Y en un cómico y suicida desarrollo de los acontecimientos, la Real Federación Española de Fútbol ha decidido prescindir de los servicios de Julen Lopetegui a escasos dos días de que España debute en el Mundial de Rusia. Tan surrealista decisión viene motivada por las aparentes oscuras negociaciones entabladas por el seleccionador con el Real Madrid, y por el recelo y despecho del presidente federativo, Luis Rubiales, al haber quedado al margen del proceso.
Es decir, es un escándalo de naturaleza mediática y política, no deportiva. De otro modo la decisión resultaría (aún más) escandalosa: España se queda sin la clave de bóveda de su proyecto futbolístico, sin el hombre que ha construido a la actual selección y que ha preparado el inminente Mundial durante los dos últimos años, a un día de su inicio. Es una situación insólita. Virtualmente, el combinado nacional disputará lo que resta de campeonato (todo) sin entrenador.
¿Y qué podemos esperar? Si la historia ha de servir de juez, hay dos posibilidades en el horizonte. O la más ruin de las miserias o la más gloriosa epopeya que el fútbol pueda ofrecer. Es un deporte que a menudo prescinde de los términos medios, especialmente ante hechos tan excepcionales. Sucedió en Sudáfrica hace ocho años, cuando Francia cuadró un ridículo espantoso ante la rebeldía del vestuario y la defenestración de su entrenador. Y sucedió en España 1982 y en Alemania 2006.
En ambos casos, la protagonista fue Italia, y su sino muy distinto. La selección salió campeona pese a los bochornosos escándalos que afectaban a su fútbol nacional. Veamos los tres casos.
Francia 2010: el caso más probable
Cuatro años después de la retirada de final y de la fatídica ronda de penaltis que le privó de su segundo Mundial, Francia no atravesaba su mejor momento. Había sido desvencijada por Países Bajos en la Eurocopa celebrada dos años antes, y se había arrastrado hasta la repesca durante la fase de clasificación para el Mundial de Sudáfrica. Finalmente llegó, pero lo hizo con un combinado de transición, enormemente discutido y con un entrenador sumido en el caos.
Francia argamasó un equipo repleto de viejas glorias (Henry, Malouda, Gallas, Abidal, etcétera) que jamás logró entendimiento alguno con su entrenador, Raymond Doménech. A las continuas críticas de la prensa (los jugadores se negaron a atender a los aficionados tras el segundo partido frente a Irlanda, durante la repesca), la selección sumó escándalos de toda clase en Sudáfrica. Entre ellos, una investigación policial por la presunta relación de algunos jugadores con clubes nocturnos parisinos y prostitutas de lujo. El ambiente era horripilante.
Al cabo de las semanas y tras la nefasta marcha del equipo en la fase de clasificación (mísero empate con Uruguay, derrota con México y final y humillante derrota con Sudáfrica), la situación saltó por los aires. Los jugadores más experimentados colocaron una cruz sobre Doménech (algunos llegaron a encararse con él en un entrenamiento, como Evra, que casi llega a las manos con su ayudante) y la federación francesa anunció la destitución del técnico al término del Mundial.
Todo ello mientras algunos jugadores, como Anelka, se despachaban a gusto en las ruedas de prensa posteriores a los partidos y manifestaban su total desdén por la labor de su seleccionador (unas palabras que le valieron la inmediata expulsión de la concentración tras el partido con México, decisión que valió la huelga de todos los seleccionados en el entrenamiento del día siguiente). El infernal ambiente se sintetizó en dos partidos donde Francia se descompuso en el campo, bailada y sometida por equipos a priori inferiores como México y Sudáfrica.
El horror. El más puro horror.
Italia 2006: la difícil gesta
Caso contrario, aunque no menos conflictivo, vivió Italia durante el Mundial de Alemania, en 2006. La selección llegaba a la cita con una de las mejores generaciones de su historia y con la mayor parte de sus figuras en el estado de madurez óptimo (Totti, Del Piero, Cannavaro, De Rossi, Pirlo, Buffon), pero también sumergida en un mar de escándalos provocados por el disfuncional y tramposo funcionamiento del Calcio italiano. El Moggigate había estallado escasos meses antes.
Resumido brevemente, las autoridades italianas habían descubierto que la Juventus, el principal equipo del país y el dominador sistemático de la competición, había pasado años comprando árbitros y amañando partidos con otros equipos para asegurarse los campeonatos. Otros clubes como el Milan, la Fiorentina o la Lazio, todos ellos de importancia mayúscula dentro del fútbol italiano, también fueron implicados por la policía. Las sanciones no se hicieron esperar.
La Juventus fue descendida a la Serie B (era la vigente campeona), y todos los demás sufrieron sanciones en forma de pérdida de puntos y multas económicas. De forma agravada, aquella red de corruptelas y favores mutuos evidenció las prácticas oscuras y criminales de gran parte del Calcio. Un sistema que no podía funcionar sin el virtual apoyo, tácito o explícito, de sus principales jugadores. Todos ellos concentrados, a las puertas del Mundial, en Alemania.
Lo que siguió fue una historia típicamente italiana. El equipo jugó mal, espantosamente mal durante la fase de clasificación, logrando el pase a cuartos de final con un penalti inexistente cometido por Australia en el último minuto del partido y supernado milagrosamente a la anfitriona Alemania en los minutos finales de la prórroga. En la final, remontó un penalti adverso ante Francia, se arrastró hasta los penaltis y esperó al fallo de Trezeguet para proclamarse campeona.
Del escándalo surgió una piña dentro del vestuario. La mayor parte de futbolistas se cortaron el pelo o se raparon, y muchos añadieron tatuajes de guerra a la aventura. Con éxito.
Italia 1982: la otra senda del campeón
Poco antes de celebrarse el Mundial de Alemania, Enric González cerraba una de sus muchas columnas que más tarde terminarían configurando Historias del Calcio con un paralelismo. Destapado ya el Moggigate, el periodista recordaba el estado de excepcionalidad en el que se sumergía el fútbol italiano pocos días antes del Mundial de España, en 1982. Por aquel entonces, un escándalo de apuestas había llevado a la defenestración a varios de sus jugadores.
Entre ellos, el hipotético delantero de la selección, Paolo Rossi. El "Totonero", el nombre del entramado de amaños y resultados pactados por determinados técnicos y jugadores, se remontaba a 1980. La federación decidió sancionar en varios grados a toda una pléyade de estrellas locales. A Rossi, carismático delantero del Peruggia, le cayeron tres años de inhabilitación, una pena gigantesca ni siquiera prevista en los casos más flagrantes de dopaje deportivo.
Dadas las fechas, el impedimento federativo privaba a Bearzot, seleccionador nacional, de convocarlo. Por lo que las autoridades italianas hicieron un encaje de bolillos tan familiar a los modos políticos transalpinos: Rossi vio su castigo levantado en los compases finales de la temporada 81-82, cuando militaba en la Juventus, un año antes de que se cumpliera su condena. Tan sólo jugó tres partidos de Liga, pero fue convocado igualmente para la cita mundialista.
Entre tremendas críticas por parte de los periodistas, una Italia dubitativa y un Rossi totalmente fuera de forma empataron ¡tres! partidos en la fase de grupos para clasificarse por los pelos. El cruce del destino les colocó en la segunda fase de grupos ante el legendario Brasil de 1982 (Zico, Sócrates y compañía) y ante la Argentina del debutante Maradona (y vigente campeona). Todo hacía indicar que Italia sería barrida por las dos máximas favoritas para alzar el trofeo.
¿Resultado? Italia ganó a Argentina por dos goles a uno, y ante el crucial partido contra Brasil, en el que se decidía el pase a semifinales, Rossi cuadró una actuación sobrenatural anotando tres goles. Italia ganaría por la mínima aquel encuentro, se toparía con Polonia en semifinales, Rossi anotaría otros dos goles, llegarían a la final y pasarían por encima de Alemania en el Bernabéu (para gozo de Sandro Pertini, en el palco). Al término de la temporada, Rossi ganaría el Balón de Oro.
España tiene tres caminos posibles. Hagan sus apuestas.
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