Ayer el Presidente Trump dinamitó de lleno 50 años de relaciones palestino-israelíes. Desde ahora Estados Unidos reconoce Jerusalén como capital de Israel, dejando a un lado Tel Aviv, abriéndole definitivamente la puerta a los israelíes para lograr uno de sus objetivos políticos más ansiados y comprometiendo el futuro y la seguridad ciudadana del 90% de los jordanos, la que se identifica como palestina.
La nueva fractura palestino-israelí: no habrá paz en Oriente Medio
Aunque el control de esta ciudad de facto dividida llevaba décadas bajo el mandato israelí nadie se había atrevido a reconocer a Israel como soberana del importantísimo enclave. Todos, incluido el Papa Francisco, han tildado la propuesta de peligrosa. Medios de todo signo consideran la decisión como el enésimo golpe de timón irracional y egotista por parte del polémico líder... Incluso el equipo de negociaciones de paz encabezado por Jared Kushner ha visto cómo se iba al traste todo su trabajo.
El Oeste sonríe, pero el Este ha declarado la huelga general. La violencia empieza a aflorar. Lo que vendrá en los próximos meses es una virulenta disputa hegemónica por la tutela del Omphalos, el ombligo del mundo y el centro sagrado más valioso para las tres religiones monoteístas más importantes del planeta. Aunque aún no sabemos si la batalla se resolverá entre políticos en los despachos o entre militares y civiles en las calles.
Pero lo que muchos no han comprendido es que este gesto de Trump no es una simple bravuconada de cara al exterior, sino que también puede ser una calculada jugada para contentar a una parte de su electorado doméstico. Ese electorado evangelista fanático que está, literalmente, esperando el apocalipsis y la Segunda Venida de Cristo.
Los evangelistas estadounidenses que desean fervorosamente la llegada del Juicio Final
Estados Unidos está constituido aproximadamente por un 25% de votantes evangelistas, bajo alguna de sus ramas. De ellos la parte electoral más fervorosa siempre miró con mejores ojos a Ted Cruz, hasta que Trump les prometió mover la embajada estadounidense de Israel a Jerusalén, acercándose así a su objetivo religioso. En los comicios el 80% de los votantes evangelistas blancos optó por el candidato republicano, mientras que Hillary sólo se ganó el apoyo del 15% de ellos.
Los evangelistas fundamentalistas llevan décadas pidiendo la reconquista del Monte del Templo, el tercer territorio más santo en el islam, el lugar más sagrado según la tradición rabínica y el centro en el que, según el Libro de las Revelaciones tendrá lugar la resurrección de los muertos y el Día del Juicio Final.
En cuanto los judíos reconstruyan el templo caído, eso sí. El segundo templo se destruyó en el año 70 d.C; desde entonces el pueblo de Jehová no puede practicar la mayoría de mitzvots (mandamientos) de su religión. Su fe ahora mismo está mutilada por múltiples motivos, fundamentalmente por carecer de tierra santa. Cuando erijan el Tercer Templo les será permitido hacer sacrificios animales, tal y como les ordena el Antiguo Testamento.
Sin embargo, tanto el Libro de Daniel como el propio Jesús en sus predicamentos recogidos en el Nuevo Testamento dicen que la constricción del Tercer Templo será el responsable del comienzo del fin de los tiempos, cuando un anti-mesías (según muchos el mismísimo Anticristo) lo profane justo antes de la nueva llegada de Nuestro Señor y Salvador. De la impureza espiritual del Templo judío nacerá veremos el más oscuro de los tiempos.
Este apocalipsis en la Tierra, tal y como se apunta en Mateo, San Juan y la Segunda epístola a los Tesalonicenses, provocaría una batalla colosal en la que se derrotaría a todos los enemigos del Dios cristiano. El fin de ISIS, de los musulmanes y de cualquier humano no creyente del cristianismo. Y después del caos, la paz: un Gobierno de los Hombres por parte del Mesías que duraría 1.000 años. Como el Tercer Reich.
Todo por una Jerusalén judía (hasta que Dios acabe con ellos)
Pero, ¿por qué quieren los cristianos darle el control de la zona a los judíos si estos no creen en Jesús? Primero, porque los buenos seguidores de Cristo tienen una obligación religiosa de apoyar al pueblo judío, tal y como pedía Yoshua. Y segundo, porque están convencidos de que los judíos les ayudarán a reconstruir su ansiado templo, paso necesario para que la profecía se consagre.
Según sus previsiones, los seguidores de Abraham se convertirán antes o después al cristianismo. Eso sí: los que no lo hagan serán condenados para siempre.
Estas son ideas que, como ha explicado el profesor estadounidense Matthew Gabriele, lleva tiempo difundiéndose entre ciertos círculos evangelizadores que predican la nueva “buena nueva”. No sólo lo indicaban las Sagradas Escrituras de los profetas, para ellos hay signos por todas partes. 40 señales, concretamente.
Que en los últimos 150 años miles de judíos hayan peregrinado y retomado el control de la Tierra Santa, como también profetizaba la Biblia, sólo puede explicarse por la acción divina. La profecía del Tercer Templo va haciéndose más y más real. Jesús ya viene.
Como decía la teóloga Diana Butler, este es el mayor climax histórico en milenios para los cristianos. Si todo esto es cierto, tal y como promete su religión, Donald Trump es el hombre que les está ayudando a hacerlo posible. Una oportunidad única con la que ningún Presidente estadounidense se había atrevido hasta ahora.
Los republicanos, siempre dependientes de los evangelistas (que son uno de los grupos más movilizados y con mayor influencia en las bases), prometían y oraban a Dios pero luego eran incapaces de llevar a cabo políticas verdaderamente significativas para su causa. Este gesto de Trump, que como ya han apuntado podría no tener consecuencias reales (salvo ese aumento de la tensión entre los tres Estados), es una forma de cumplir parte de su programa político y revestirse con ese halo de candidato outsider que no se deja llevar por los deshonestos juegos de Washington. Sólo un buen cristiano que hace lo posible por seguir los mandatos de Dios.
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