Creo que todos podríamos dar una lista de personalidades que piden a gritos un biopic. En mi Top 5 –elaborado mientras escribo este post, es decir, al tun-tun, como mandan los cánones de toda lista que se precie– estarían tres nombres relacionados con la música como Brian Wilson, Phil Spector y Palmolive; y dos directores, Stanley Kubrick y Preston Sturges. Y reconozco que el que más me atrae es el de éste último porque, a poco que se buceé en su biografía, pocas vidas tan Bigger than Life como la suya.
¿Quién fue? Mejor digamos qué no fue, casi terminaríamos antes. Para el que firma es el gran renovador de la comedia estadounidense de los años 40. Además del primer cineasta que se atrevió a plantarse frente a los estudios para hacer lo que quería en lugar de lo que le mandaban. Como (casi) todos los pioneros su destino solo podía ser uno: el fracaso. Y un segundo más cruel si cabe, el olvido.
En los primeros años 30, Universal Studios fichó a golpe de talonario a Preston Sturges, entonces una joven promesa con un par de éxitos en Broadway. Pero Hollywood era una etapa más de un viaje extraordinario, un periplo que había empezado en Chicago y pasado por media Europa porque su madre, que salió con el mismísimo Aleister Crowley (¿Recordáis el personaje de Mark Strong en el primer ‘Sherlock Holmes’ de Robert Downey Jr.? ¿Sí? Pues está basado en él… ), acompañaba a la bailarina Isadora Duncan en sus giras.
Fue teniente de la Fuerza Aérea USA y luchó en la Primera Guerra Mundial, corredor de bolsa en Wall Street con 20 años cumplidos, dependiente en una tienda e inventor de éxito (de un pintalabios resistente a los besos, el Red-Red Rouge) y fracasado (una teleimpresora, cámaras, un coche y un avión); y, finalmente, dramaturgo, guionista de éxito y director.
Ahora nos parece de lo más normal que un guionista salte a la dirección (¡Si hasta no nos asombra que lo haga un crítico!), pero bajo el yugo de oro de los estudios eso era una afrenta. Casi tan grave como firmar un guión de éxito solo, sin formar parte de un engranaje. Y todo eso lo hizo Sturges. Y más.
Órdago a la todopoderosa Paramount
Cansado de no perder el control sobre sus guiones una vez terminados, renunció a sus 2.500$ semanales y chantajeó a la Paramount: les vendería ‘El gran McGinty’, su nuevo proyecto, por 1$ si se lo dejaban dirigir. La bravuconada surtió efecto aunque, por cuestiones legales, el estudio acabó pagando 10. El mundo es de los valientes. O de temerarios como Sturges: da miedo pensar que, sin su arrojo, gente como John Huston o Billy Wilder podrían haberse quedado sin dirigir.
OK. Ya está en el set. Ahora tocaba demostrar que valía. Entre 1940 y 1944 dirigió 8 de los 13 films que acabarían formando su filmografía. ‘El gran McGinty’ ganó el Oscar al Mejor guión y, cuatro años después, sería doblemente nominado (por ‘El milagro de Morgan Creek’ y ‘Hail the Conquering Hero’, aunque el premio se lo llevó Lamar Trotti por un biopic del presidente Woodrow Wilson). Pero lo que queda es su estilo, una comedia de enredos repleta de diálogos brillantes, réplicas afiladas, one-liners que firmaría el mismísimo Ron Burgundy y unas tramas que hoy, casi siete décadas después, serían arriesgadas por transgesoras y al límite.
¿Qué tal una comedia con una chica libre de cascos con una obsesión por los soldados que, tras una noche de juerga loca con un regimiento, se da cuenta que está embarazada, con un anillo de casada y en la cama con otro soldado al que conoce desde niña? Pues aquí está, ‘El milagro de Morgan Creek’:
¿Y qué tal otro en el que una esposa amantísima decide dejar a su marido inventor para cazar al primer ricacho de turno y financiar la carrera de su ex? Aquí la tenéis, ‘Un marido rico’:
Estas eran las historias que atraían a Sturges y sus personajes eran vividores, cazafortunas con corazón metidos en enredos como la Barbra Stanwick de Las tres noches de Eva, o directores en busca de la película perfecta como Joel McRea en Los viajes de Sullivan.
Preston Sturges murió en 1959 el Algonquin de Nueva York mientras preparaba sus memorias, tituladas no sin sorna The Events Leading Up To My Death. Y es que la comedia era lo suyo y, como buen guionista, tenía afición a las historias curiosas, los pesonajes contradictorios y las listas. Como esta, su Top 10 para que una comedia triunfe:
- Una chica guapa es mejor que una fea.
- Una pierna es mejor que un brazo.
- Un dormitorio es mejor que un salón.
- Una llegada es mejor que una partida.
- Un nacimiento es mejor que una muerte.
- Una persecución es mejor que una conversación.
- Un perro es mejor que un paisaje.
- Un gatito es mejor que un perro.
- Un bebé es mejor que un gatito.
- Un beso es mejor que un bebé.
- Una buena caída es mejor que todo lo demás.
Y claro, como todo decálogo o amplificador que se precie, tiene 11 puntos. Hasta en eso fue un pionero.
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