Llegó por la covid, se quedará por la gripe: aún nos queda mucho tiempo junto a la mascarilla

A finales de la semana pasada los telediarios abrían con una noticia positiva: la incidencia acumulada en España había caído a los 41 casos por cada 100.000 habitantes. Se trataba de la cifra más baja desde el pasado verano. Sin presión hospitalaria y con más del 79% de la población completamente vacunada, el país, al fin, parece haber superado la pandemia. ¿Hora de recuperar la normalidad año y medio después?

No tan rápido.

Pervivencia. No existe mayor símbolo de la epidemia que la mascarilla, un objeto antaño ajeno a nuestras vidas y hoy omnipresente. Debemos descartar su desaparición a corto plazo, pase lo que pase con el coronavirus. Lo adelantaba ayer la portavoz del gobierno, Carolina Darias: "La mascarilla va a quedarse al menos hasta que tengamos virus de la gripe u otros virus otoñales. Durante un tiempo van a seguir con nosotros".

¿Cuánto tiempo? No lo sabemos. Pero seguirán aquí.

Resistencias. La mascarilla es sólo una de las muchas medidas pandémicas que no han desaparecido y que no tienen visos de hacerlo a corto plazo. Podemos pensar en los geles hidroalcohólicos en las entradas de los restaurantes, en los urinarios y asientos públicos precintados, en la prohibición de comer o beber en espacios como el autobús o el tren, o en la ausencia de servilletas de papel en las terrazas. Como explica Héctor G. Barnés en El Confidencial, una batería de restricciones a mitad de camino entre lo absurdo, lo desesperante y lo desfasado:

El resultado es una incoherencia que ha terminado provocando la percepción de que las medidas son arbitrarias, meros caprichos que nadie se ha preocupado de revisar. Y que, de paso, han servido para ahorrarse unos cuantos euros, como ocurre con las taquillas de las estaciones de tren que cerraron y no han vuelto a abrir (...) La pandemia terminará cuando vuelvan los servilleteros. Es decir, nunca.

La lógica. España sigue así el camino opuesto a la primavera de 2020, un exceso de precaución cristalizado en la continuidad de la mascarilla. La explicación de Darias, además, resuena en las lecciones aprendidas de la pandemia: la gripe es otro virus que también se contagia por el aire, por lo que las mascarillas, idealmente, deberían ayudar a neutralizarlo. Ya hemos visto en más de una ocasión como algunos expertos recomendaban mantenerla más allá de la pandemia, aunque sólo fuera en espacios específicos (como el transporte público).

¿Tiene sentido? Es decir, el ruido existía. ¿Pero acaso no habíamos convivido con la gripe sin mascarillas hasta marzo de 2020? En enero todos los medios de comunicación publicaban un artículo con el siguiente titular: "¿Por qué no hay casi gripe este año?". Muchas respuestas apuntaban a la mascarilla. Es algo más complejo. The Conversation publicaba una interesante explicación que ayuda a comprender mejor la distinta naturaleza de la gripe frente al coronavirus.

Algunas diferencias claves:

  • El virus de la gripe es estacional, como sabemos desde hace décadas. El de la covid no.
  • El coronavirus es mucho más contagioso. No hay "supercontagiadores" de gripe y tenemos que acercarnos más a la otra persona.
  • La gripe genera muy pocos asintomáticos, el gran problema de la pandemia; y puede neutralizar a otros virus.

La pre-normalidad. Nada de esto significa que la mascarilla no sea útil post-pandemia. La disonancia llega cuando rememoramos aquel lejano tiempo pre-normalidad. La gripe siempre había estado ahí, sin necesidad de aplicar precauciones extraordinarias. Esto, como vimos, puede cambiar. Tras la crisis del SARS, países como Hong Kong o Corea adoptaron una nueva etiqueta social en torno a la mascarilla. Aquellas personas sintomáticas procedían a utilizarla en espacios cerrados como medida de precaución. En muchos sentidos, es una política recomendable.

La diferencia estriba hoy en la voluntariedad. Las palabras de Darias no hacían referencia a una decisión personal e intransferible sobre el uso de la mascarilla; sino a su imposición en espacios cerrados. Y es aquí donde torna en discutible, en especial si pensamos en el distinto comportamiento del virus de la gripe (menor probabilidad de contagio en, pongamos, un restaurante repleto de gente). La evaluación de riesgos, el riesgo moral, cambia. Y por tanto la legitimidad de su obligatoriedad.

Los datos. Hay dos formas de verlo. Por un lado, si siempre habíamos convivido con la gripe sin medidas excepcionales, ¿por qué mantenerlas ahora una vez remita la pandemia? Por otro, ¿puede que antes simplemente estuviéramos equivocados? Según el CNE, Atención Primaria contabilizó 619.000 casos de gripe durante la temporada 2019/2020; 27.000 hospitalizaciones; 1.800 ingresos en cuidados intensivos; y 3.900 fallecidos. Este último número es, con toda probabilidad, mucho mayor. Algunas estimaciones lo elevan a los 15.000 anuales.

Son cifras importantes que quizá podríamos menguar manteniendo algunas de las medidas de la pandemia. Pero también son cifras sensiblemente inferiores a las que nos ha dejado el coronavirus y por las que justificamos en su día políticas y restricciones abiertamente excepcionales. ¿La mascarilla cae en el primer razonamiento o en el segundo? De momento, en el primero. El tiempo dirá cuándo llega al segundo.

Imagen: Nacho Doce/Reuters

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