El pasado martes miles de trabajadoras de McDonald's acudieron a la huelga en diez ciudades diferentes de Estados Unidos. El motivo era simple: estaban hartas de ser asaltadas y acosadas sexualmente en el trabajo, y ante la inacción continuada de la empresa decidieron parar las cocinas. Aún es incierto cuántas trabajadoras se sumaron al paro con exactitud, pero marca un hito: es la primera huelga sectorial por cuestiones feministas en la historia obrera de EEUU.
¿Por qué? Los comités femeninos organizados para la ocasión apuntan a una tendencia a largo plazo en los entornos laborales de McDonald's: el acoso sexual se produce; el trabajador denuncia ante la comisión gubernamental encargada de dirimir las disputas (la EEOC); y nada sucede a continuación. Casi una treintena de casos han caído en saco roto. Ni la EEOC ni los mecanismos internos de McDonald's, a los que las huelguistas acusan de ineficientes, han servido de mucho.
¿Es habitual? Sí. En 2016, más del 40% de las trabajadoras de McDonald's afirmaron haber sufrido situaciones vejatorias en sus puestos de trabajo. La cuestión es central a todas las culturas del trabajo, pero afecta con especial ahínco a los empleados precarios. La mayor parte de ellas, dependientes de salarios bajos e inestables, no denuncian por miedo a las represalias de sus superiores (a menudo amparados en posiciones de poder para acosarlas; o pasivos a la hora de penalizar a sus subordinados varones cuando son ellos los responsables).
¿Qué piden? Por un lado, mayores controles internos: exigen a McDonald's la mejora de los canales de denuncia y respuesta a las quejas por acoso sexual, y piden la incorporación de cursos anti-acoso para empleados y superiores. De forma paralela, reclaman la creación de un comité nacional e interseccional que, compuesto por trabajadores, líderes feministas, sindicales y representantes empresariales, estudia, debata y proponga políticas para frenar el gigantesco problema.
¿Es novedoso? Mucho. Hasta ahora, el movimiento #MeToo había ejercido de herramienta discrecional, de plataforma mediática, para muchas mujeres acosadas en diversas situaciones laborales o personales. Las trabajadoras de McDonald's lo han llevado al terreno sindical, organizado, y han creado un movimiento obrero a partir de él. Es la prueba viviente de cómo los intereses de género van de la mano, en muchísimas ocasiones, de los de clase: su situación es fruto tanto de su condición como mujeres como de empleadas precarias en una multinacional.
¿Qué más piden? De ahí que otra de las reivindicaciones clave de la huelga fuera una mejora general de las condiciones laborales, en especial el aumento del salario mínimo por hora (el paro ha estado apoyado por Fight for $15) y mayores garantías laborales para las denunciantes. Su organización es significativa: tradicionalmente, los trabajadores precarios del sector servicios estadounidense no había contado con paraguas sindical alguno, ahogando sus peticiones. El movimiento #MeToo podría apuntalar futuras reivindicaciones laborales.
A pequeña escala, es un proceso que parece tener resonancia global. En Reino Unido, los empleados de diversas cadenas, incluida McDonald's, irán a la huelga en octubre reclamando un salario mínimo de 10 libras la hora.
Imagen: Mark Lennihan/AP