La siguiente es una ficción que perfectamente podría haberse dado en el mundo real. El hijo o hija de alguna acaudalada familia estadounidense que dentro de 20 años se convertirá en el próximo ejecutivo de más alto nivel de un fondo de inversiones está en el salón de su casa viendo Titanic.
Ya hacia el final, durante la desesperada evacuación del crucero, vemos a Cal Hockley, el pez gordo y villano de la historia, ofreciendo un fajo de billetes al responsable de un bote salvavidas para garantizarse una plaza. El trabajador, que sabe que morirá en las próximas horas, le mira con desprecio y niega su petición. Al borde del fin del mundo aquellos que fueron todopoderosos sólo pueden ofrecer papel mojado sin ningún valor real. El niño observa la situación y toma nota. Es una lección que no debe olvidar y ante la que debería estar preparado.
Douglas Rushkoff es un escritor, columnista y gurú del mundo tecnológico estadounidense. Publicó en Medium una vivencia que ha sido después compartida por multitud de medios como experiencia muy significativa: le invitaron a un resort de lujo para que diese una charla sobre “el futuro de la tecnología”, pero en lugar de encontrarse con la habitual conferencia de decenas de empresarios sonsacándole los conceptos tecnológicos más estimulantes en el futuro, se topó con “cinco tíos multimillonarios (sí, todos ellos varones) de las altas esferas en el mundo de los fondos de inversión”.
No querían hablar del bitcoin o el ethereum, sino que le hicieron preguntas tipo “¿qué región se verá menos afectada por la crisis climática, Nueva Zelanda o Alaska?”, o “¿está Google de verdad construyéndole un hogar a Ray Kurzweil para albergar su mente?”. Y la mejor de todas: “¿cómo conseguiré mantener mi autoridad sobre mi guardia de seguridad después de El Evento?”.
¿El Evento?
No se trata necesariamente de un nombre muy extendido per se, pero sí lo está el concepto que hay detrás de esa idea. Como cuentan también en este reportaje de The New Yorker, buena parte de la élite, especialmente la vinculada al mundo tecnológico de Silicon Valley pero no sólo, está preparándose para un posible apocalipsis social. En parte lo ven como un juego, pero también como un gasto dentro de sus pantagruélicas finanzas más que razonable ante la posibilidad real de que eso ocurra.
Hablan de tres amenazas: la tradicional y siempre incómoda posibilidad de una guerra nuclear; una rebelión social de las masas al estilo de la Revolución Francesa en la que, hartos de la pérdida de poder adquisitivo que ha sufrido la gente de a pie en los últimos 40 años, vayan a por ellos; y una tercera vía cada vez más plausible: la hecatombe climática, con millones de refugiados medioambientales en todo el mundo así como un endurecimiento de las condiciones climáticas, territoriales y demás que provoque un descontento que, de nuevo, lleve a la turba a encender sus antorchas y asaltar las fincas de Palo Alto.
¿Y cómo se están preparando?
Principalmente comprando terrenos en Nueva Zelanda. Este país parece haberse convertido en el nuevo capricho inmobiliario, del género supervivencialista. Hablamos de un remoto territorio con apenas cuatro millones de habitantes, vastos espacios de tierra, con una buena democracia, una economía del primer mundo, autosuficiencia alimentaria y energética y a una distancia más que razonable de Estados Unidos en caso de que alguien quisiera ir a por ellos hacerles daño.
Un agente inmobiliario señala las preocupaciones de los compradores, no tanto a cuánto asciende la factura de la luz como si la finca dispone de helipuerto y si hay buenas conexiones para conducir jets privados entre el aeropuerto principal y su terreno.
"Muchos de mis amigos ya están acumulando armas, vehículos y lingotes de oro. Esto ya no es ninguna excepción. Te seré sincero: ahora estoy acumulando bienes inmuebles para generar ingresos pasivos, pero también para tener refugios por todo el mundo a los que ir", dijo uno de los entrevistados del New Yorker.
En la primera semana después de la elección de Trump 13.400 estadounidenses se registraron como población inmigrante de Nueva Zelanda, que es oficialmente el primer paso para la búsqueda de residencia. Se trató de una tasa de solicitantes 17 veces superior a la habitual para un proceso de adquisición de la ciudadanía que implica una inversión en bienes raíces de varios millones de dólares. Algunos llaman alegremente a este proceso como “el seguro de vida del apocalipsis”.
A día de hoy los estadounidenses son, tras los austrailanos, los mayores propietarios extranjeros de hectáreas neozelandesas, lo que está provocando tensiones internas por la que los locales quieren expulsar a los invitados de sus tierras.
Aunque hay también proyectos más cercanos. En 2008 un emprendedor compró las antiguas instalaciones de un refugio nuclear de Kansas de la época de la Guerra Fría. Construyó bajo ellos, a varios metros bajo tierra, una veintena de apartamentos de lujo para el 1% a un precio de tres millones de dólares de salida por cada pequeño refugio. Tardó menos de un año desde su lanzamiento, en 2015, en venderlos todos.
El futuro que proyectan los tecnolibertarios
Es así como se conoce a buena parte de este movimiento. Hay multimillonarios que han hecho la reflexión yendo al fondo del problema: si la sociedad es injusta y nos estamos cargando el planeta, no hay mejor manera de solucionarlo que yendo a la raíz e intentando hacer de este un lugar más agradable para todos, de forma que los de abajo no terminen amotinándose contra los de arriba porque, a fin de cuentas, nuestro poder es sólo ficticio y parece imposible luchar contra todo el mundo.
No es esta la visión de los tecnolibertarios. Tienen una suerte de biblia, llamada El individuo soberano: cómo sobrevivir y prosperar durante el colapso del Estado de bienestar, publicado en 1997 y escrito por James Dale Davidson y Lord William Rees-Mogg. Es un texto apocalíptico en el que llaman al fin del sistema del Estado-Nación por culpa de internet y la economía digital y cómo su colapso provocará un futuro post-democrático donde cada uno tendrá que salvarse a sí mismo.
Son los seguidores de esta corriente los que inquietaron a Rushkoff, que, en sus propias palabras le dijeron en la reunión secreta que:
Sabían que se necesitarían guardias armados para proteger sus instalaciones de las turbas encolerizadas. Pero, ¿cómo pagarían a los guardias una vez que el dinero perdiese su valor? ¿Qué impediría a su guardia armada elegir a su propio líder? Estos multimillonarios se planteaban el uso de cerraduras de complejas combinaciones que sólo ellos mismos conocerían para controlar el suministro de alimentos, o hacer que los guardias usasen collares disciplinarios de algún tipo a cambio de su supervivencia.
La paradoja del fundador es un juego de mesa (e instalación artística por sí misma) hecho por Simon Denny. El juego comienza con la adquisición por parte de plutócratas de esos terrenos neozelandeses, pero hay que ir subiendo de nivel. El siguiente reto es adentrarse en el mundo del seasteading, crear islas flotantes en aguas internacionales que funcionen como micro-estados para estos millonarios tecnológicos donde puedan reinar al estilo neofeudalista sin la interferencia de gobiernos. El paso siguiente es el minado del suelo de la Luna en busca de recursos, antes de llegar al final, la colonización de Marte.
Todo esto no dejaría de sonar como una chifladura y un divertimento mental si no tuviésemos ya casos de capitalistas que están hablando públicamente y con total seriedad de sus planes para colonizar Marte en el futuro cercano.
The Sovereign Individual: Mastering the Transition to the Information Age
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