Aún seguimos hablando del orgasmo femenino como un misterio para el mundo científico, pero no lo es. Esta es la idea principal del documental Science, Sex and the Ladies, que surge a partir de las investigaciones de la bióloga molecular Trisha Borowicz.
Muchos tabúes siguen concentrándose alrededor de la sexualidad femenina, y nuestra sociedad parece obsesionada con describir los orgasmos vaginales como la expresión sexual definitiva, algo que demuestra todas las barreras que hay que tumbar. Si has leído estas líneas con una sonrisa de colegial/a en la boca, necesitas seguir leyendo.
El botón mágico
La vagina no es un órgano pasivo, sino una estructura dinámica con un rol activo en las relaciones sexuales. En otras palabras: no existen estudios que informen de cómo conseguir el orgasmo femenino en doce sencillos fascículos, porque cada mujer es un mundo y hay una gran variedad de factores que favorecen u obstaculizan ese clímax.
La disposición mental, la ovulación, las zonas estimuladas, los sentimientos hacia tu pareja, el cansancio, el grado de excitación... Todos ellos modifican las variables, y si a eso le sumamos 8.000 terminaciones nerviosas que están distribuidas de forma diferente en cada vagina, resulta evidente que el mecanismo científico es complejo, pero nunca imposible.
¿Y qué pasa en el cerebro durante el orgasmo? Durante la estimulación sexual y el clímax, distintas áreas del cerebro son bombardeadas a través de la médula espinal con estímulos nerviosos e información que le permiten alcanzar esa sensación placentera, relajante y satisfactoria.
Las células del cerebro producen dopamina, activando los centros del hipotálamo que liberan oxitocina, que a su vez estimula la contracción de la musculatura pelviana femenina y provoca un aumento de la frecuencia cardiaca, la sudoración de zonas como axilas o ingles y la aceleración de la respiración.
Como respuesta a esto, el cerebro segrega endorfinas y encefalinas que producen analgesia y una sensación de bienestar. Durante la relación sexual aumentan los niveles de dopamina que disminuyen después del orgasmo al igual que los niveles de oxitocina. Al mismo tiempo suben los niveles de prolactina, que disminuye la libido y causa la saciedad sexual. Yo qué sé, menuda movida.
América y el clítoris
El “descubrimiento” del clítoris tiene lugar en el siglo XVI por un médico llamado Mateo Colón (los símiles con el descubrimiento de América son inevitables), mientras estudia la anatomía de la vulva.
En época de Hipócrates se piensa que el útero es un órgano móvil que, si llegaba a oprimir el pecho de la mujer, producía trastornos psicológicos. Para curar esa histeria, considerada entonces exclusivamente femenina, en 1880 los médicos empezaron a ser habilitados para tocar a sus pacientes hasta provocarles un orgasmo. No es coña. En los años 20, Marie Bonaparte se opera el clítoris para acortar distancia entre él y su vagina, pensando que la anorgasmia surge de esa lejanía.
Entender el origen y el “fin” del placer femenino es una cuestión muy antigua. La mera satisfacción no siempre estuvo contemplada en los estudios, generalmente unidos al concepto de reproducción. A principios del siglo XX, Freud analizaba a las mujeres como “sexualmente pasivas” y aseguraba que asumían el sexo como un mero acto reproductivo; además, aunque tuvo el acierto de diferenciar el orgasmo vaginal del clitoriano, afirmaba que el segundo era propio de una mente inmadura asociada a la niñez. Freud y sus pelis de ciencia ficción.
Más tarde Alfred Kinsey, polémico por sus investigaciones sobre la sexualidad humana, llegaba a la siguiente conclusión: "No hay nada más característico de la respuesta sexual que el hecho de no ser igual en dos individuos".
“No hay más orgasmo que el clitoriano”
Los estudios demuestran que el orgasmo puramente vaginal es más bien un mito: en su alcance intervienen la vagina, el clítoris y la uretra, la tríada del mítico “Punto G”.
Hasta 2011 no se confirma que la distancia entre clítoris y uretra es proporcional a la incapacidad de obtener un orgasmo durante la penetración, y las estadísticas dicen que el 70% de las mujeres necesitan estimulación clitoriana directa para llegar al orgasmo.
En 2010, una encuesta del Journal of Sexual Medicine revelaba algunos datos curiosos: el 65% de las mujeres que habían tenido sexo vaginal en su último encuentro habían llegado al orgasmo, de las que habían tenido sexo oral lo habían alcanzado el 81% y el 94% de las mujeres que tuvieron sexo anal dijo haber llegado al clímax. Por encima incluso del cunnilingus.
Ni siquiera todo tiene que ver con el clítoris o la vagina: el 20% de las mujeres son capaces de llegar al orgasmo solo besándose o practicando sexo oral con su compañero/a, y un suertudo 10% lo consigue haciendo ejercicio.
Dos de los nombres más emblemáticos en este campo, William Masters y Virginia Johnson, le deben su resurgir a la serie Masters of Sex. Ambientada en los castos años 50, disecciona el oscurantismo vivido a lo largo de los años en relación a la sexualidad, sobre todo femenina, y cuenta el desarrollo de sus estudios, vistos por aquella sociedad como una aberración.
Sostenían que todos los orgasmos femeninos eran resultado de la estimulación del clítoris, que éste era la principal fuente de recepción placentera femenina y el único nervio que servía como plataforma orgásmica.
Su teoría fue desmentida por otros investigadores, incluyendo a la doctora Beverly Whipple, que decían que la mujer tiene al menos dos recorridos nerviosos que la conducen al orgasmo: estos incluían a los vinculados con el punto G, la vagina y la uretra.
Masters y Johnson estudiaron de manera exhaustiva la sexualidad de la mujer por primera vez, mencionando el hecho de que la mujer podía alcanzar el orgasmo sin necesidad de la estimulación sexual del hombre, y estaban en desacuerdo con la idea de que la sexualidad de la mujer era un reflejo de la sexualidad del hombre. ¡Gracias!
Como un atardecer
Los investigadores Hartman, Fithian y Campbell acuñaron el término "huella digital orgásmica" para destacar la unicidad de los orgasmos de cada mujer, tan diferentes y distintos en cada una.
Serán diferentes con diferentes parejas, los de hoy serán diferentes a los de mañana y el conocimiento sobre una misma evoluciona cada día. Está comprobado que la excitación provoca muchos cambios, como el aumento del ritmo cardiaco y la presión arterial, la respiración más agitada, la hinchazón del clítoris, la expansión de los labios vaginales, aumento de la lubricación o sensibilidad en los pezones. ¿Sabías que masturbarse estuvo prohibido durante gran parte del siglo XVIII? Habrá que luchar por lo que han conseguido nuestras predecesoras.
El psicólogo Barry Komisaruk tiene una imagen mental muy clara de lo que pasa en el cerebro femenino durante un orgasmo: es como una puesta de sol. Todas las regiones del cerebro brillan en el punto álgido del clímax. Demostró que, con la estimulación vaginal, el umbral del dolor en la mujer aumentaba un 107%, un dato que refleja que dar a luz sería incluso más doloroso sin ese efecto.
La ciencia nos ha dicho muchas cosas sobre el orgasmo femenino, pero parece que las versiones de la historia varían entre hombres y mujeres. La National Survey of Sexual Health and Behavior (NSSHB) publica que solo el 64% de las mujeres confirma haber alcanzado el clímax durante su última relación sexual, mientras que el 85% de los hombres aseguran que sus parejas sí lo hicieron. ¿Necesitamos más comunicación?
Represión: la cara más oculta
Para las mujeres, algo inherente a su cuerpo y su sexualidad se ha visto obstaculizado durante siglos por la idiosincrasia masculina que rige la sociedad, desde el tratamiento clínico hasta la satanización del orgasmo.
La mujer que se apropia de sus deseos sexuales y que actúa de acuerdo con sus propios intereses, que rompe con la tradición y subvierte el lugar social asignado ha sido representada a menudo, en diferentes artes, a través de figuras grotescas. Explorar la sexualidad femenina implica, incluso hoy, enfrentarse con el desconcierto y la angustia que la relaciona con lo misterioso y lo tabú.
La realidad de la mujer y, más recientemente, de las relaciones entre los géneros ocupa hasta hace solo algunas décadas un lugar significativo en el discurso científico.
Un lugar que se ha venido construyendo como producto de las lentas, aunque profundas, transformaciones que se han producido en las relaciones entre las mujeres y los hombres desde finales del siglo pasado.
Las mujeres habían ocupado hasta principios del s. XX una especie de lugar vacío en la historia oficial de la humanidad, y negar o cercenar sus libertades sigue siendo una práctica más habitual de lo que parece en la actualidad.
La anulación
La represión de la sexualidad femenina está enfocada a la anulación del deseo y placer erótico. Esta represión tiene distintos grados, que pueden ir desde la sutil, pero eficaz manipulación psicológica –desconocimiento del cuerpo, inculcación de sentimientos de vergüenza y culpa…-, a la aberrante mutilación física de órganos sexuales.
Según Amnistía Internacional, 140 millones de mujeres siguen siendo mutiladas en todo el mundo. Este año, Nigeria prohibía por primera vez la mutilación genital femenina, convirtiéndose en el 23º país africano en castigar la extirpación parcial o total de los órganos femeninos.
Una noticia que arroja un poco de luz hacia una de las prácticas más brutales contra la identidad de la mujer, y a la vez resulta escalofriante.
La anulación de la sexualidad femenina ha surgido en muchas formas y colores a lo largo de la historia, pero los últimos años han traído cierta concienciación acerca de nuestros derechos sexuales que hasta hace pocas décadas resultaban impensables.
Incluso la píldora anticonceptiva masculina y la viagra femenina parecen cada vez más cercanas. Se han abierto, tanto en el mundo privado como en el mundo público, espacios potenciales en los que la autonomía y la autoafirmación no sólo es estimulada sino que también aparece como legítima. Poco a poco.
Foto | bschmove
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