. Miñanco jamás había dejado de ser quien era. El aparcamiento era una tapadera. De espaldas a las autoridades y a más de 1.000 kilómetros de las rías bajas, antaño centro neurálgico del narcotráfico en la península ibérica, Miñanco había reactivado una red de distribución de cocaína por todo el Mediterráneo. ¿Por qué Algeciras? Ahí estaba la respuesta.
Atrás quedaron los años retratados por Fariña, libro y serie de televisión, en los que Galicia representaba el centro gravitacional del narcotráfico europeo. Miñanco ya no tenía nada que hacer allí. Algeciras y La Línea ofrecían una oportunidad de negocio mucho más jugosa. Su camino desde Cambados hasta Algeciras ilustra un cambio de tendencia. Uno fraguado a fuego lento, y que ha colocado a otra discreta localidad costera, La Línea de la Concepción, en el centro de todas las miradas.
Tanto es así que Netflix estrena hoy un documental dedicado a su nombre. La Línea: la sombra de narco continúa el camino iniciado por Narcos y mimetizado por Fariña. Intrahistorias sobre el negocio más rentable jamás imaginado por el capitalismo, y sin embargo al margen de la ley.
Desde su anuncio, a principios del mes pasado, la miniserie ha causado tanta expectación como indignación. Fueron numerosos los ciudadanos de La Línea que se levantaron contra su emisión, indignados por un relato sesgado que en absoluto haría justicia a las experiencias diarias de la mayoría de sus vecinos. El narco no lo es todo. Pero sin duda es una parte muy importante de La Línea y del Campo de Gibraltar. Lo suficiente como para que las historias broten con regularidad y salten a los medios de comunicación, siempre prestos a cualquier material digno de la ficción.
A través de 81 entrevistas y 336 horas de grabación, el documental aspira a narrar aquello que intuimos pero jamás vemos. El funcionamiento de una industria que opera en un terreno opaco, violento, criminal y en permamente expansión. Aquí van algunos ejemplos de las historias que pueden (o podrían) aparecer en sus capítulos, y que ilustran hasta qué punto La Línea y el estrecho se han convertido en el centro de operaciones más activo del narcotráfico europeo.
3.000 personas a sueldo del narco
Es quizá el dato que mejor condensa la predominancia del narcotráfico en el Campo de Gibraltar. Según este reportaje de El País, al menos 3.000 personas trabajarían para la industria de la droga en La Línea (sobre una población aproximada de 62.000 habitantes). Otra cifra que ayuda a entender la anterior: el paro juvenil en el Campo de Gibraltar ronda el 70%. Cádiz siempre ha sido la provincia española con más desempleo (picos del 40% durante la pasada crisis). La Línea es su puntal de lanza.
Hay pocas oportunidades laborales. Algunas de ellas se encuentran en las redes de distribución de tabaco, hachís o cocaína.
3.200 narcotraficantes detenidos
El narcotráfico es un negocio rentable, pero arriesgado. Sito Miñanco bien lo sabe. También los sucesivos ministros que se han puesto al frente de Interior. De especial asertividad ha sido Grande-Marlaska, su actual titular. A principios del año pasado, El Español cifraba en 2.758 detenidos el resultado de sus operaciones contra el tráfico de drogas entre 2018 y 2019. Una cifra asombrosa que dice mucho de su actividad como ministro, pero también de la escala del narcotráfico en el Campo. En mayo, la cifra había ascendido a los 3.200 (en diez meses).
Por contextualizar: el año anterior, bajo la batuta de Zoido, ministro popular, las fuerzas del estado detuvieron a poco más de 500 personas. Marlaska ha intensificado las redadas, incautando en el plazo de un año más de 105.000 kilos de hachís (la divisa más común del estrecho). A finales de 2018, el ministro presentaba al Consejo de Ministros su ambicioso plan contra la industria de la droga. 7,5 millones extra para combatir su distribución. Desde entonces lo ha actualizado.
Agresiones y muertes de guardias civiles
La presión policial y la naturaleza violenta de muchos narcotraficantes ha convertido al Campo de Gibraltar en una zona de especial conflictividad. A mediados de 2018, por ejemplo, nueve guardias civiles eran agredidos mientras almorzaban por un grupo de unas cuarenta personas. La pequeña multitud celebraba una comunión cuando se topó con los agentes. Los saludó lanzando piedras, macetas y otros objetos que encontraron a su alcance. Un agente disparó tres veces al aire.
Episodios así son comunes, y en ocasiones más graves. Un año después, otro agente, Fermín Cabezas, fallecía en un accidente de tráfico mientras perseguía a un vehículo-correo que transportaba más de 200 kilos de hachís en su interior. El coche de la Guardia Civil se estrelló contra un camión durante la persecución. Durante los días posteriores, las autoridades detuvieron a tres personas y centenares de vecinos salieron a la calle en protesta por el fallecimiento de Cabezas.
Narcos rescatados (a palos) del hospital
En ocasiones, el clima bordea la impunidad. Como en una ocasión en la que un grupo de acólitos acudió al rescate de un narcotraficante herido y custodiado por la policía. Lo relataba así El País: "Al menos 20 encapuchados irrumpieron en el centro y se llevaron por la fuerza, entre forcejeos y agresiones, al custodiado sin que los dos policías que lo vigilaban pudiesen hacer nada para evitarlo". Una escena digna de Gomorra, pero reproducida en clave ibérica en el hospital de La Línea.
Y descargas en la playa a plena luz
Es una estampa habitual cada verano. Cuando llega el calor, las playas del litoral gaditano se llenan de turistas y vecinos. Allí les reciben de tanto en cuanto lanchas encargadas de transportar alijos de hachís desde Marruecos hasta España. En 2015 un vídeo se compartió masivamente en las redes sociales por su apariencia impune y excesiva. Un grupo de narcotraficantes llega en lanchas a la playa de La Línea y, frente a centenares de personas, proceden a descargar. Sin miramientos.
Idénticas escenas se producen año a año. En ocasiones, los narcotraficantes son interceptados por la policía y optan por darse a la fuga en alta mar. Uno de los últimos episodios se produjo el pasado mes de julio, cuando una lancha varó en la playa de Tarifa (muy cerca de Algeciras) a toda velocidad, poniendo en peligro a múltiples bañistas. La presión de las autoridades ha obligado a los narcotraficantes a cambiar de estrategia, optando por motos de agua (más discretas y manejables). Las cargas y descargas son diarias. Esté la playa como esté.
La industria auxiliar del narco
Como cualquier industria que se precie, el narcotráfico genera centenares de puestos de trabajo en negocios auxiliares. Uno de ellos es el abastecimiento de gasolina. Transportar sustancias ilegales de un lado a otro del Mediterráneo, y posteriormente moverlas por el resto de Europa o de la Península Ibérica, supone un gran reto logístico. De ahí que hayan surgido empresas especializadas en abastecer de carburante a las lanchas.
El año pasado, la policía detenía a 61 personas implicadas en una red de abastecimiento para las barcazas del narcotráfico. Los agentes se incautaron de 10.500 litros de gasolina, 1.684 kilos de hachís, 7.500€ en efectivo, 11 motores y otros 11 vehículos dedicados a sus tareas de distribución. La red contaba con transmisores e inhibidores de frecuencia. La policía también interceptó a varios vehículos circulando por la ciudad con hasta 1.500 litros de combustible envasado en garrafas de plástico.
Y violencia generalizada
Más allá de sus altercados con la policía o de sus apariciones frente a la población civil, el narcotráfico genera un reguero de víctimas y violencia allá por donde pasa. El año pasado, por ejemplo, cuatro personas relacionadas con el crimen organizado secuestraron, torturaron y amenazaron con quemar vivo a un menor de edad marroquí supuestamente responsable de varios robos producidos en sus domicilios. Un caso de cientos en el trajín diario del Campo de Gibraltar.
En aquellas mismas fechas, una sesentena de "puntos", vigilantes de los clanes del narcotráfico, se rebelaron contra sus empleadores ante la ausencia o insuficiencia de las pagas. Se produjeron altercados y enfrentamientos, aunque no se registraron disparos. Fue una excepción. Los tiroteos no son infrecuentes en La Línea, como tampoco la aparición de cadáveres en alta mar, maniatados en el río Guadarranque, o tras persecuciones policiales.
La presión de las autoridades, cada vez más intensa, hace que los enfrentamientos y el reguero de violencia sean cada vez más frecuentes.
Tomando los ríos
En su permanente búsqueda de nuevos canales de distribución, los clanes de la droga han optado por soluciones cada vez más imaginativas. ¿Qué sucede cuando las playas se convierten en puntos de descarga demasiado inseguros, siempre bajo la mirada de los agentes del orden? Que las bocas de los ríos se convierten en una excelente vía de transporte. El Guadarranque es el mejor ejemplo, hasta el punto de que Interior tuvo que colocar barreras para impedir que las lanchas lo remontaran con asiduidad.
El río era una tentación demasiado irresistible para el narcotráfico. Durante los años previos a su bloqueo, su escueto cauce de 43 kilómetros daba cobertura a casi el 50% de las descargas de hachís en toda la península. Ante el interés creciente que despertaba el Guadarranque, los clanes han optado por el Guadalquivir durante los últimos años. Las autoridades interceptaron varias lanchas durante el confinamiento, y la presencia de efectivos incluso militares se ha intensificado en su desembocadura.
Las amplias marismas que ofrece el río han permitido a los narcos trasladar sus operaciones desde el Campo de Gibraltar, lo que a su vez ha intensificado los enfrentamientos y los conflictos con la policía.
La cultura del narco
Al más puro estilo de Sinaloa, Medellín o Secondigliano, el negocio del narco ha derivado en una cultura del narco. Un caso particularmente celebrado fue el de Isco Tejón, alias El Castaña, uno de los narcotraficantes más prominentes de La Línea. Su aparición en un videoclip de reguetón dedicado a su mayor gloria provocó que la policía redoblara su presión sobre él. A medio plazo, El Castaña terminó entrando en prisión víctima de su propio culto a la personalidad, dado que estaba en busca y captura.
Y si en el norte de México los clanes cuentan con sus propios bardos, todos ellos enrolados en el profundo y fascinante universo del narcocorrido, en La Línea ya han surgido narco-rumbas. Una de las más reciente, la firmada y viralizada por Bernardo Vázquez, titulada, claro, "Contrabando". No es nada que otros grupos rumberos con más fama, como Los Chichos o Los Chunguitos, no hayan contado con anterioridad. La vida criminal, el trapicheo, el barrio, la droga como única salida. Pero sí sorprende el peculiar branding ("narco-rumba"), lo explícito de su naturaleza.
Todo ello en un contexto de indisimulado culto a la personalidad de los traficantes más exitosos, como el otro Castaña, conocido popularmente como "El Messi del Narco". Todo ello cristalizaría en "Villanarco", una urbanización de lujo levantada ilegalmente a las afueras de La Línea de la Concepción y que la Guardia Civil intervino el pasado mes de junio. Detuvieron a más de 40 personas, todas ellas relacionadas con el clan de los Castaña. La punta del iceberg del narcotráfico en La Línea.
Imagen: Commons
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