No importa lo que digan las encuestas agregadas: Los últimos Jedi, el Episodio VIII de Star Wars, sí es una gran película. Lo es bajo muchos supuestos. Ya sea por su capacidad para subvertir por completo el ethos clásico de la franquicia o por su habilidad para desarrollar el cariz psicológico de los personajes como en ninguna otra película de la saga, exceptuando, quizá, algunas precuelas, Rian Johnson ha logrado reinventar Star Wars dejándolo todo igual.
Ahora bien, todo eso, incluido su extenso metraje, no son estupendas noticias para todos. Sí para el Episodio VIII, claro, cuya posición en el top tres de mejores películas galácticas está en mi opinión fuera de toda duda. Pero no tanto para el director tanto de su antecesora como de su sucesora: JJ Abrams. Él será el encargado de dirigir el Episodio IX. Y los regalos que Johnson le ha dejado en forma de claves narrativas son envenenados.
Atención: a partir de aquí, este artículo contiene spoilers del Episodio VIII de Star Wars, "Los últimos Jedi".
Hay que exterminar al padre
Empecemos por lo más elemental: prácticamente todo lo que quedaba de la trilogía original ha sido borrado de un plumazo por Johnson. A la muerte de Han Solo en El despertar de la Fuerza hay que añadir ahora la defunción en pantalla de Luke Skywalker y el fallecimiento real de Carrie Fisher. De las películas originales nos quedan Chewbacca, los droides y El Halcón Milenario, y todos funcionan como mero cebo nostálgico. Ya no tienen papeles sustanciales en la saga.
Johnson es en gran medida responsable de ello. Si hay una lección a extraer de Los últimos Jedi es esta: hay que matar al padre. Y en el caso de la nueva generación que habrá de modelar la galaxia, hay que destruirlo, pasarlo por encima, borrarlo hasta que no quede nada. Luke Skywalker es muy consciente de ello: su legado es tóxico, su epopeya no ha servido para neutralizar al Lado Oscuro ni para equilibrar la eterna lucha entre la Luz y la Oscuridad. El poderoso trasfondo subversivo de Los últimos Jedi es inédito en una serie tan preñada de su propia leyenda como Star Wars.
Aquel mundo legado por las fantásticas películas de George Lucas ha sido ahora destruido por factores internos y externos. Y Los últimos Jedi le ha dado la puntilla.
Repasemos un segundo qué panorama tiene JJ Abrams ante sí: un líder encolerizado y de maneras fascistoides que se ha rebelado contra el Sith mayor y que se ha adueñado de la Primera Orden bajo el lema "acabemos con todo, incluido nosotros mismos"; una aprendiz de jedi cuya principal enseñanza ha sido la ambigüedad entre el Bien y el Mal y la necesidad de refundar la secta de la Luz; y una Resistencia reducida a su más mínima expresión con una docena de miembros.
Los caminos a trazar por cada uno de ellos son misteriosos. Sabemos que Rey y Ren terminarán enfrentados porque Johnson ha sido muy explícito al respecto: Ben Solo no va a volver. Kylo Ren no tiene redención. En teoría, Rey es la nueva Fuerza luminosa que habrá de detenerlo. Pero las motivaciones de ambos son complejas, Kylo Ren es un personaje de cariz humano impulsado por emociones contradictorias y de perfil grisáceo y la propia Rey siente una atracción sutil y dubitativa por el Lado Oscuro compatible con su interpretación bondadosa de la Fuerza.
Johnson ha convertido el choque entre ambos en una lección sobre la moral: ya no hay absolutos, ya no hay barreras infranqueables. Lo que ambos puedan construir por separado puede ser muy distinto a lo que existía, quizá híbrido, menos simple. En sí mismo, esto da pie a un nuevo Escenario de las Cosas que convierte sus tramas en un punto y aparte de cara al Episodio IX.
Para la Resistencia y la Primera Orden la situación es similar. Es cierto que las fuerzas imperiales siguen más o menos intactas, pero la Resistencia ha de refundarse bajo nuevos liderazgos. Liderazgos que, a tenor de lo expuesto, son también difusos. Finn, por ejemplo, también ha extraído una lección importante de su aventura heroica: la guerra galáctica también es un negocio y no existen los grados totales, sino coaliciones de intereses. Johnson está sembrando el terreno para una secuela más oscura y, ante todo, incierta.
Lo que tiene por delante JJ Abrams
De modo que contamos con dos nuevos hijos de la Fuerza superpoderosos pero taimados por sus contradicciones internas, capaces de construir algo Nuevo, y una Resistencia que debe renacer desde cero sin el apoyo de sus tres líderes originales. En esencia, Los últimos Jedi quema toda la herencia de Star Wars hasta la fecha y deja sentenciada la tercera trilogía para refundar sus cimientos.
Todo esto es genial, pero casa mal con una película que debe servir de puente a la resolución de la trilogía, no de cierre. Quizá obligado por el largo metraje o quizá consciente de ello, Johnson ha dibujado una falsa finale envenenada para JJ Abrams, que debe recoger un universo partido por la mtiad, repleto de nuevas y emocionantes lecturas éticas y destinado a recomponerse. Y todo esto sin el apoyo nostálgico de Luke, Leia y Han y con sólo una película por delante.
Pensemos en qué quedaba de Star Wars tras El Imperio Contraataca: Han Solo había sido capturado y congelado en forma de estatua criogenizada, Luke Skywalker había asumido el destino fatal de su padre y era consciente, finalizado su entrenamiento, de la necesidad de acabar con la oscuridad que aún habitaba en él, y la Resistencia se preparaba para enfrentarse al Emperador Palpatine en el acto final que habría de restaurar la paz y la prosperidad en la Galaxia. El retorno del Jedi recogía todos esos guantes y los resolvía.
Parte del encanto de Los últimos Jedi reside aquí, en realidad: la película quema etapas a una velocidad endiablada. Al contrario que El despertar de la Fuerza, que replicaba las cuestiones clave de la trilogía original para reenganchar a dos generaciones de espectadores (la vieja, que vivió las películas de los '80 y quedó desencantada con las precuelas; y la nueva, que tomaba contacto en tiempo real con Star Wars), Los últimos Jedi sí busca construir algo nuevo. Un espacio con sus propias lógicas narrativas y también morales, con sus pulsos y conflictos particulares.
Pero es su carácter revolucionario, su capacidad para gritarle a la generación millennial que el peor lugar del mundo es el casino construido por el 1% y que el mundo elaborado por sus padres está intrínsecamente corrupto (y que por ello es mejor prenderle fuego), el que pone en aprietos al Episodio IX. Como se sugiere aquí, es posible que JJ Abrams tenga que dar un salto temporal de varios años (como el que separó al Episodio IV del V) para reconstruir parte de lo dinamitado.
Además, el rol de los personajes principales está en cierto modo por reescribir. Poe ha resultado ser el más plano de los tres personajes principales de bien; Finn, que quedó inconsciente al término de El despertar de la Fuerza, ha cerrado su arco aunque mantiene una cierta incógnita sobre su lectura del conflicto entre República y Primera Orden; Rey, pese a sus dudas, se ha decantado por la Luz rehuyendo la oferta de Ren; y Hux ha quedado reducido a un chiste. Todos ellos necesitan un claro nuevo propósito en el Episodio IX.
¿Podrá JJ Abrams estar a la altura y recoger el testigo de todo lo planteado por Johnson en su estupenda película? Es un misterio. Hablamos del creador de Lost, una serie recordada por todo el mundo por ser incapaz de responder a sus propios dilemas. Y si debemos atender a su reconstrucción de Star Trek, el universo spilgberiano o de la propia Star Wars, es incierto hasta qué punto Abrams será capaz de abrir una nueva vía, un auténtico novedoso camino, para la saga del futuro.
Parece como si Johnson hubiera querido poner patas arriba Star Wars de una vez por todas, matando al padre en tres clímax consecutivos y dejando un pequeño reguero hacia la llama revolucionaria-bolchevique que habría de prender el fuego de una nueva secta luminosa y de una nueva Resistencia. Siendo optimistas, Abrams lo habrá sabido interpretar correctamente. Pero aún así, el Episodio IX tendrá que inventarse sus propias claves narrativas. Y eso implica un cierto porcentaje de incertidumbre tras una película soberbia.