Noruega, nación de renos. Se calcula que hay alrededor de 200.000 ejemplares pastando felizmente por las praderas del nórdico país, de los cuales 25.000 son salvajes. Tamaña densidad genera ciertos conflictos con el desarrollo civilizado de la vida y la economía noruega. Choques literalmente físicos.
Durante los últimos cuatro días, los trenes de mercancías noruegos han matado a más de 110 renos. Sólo en uno de los accidentes, el pasado sábado, murieron más de 65 ejemplares, toda una manada perteneciente a un buen pastor noruego, Ole Henrik Kappfjell. Los animales cruzaban las vías en una de sus muchas marchas invernales cuando el tren, incapaz de detenerse, se los llevó por delante. Los cadáveres destrozados quedaron esparcidos a ambos lados de la vía.
La tragedia del último fin de semana ha vuelto a poner el foco sobre el grave problema de convivencia que los ferrocarriles noruegos tienen con los cérvidos animales que pueblan el país. Sólo el año pasado se contabilizaron más de ¡2.000! víctimas mortales, repartidos entre las poblaciones de renos, alces y ciervos comunes. El episodio más reciente, un auténtico baño de sangre tarantiniano, ha supuesto un punto de no retorno para los ganaderos del país.
El reno ha sido desde tiempos ancenstrales una forma de supervivencia para muchos noruegos. Aislados en células rurales del interior, su ganado les permite comerciar con su carne y obtener un sustento de ellos. Sin embargo, todo esto se va al garete cuando un amasijo de hierro y acero de varias toneladas se cruza con los rebaños a más de cien kilómetros por hora. El resultado, explosivo y mortal, acaba con la vida de los animales, pero también con el trabajo de los ganaderos.
Desde hace años, tanto las asociaciones rurales noruegas, como los representantes de los pueblos sami de Laponia (los indígenas del norte de Escandinavia, con fuerte presencia en los asuntos diarios de esta parte del país) y los colectivos en defensa de los animales han conminado al gobierno noruego para hacer algo. Algo tan simple como colocar vallas. Los problemas son varios: requiere de cierta inversión y muchas líneas atraviesan auténticas tierras de nadie.
Noruega es un país peculiar. Su densidad demográfica es baja, y la población se concentra en el sur. Las líneas de ferrocarril que se dirigen al norte cruzan enormes extensiones montañosas y boscosas muy poco habitadas, por lo que las vallas se desecharon, como en muchos otros países, al considerarse una inversión innecesaria. Sin embargo, la nada sorprendente terquedad animal de circular por las rutas que históricamente han utilizado cambia la perspectiva. Más vallas son necesarias si se quieren evitar matanzas como la del fin de semana.
Según los ganaderos locales, es la más salvaje que recuerdan, sólo comparable a otro episodio de similares cifras hace siete años. Pero es una prueba de lo sistemático del problema.
No es la primera vez que Noruega ofrece raros episodios macabros con sus renos. Hace un año y medio, un rayo acabó con la vida de 300 renos salvajes en el parque nacional de Hardangervidda. Al igual que en esta ocasión, era relativamente habitual que las fuertes tormentas meteorológicas de la nada benigna climatología noruega dejaran algunos cadáveres en su haber. Pero no 300, de una sola tacada y directamente atribuibles a un brutal rayo. Un misterio sin resolver de espeluznante proporción.
En fin, como quiera que no todo es achacable al azar, el propio gobierno noruega ha elaborado detallados planes de exterminio masivo de renos. Hace unas semanas, el ejecutivo autorizó el sacrificio de 2.000 ejemplares (de ganado, fundamentalmente) por una rara enfermedad similar la de las vacas locas, que ya causara estragos en su día en Europa. Por razones de seguridad, y aunque no es traspasable a los humanos, los renos deben morir. Y deben hacerlo en un minucioso plan de eugenesia. ¿Bello, verdad?
A falta de que se solucione la acuciante cuestión de los ferrocarriles, son malos tiempos para la vida del reno en Noruega.
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