Una luna artificial, dinosaurios robot y $500.000 millones: Neom, la ciudad futurista de Arabia Saudí

La historia de la humanidad está firmemente ligada a la historia de las ciudades. Las hay por doquier y de las más variopintas características. La mayoría tienen algo en común, no obstante: surgieron del interés conjunto de un grupo de personas, a partir de sus favorables características geográficas o económicas, como resultado de la acumulación de asentamientos, tras una larga migración. De forma orgánica, podríamos decir.

No todas nacieron así. Son minoritarias, pero el listado de ciudades surgidas de la voluntad de un monarca particularmente laborioso o de la decisión estratégica de un estado puebla decenas de países. Algunas, como San Petersburgo, deben su magnificiencia al interés expreso de Pedro El Grande, obsesionado con Ámsterdam, Venecia y otras grandes ciudades europeas acanaladas. Otras, como Canberra, son un constructo administrativo.

Incluso a pequeña escala podemos encontrar casos más modestos en pequeñas provincias españolas. Seseña es un buen ejemplo, una ciudad que, de haber cumplido con las expectativas de sus ilustres promotores, habría acumulado a más de 20.000 personas en mitad de la planicie castellana. Otras como Brazilia o Las Vegas se han convertido en auténticos ejercicios de arquitectura experimental; y otras, como Norilsk, culminan una labor industrial en lo más profundo de Siberia.

Si algo une a la mayoría es su bisoñez, su escasa penetración en el surco de la Historia, lo moderno de sus fundamentos, lo reciente de su fundación. Es una tendencia contemporánea que aún no ha pasado de moda. Egipto, por ejemplo, contempla la construcción de una ciudad entre su actual capital, El Cairo, y el Canal de Suez, lejos del Nilo, lejos de las tradicionales rutas comerciales, en el centro de un desierto físico y político.

Vista aérea de Riyadh. (Commons)

Su nombre, Nuevo Cairo. Su misión, equilibrar el impulso demográfico de El Cairo (más de 18 millones de habitantes y una tasa de crecimiento vegetativo descomunal). El proyecto está en pañales y, por el momento, tiene un carácter más teórico que práctico, pero de culminarse sería la gran ciudad construida en el siglo XXI. Una capital moderna, funcional, adaptada a los retos del presente, de más de 5 millones de habitantes.

Arabia Saudí recoge el testigo

La idea de fundar una ciudad basada en la tecnología, en las tendencias de diseño moderno, sin las hipotecas de urbes milenarias, ha ganado la atención de otros gobiernos árabes. El ejemplo más reciente es el de Arabia Saudí. Hace ya dos años, el príncipe-heredero de la monarquía, Mohammed bin Salman, anunció uno de los proyectos más grandilocuentes de cuantos se recuerdan en las últimas décadas: Neom.

Si su propio nombre es toda una declaración de intenciones (la suma de "neo", prefijo griego relativo a lo nuevo, y "Mostaqbal", "futuro" en lengua arábica), sus dimensiones ilustran lo descomunal de sus intenciones. Más que una ciudad, un área gigantesca de 26.500 kilómetros cuadrados en un rincón del Mar Rojo, a mitad de camino entre Arabia Saudí, Jordania y Egipto. Más de 450 kilómetros de línea costera.

¿Por qué? Porque MBS desea construir una zona "internacional" donde la soberanía sea global, o como poco compartida. Neom se convertiría así en una suerte de campo experimental del urbanismo, en un lujoso destino vacacional para las clases pudientes, en un "acelerador del progreso humano", como reza en su página web. Un espacio destinado al futuro, a avanzar cuantos campos tecnológicos o científicos sean imaginables.

El paisaje del Mar Rojo sobre el que se alzaría Neom.

Como es natural, el proyecto está repleto de ideas rimbombantes. Algunas de las propuestas deslizadas en su presentación, un documento de más de 2.300 páginas donde se esbozaban las claves de la ciudad, rozan lo paródico. Por ejemplo, Arabia Saudí desea contar con una luna artificial compuesta por drones, capaz de iluminar en mitad de la noche una región del tamaño de la Comunidad Valenciana y de transmitir imágenes en directo del espacio exterior. La clase de futuro que ansía el mundo.

Aquí se enumeran muchas otras: la movilidad dependería de taxis voladores; el suministro de energía correría exclusivamente a cuenta de energías renovables, muy especialmente de la solar; los robots se encargarían del grueso de las tareas ordinarias; se desarrollaría un parque temático dedicado a los dinosaurios donde los dinosaurios, por supuesto, serían robots; y se dispondría de lluvia a discreción, generada mediante un complejo sistema de nubes artificiales.

Algunas de estas ideas son factibles con la tecnología actual o con ligeros avances. Otras no lo son tanto o, como el caso de la arena que brilla en la oscuridad y que poblaría algunas de las playas de la ciudad, resultan un tanto superfluas. Hay numerosas, como la "cúpula solar" destinada a desalinizar el agua del mar y abastecer a la región, que parecen más factibles y útiles, pero demasiado remotas a día de hoy.

A grandes rasgos, como explica aquí el CEO de Neom (que además del nombre de la ciudad es una compañía creada por el gobierno saudí para desarrollar el proyecto), la región es "la tierra del futuro", con un objetivo claro, "conectar diferentes destinos, big data e inteligencia artificial". Neom sería así la primera ciudad digitalizada del planeta, "una smart zone sofisticada donde la información se utiliza para mejorar el nivel de vida de la población, atrayendo a un millón de habitantes para 2030".

Propaganda para el futuro

Si la jerga parece surgida de un foro sobre el devenir próximo de la humanidad, es porque Neom comparte gran parte de los guiños discursivos y el gusto por la "innovación" como la industria de la tecnología. La ciudad, imaginada como tal por las autoridades saudíes, consistiría en un laboratorio del mañana, una probeta donde implementar las más audaces innovaciones en materia de infraestructuras, vivienda, seguridad, urbanismo, servicios, nuevas tecnologías y un largo etcétera.

Riyadh, la capital saudí. (Commons)

¿Cuánto hay de real y cuánto de fantasmagórico en el proyecto? Para entender la pregunta es mejor responder a otra: ¿por qué Arabia Saudí desea construir algo así? La respuesta es Vision 2030, el proyecto personal de Mohammed bin Salman mediante el que pretende modernizar las arcaicas estructuras políticas y sociales del país, fortaleciendo su posición internacional y la primacía de su monarquía.

MBS aspira a presentarse al mundo como el gran reformador de Arabia Saudí, el único país que formalmente no se define como algún tipo de democracia. Vision 2030 es su carta de presentación. La subasta pública de Aramco hace un año, la empresa más rentable del planeta, forma parte de su programa. Arabia Saudí aspira a diversificar parte de sus ingresos, muy dependientes del petróleo, y a modernizar su economía a través de la innovación y el desarrollo tecnológico.

Los problemas para llegar a ese punto son variados, muy especialmente en el campo reputacional. El asesinato de Jamal Khassoghi en la embajada de Turquía hace año y medio evidenció las limitaciones de MBS mejorando la imagen de una dictadura represiva dentro y fuera de sus fronteras.

Un ejemplo: Arabia Saudí desea que Neom se convierta en un espacio "internacional" donde la soberanía se comparta entre las diversas naciones. Pero un reportaje del Wall Street Journal ilustró lo contrario: las autoridades policiales y los jueces de Neom responderían directamente ante el rey saudí, y la sharia funcionaría como clave de bóveda del sistema legal, tal y como ya hace dentro de Arabia Saudí. Tan sólo se permitiría una excepción: la venta regulada y el consumo de alcohol.

Ahora mismo Neom no es mucho más que esto.

Arabia Saudí es uno de los países más represivos del planeta, donde los derechos humanos más básicos están supeditados a la autoridad de la monarquía y a las leyes religiosas. Neom serviría así a una imagen suavizada del país, la misma que MBS aspira a impulsar a través de todos los proyectos de Vision 2030. La futurista ciudad tecnológica imaginada a orillas del Mar Rojo tendría que lidiar con la cruda realidad interna del país que aspira a construirla, Arabia Saudí.

Por último, el gran elefante en la habitación: ¿cuánto costaría construir la ciudad del futuro en medio del desierto, en una de las zonas menos habitadas del planeta, con las tecnologías más experimentales y caras a disposición del ser humano, en un espacio destinado al lujo y a la innovación? Las cifras del gobierno apuntan a los 500.000 millones de dólares. Un presupuesto que oscila entre lo irreal y lo ruinoso, y que obliga, como es el caso, a buscar inversiones y socios económicos en todo el mundo.

Neom atraviesa ahora su primera fase, la teórica. El gobierno saudí aspira a presentar un plan más tangible en apenas unos meses. Se espera que la primera parte de la ciudad esté construida para 2025. Una nueva dimensión en la larga historia de ciudades artificiales.

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