Santiago Caamaño, coruñés, tiene 25 años, ya casi 26. El día en que los cumpla habrán pasado exactamente dos años desde que jugó por última vez. En realidad su última recaída fue unos días antes, pero en su 24º cumpleaños echó un euro simbólico en una tragaperras y se fue sin ver si había sido premiado. Buscaba un premio distinto. "Así toda la vida me acordaré de aquel cumpleaños en el que perdí mi último euro por culpa del juego".
Su historia es de las que sacuden. Descubrió el juego a los catorce años, echando partidas de póker con amigos a las que en algún momento añadieron alguna cantidad muy baja de dinero para hacerlas algo más interesantes. Él perdió el control. "De ahí pasé a jugar en solitario, al póker online... y poco a poco el juego me fue creando una dependencia, y ya empecé con ruleta, tragaperras, hasta que empecé con las apuestas deportivas y terminé de engancharme del todo". Justo en los mismos años en los que el juego ha ido creciendo en España hasta conquistar a un millón y medio de jugadores.
"Dejaba apuestas hechas antes de dormir y me ponía el despertador de madrugada para ver cómo me habían salido"
La historia de Santiago es la misma que la de un creciente número de menores de edad que utilizan el carné de identidad de uno de sus progenitores para verificar su identidad en una web de juego online. O eso nos han explicado algunos psicólogos especializados en rehabilitación de ludópatas, que han visto un auge en adictos al juego siendo menores de edad y habiendo utilizado este método para poder comenzar a jugar antes de cumplir dieciocho.
Santiago tocó prácticamente todos los palos que ofrecen casinos online y presenciales, pero nunca creyó que tuviera un problema. "Lo veía como un pasatiempo, jugar era algo que me encantaba. Llegué a necesitarlo en mi día a día". Sus amigos empezaron a notar algo raro en su actitud. Cuando estaba con ellos jugaba en cuanto podía, o se pasaba el tiempo comprobando resultados deportivos para ver qué tal iban sus apuestas.
Empezó a poner excusas para no quedar con ellos y poder pasar más tiempo jugando, otra forma de minimizar la posible preocupación de sus amigos por sus excesos frente al juego. "El jugador tiene ese don o ese defecto de saber manipular, de saber mentir bien, y haces que no le den más importancia".
2009, 2010, 2011, 2012... Pasaban los años y aumentaba su adicción. En su cabeza, el juego estaba las veinticuatro horas. En alguna temporada incluso dedicaba el día completo a jugar. "Jugaba mientras estudiaba, o incluso mientras trabajaba. Veía en directo los resultados de mis apuestas, y no me iba a dormir hasta que no dejaba boletos listos. Hasta me ponía alarmas para despertarme de madrugada y ver cómo iban las apuestas".
"Mi vida era mentir para poder jugar"
Bayta Díaz, psicóloga de la fundación APAL, nos explicó que uno de los síntomas del juego compulsivo era construir la vida en torno al juego, lo cual incluye mentir de forma sistemática en aras de maximizar el tiempo disponible para jugar. Algo que se cumplió en el caso de Santiago: "Mi vida era una mentira constante, siempre buscaba excusas para tener momentos en los que evadirme de la gente, quedarme solo y jugar tranquilamente. Todo era mentir para poder jugar".
La mayor cantidad que Santiago ganó en un solo día fueron 13.000 euros, que coincide con su récord de dinero perdido: fue ese mismo día. Tres horas más tarde. "Podrían haber sido 100.000 o 200.000 euros, los hubiese perdido igualmente".
Con 17 años, hablando con sus amigos de su afición al juego, decidió hacer un recuento de lo que llevaba perdido entre dinero que había ingresado y ganancias que había reinvertido en el juego: entre 70.000 y 80.000 euros. Nunca ha vuelto a hacer un recuento así. Las cantidades que pudo apostar desde entonces fueron crecientes: comenzó a trabajar y ganar su propio sueldo -el dinero apostado hasta entonces venía de familiares, regalos o mentiras para lograr algo más- y su nivel de dependencia del juego fue en aumento. Ahora cree que fácilmente podría estar hablando de en torno a medio millón de euros.
Preguntamos a Santiago si en algún momento se fijó una meta, un tope llegado al cual se acabaría el juego porque ya había logrado su propósito. "Siempre me ponía límites ficticios, cantidades grandes, pero yo sabía que aunque llegase no iba a parar. No pensaba a largo plazo, me centraba en el corto plazo, en el día a día, en jugar. Solo piensas en jugar".
De las recaídas a las charlas
Julián Mompradé, exludópata ahora voluntario de Vida Sin Juego, una asociación que ayuda a adictos al juego a rehabilitarse, nos explica que la inmensa mayoría de ludópatas que llaman a la puerta de su asociación lo hacen obligados por la familia y a causa de una situación financiera insostenible, no porque consideren que tienen un problema como tal con el juego. En esa línea, Santiago explica que cuando pidió ayuda lo hizo por motivos económicos: tenía 22 años y una deuda impagable con su banco. Había agotado todos sus recursos y solo le quedó contárselo a su familia.
"El primer contacto de mi familia con el problema fue mucho más positivo de lo que me esperaba. Me esperaba un gran enfado, o un desprecio, pero me apoyaron. Me dijeron que había que enfrentarse al problema de cara. Que por la deuda no me preocupara, que se pagaría, que lo importante era superar mi problema". Empezó a recibir tratamiento en una asociación por cien euros al mes tras charlar con un psicólogo que diagnosticó su ludopatía.
Las primeras pautas fueron la de llevar registros periódicos sobre sus avances, comenzar a escribir un diario, tener su cuenta bancaria mancomunada con alguien de su entorno para que le ayudase a controlar los gastos y le sirviera de medida preventiva antes de gastar dinero en el juego... Posteriormente empezó a tener charlas grupales con otras personas con su mismo problema. "Eso fue lo que más me ayudó, me sentía identificado con ellos, eso ayuda a superarlo".
Tuvo algunas recaídas y en algún punto quiso dejar la asociación antes de tiempo. Pudo reconducirse y terminó la terapia con éxito. Sigue teniendo impulsos de jugar, pero ahora es capaz de controlarlos. "Yo siempre seré un ludópata, mi cerebro funciona así. La diferencia es que he entendido cómo funciona y he aprendido a controlarlo. Sé que no debo jugar nunca más, a nada, ni un euro".
Algo que le gusta especialmente es dar charlas en centros educativos, como colegios e institutos. "Me gusta ayudar a quien me lo pide, aunque al final también busco ayudarme a mí mismo. He visto un auge de peticiones por parte de familias o de institutos para que hable de esto. Hay cierta alarma social con este tema del juego online y las apuestas, porque se está llegando a ciertos límites, captando a muchos menores de edad. Los profesores y los familiares quieren conocer este problema para poder prevenirlo, para que a los suyos no les toque".
"Pensaba que la ludopatía solo me hizo perder dinero, luego me di cuenta de perdí muchísimo más que dinero"
Una de las cosas que más le comentan los profesores cuando visita institutos es que han detectado que el juego está completamente normalizado en sus alumnos, pese a ser menores de edad. En clase escuchan cómo hablan de cuotas, de a cómo se paga cada equipo, de qué apuesta han ganado el fin de semana. "Hablan de ello como una forma de conseguir dinero fácil. Aunque el que pierde nunca dice que ha perdido, solo se habla cuando se gana, y así se magnifica el tema".
El auge del juego en España -en cinco años el número de jugadores ha crecido desde 643.000 jugadores hasta los 1.465.000- y el despliegue de salones de juego por toda la geografía supone, a los ojos de un ludópata rehabilitado como Santiago, "rabia e impotencia, aunque también esperanza, porque siento que se está llegando cada vez más al límite. Veo futbolistas, atletas, etc, anunciando todo tipo de juegos online. No son conscientes de que están metiendo ahí a mucha gente. Y los operadores de juego no tienen escrúpulos"
Pedimos a Santiago que imagine que alguien que lea estas líneas esté pensando que él juega, pero que eso no le va a ocurrir a él, porque controla y de hecho quizás incluso gane dinero con el juego online o las apuestas. Y que nos cuente qué le diría. "Le diría que yo también fui ese chaval que controla, que gana, que no va a tener un problema porque sabe cuándo parar. Todo lo que está viviendo ese chaval que piensa eso ya lo viví yo. No quiero decir que todo el mundo que juega tenga esa enfermedad, pero sí que la única forma de contraer esa enfermedad es jugando. Yo le recomendaría no jugar".
Le pedimos lo mismo respecto a unos padres que tengan un hijo del que sospechen que pueda haber caído en el juego online. "A los padres les diría que, sobre todo, tengan comunicación con sus hijos. Y más que autoritaria, de amistad. Bajar un poco a lo que él pueda estar pensando, hablar con él, informarse de sus hábitos, ver si hay algo de juego... Que entienda que si hay un problema sus padres son una ayuda, que no tenga miedo a contárselo a sus padres, que su familia va a ser lo más importante para que se recupere".
En su momento, Santiago creía que su adicción le había hecho perder dinero, y que cuando la deuda fue pagada se solventó el problema. La rehabilitación le hizo ver más allá. "No solo perdí el dinero. Lo perdí todo. Académicamente perdí años de universidad, porque iba a jugar en vez de a estudiar. A nivel social igual, hay muchísimas fotos de mis amigos y yo no estoy casi ninguna, porque prefería jugar a ir con ellos. Amistades también perdí, aunque algunas las he ido recuperando. A nivel familiar también perdí momentos importantes. A la gente que debía una disculpa se la ofrecí y me la aceptaron sin problema, me entendieron a la perfección. La idea que tenemos es que esto puede tener una mala acogida en la sociedad, pero no es tan mala".
Santiago tiene 25 años y una larga vida laboral por delante, lo cual podría implicar muchos procesos de selección en los que una búsqueda de su nombre en Google lleve el reclutador de turno a artículos como este, en los que cuenta su testimonio dando la cara y el nombre. ¿Por qué? "Cuando doy la cara con este problema, lo que busco es acabar con el tabú. A veces veo reportajes sobre este tema y alguien habla con la cara difuminada, y eso no contribuye a acabar con él, lo alimenta. Quiero que se vea que el ludópata es una persona totalmente normal. Puede ser tu hijo, tu padre, tu pareja, hasta tu profesor. Busco que se vea como algo natural, que está ahí, y que si alguien el día de mañana se siente identificado pueda pedir ayuda con más facilidad y menos miedo al qué dirán".
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