La eterna disputa por el nombre de "Macedonia", el país que necesita el permiso de Grecia para existir

De los Balcanes se dijo una vez que condensaban más historia de la que podían soportar. La cita trataba de aunar la compleja relación de pueblos, imperios y lenguas aunadas en tan pequeña y quebrada península. Por allí se desperdigaban eslavos del sur, helénicos, albaneses, turcos, rumanos, húngaros, austriacos y un sinfín de minorías, no siempre asimiladas a los grandes estados de su tiempo.

El carácter goestratégico de la región hizo el resto, y convirtió al cruce de caminos entre Asia y Europa en un terreno siempre en disputa, asolado por la violencia, el paso de los ejércitos y la mezcla de conocimientos y culturas. Tan densa historia ha moldeado tanto los actuales estados, cuyo recuerdo de la guerra aún no se ha evaporado, como sus propios nombres. Sólo en los Balcanes, el último rincón de Europa, un país independiente aún podría tener disputas por su nombre.

Es el caso de Macedonia. El pequeño país, sin salida al mar y encerrado en las montañas de la península, obtuvo su independencia tras la desintegración de Yugoslavia. La suya fue una pérdida menos traumática que la de otras regiones del norte dado su particular carácter étnico, más homogéneo, menos preñado de la mezcolanza serbo-bosnia-croata. Las raíces de Macedonia, de hecho, eran tan eslavas como helénicas. Su nombre, no en vano, apuntaba hacia Alejandro Magno.

Macedonia, en la antigüedad, había sido una amplia región de la que surgiría el imperio macedónico del joven y mitológico líder, un espacio a mitad de caballo entre la actual Grecia y la, por aquel entonces, Yugoslavia comunista. Tan es así que la Grecia contemporánea consagraba a una de sus provincias norteñas el nombre de "Macedonia", provincia en casual frontera con el estado independiente que se arrogaba para sí idéntica prerrogativa.

Un pueril conflicto de hondas raíces históricas

En la legitimidad de uso del nombre surgió el conflicto. Los macedonios se sentían como tales: era el nombre, no en vano, de su patria. Los griegos consideraban que la herencia "macedonia" no tenía nada que ver con sus vecinos eslavos del norte, sino con el carácter helénico de sus gentes, con la memoria histórica de un país antaño predominante en la región, foco de una cultura ancestral. Para Grecia, un país de marcado nacionalismo, "Macedonia" era un símbolo innegociable.

La región de la Macedonia histórica, reflejada en un mapa de F. Bianconi de 1885.

El conflicto tenía raíces históricas. Cuando el Imperio Otomano tocaba a su fin, diversas potencias balcánicas lucharon por ocupar su hegemonía previa. Fue el caso de la poderosa Bulgaria y la testaruda Grecia de principios del siglo XX. En el contexto de las guerras balcánicas, ambos países pleitearon por las armas por la enorme región a mitad de camino entre la influencia helénica y la expansiva presencia eslava. La Macedonia histórica quedó partida en dos.

Cuando Macedonia quiso entrar en la ONU, Grecia le obligó a hacerlo con un nombre burocrático que aún hoy define al país a nivel oficial

Aquel fue el germen de la actual división: el norte macedónico pasó a configurar, posteriormente, parte del reino yugoslavo, cimentando en su nombre una identidad nacional distinta y alejada de la griega, cuya retención de la otra parte de Macedonia le permitió mantener una legitimidad moral sobre el nombre.

En fin, como quiera que "Macedonia" se había convertido en un símbolo, cuando el país se independizó en 1991 y optó por entrar en las Naciones Unidas, Grecia lo puso difícil. Para las autoridades griegas no había negociación posible: Macedonia no podía llamarse Macedonia. Por aquel entonces, la suerte de Grecia había sido distinta a la de su vecino al norte: tras una cruenta guerra civil posterior a la Segunda Guerra Mundial, el país cayó del bando occidental, entrando en la OTAN, en la UE y en la ONU.

Grecia se irguió durante las décadas posteriores en una suerte de enclave esencial para el Occidente político en una península de carácter determinante a nivel político, económico y militar. Y en una península que, además, había caído al completo en el comunismo, ya fuera en forma de brutal régimen autócrata (Rumanía) o en experimento paralelo a la influencia soviética (Yugoslavia). Grecia, por tanto, tenía poso e influencia en las instituciones a las que la nueva Macedonia aspiraba a entrar. Los macedonios habrían de pasar por el aro.

Zoran Zaev, primer ministro macedonio. La bandera de Macedonia, en la imagen, es diferente a la inicialmente escogida por el país en 1992. (Oficina del Primer Ministro/Flickr)

Lo hicieron con una peculiar fórmula: a efectos prácticos, el país sería conocido como "Macedonia" por casi todo el mundo, pero a efectos legales, su nombre sería "Antigua República Yugoslava de Macedonia" (FYROM por sus siglas en inglés). Tanto en las instituciones como en los registros aparecería como tal, un estertor burocrático, una mancha sobre la propia clase política y popular macedonia. Desde entonces, Macedonia ha sido FYROM allá donde se presentara.

La solución mimetizaba los procesos seguidos con la bandera de la nueva república. Originalmente, Macedonia se valió de un símbolo de gran poso en la región: la estrella argéada, un sol de puntas afiladas que, por aquel entonces y en la actualidad, también aparecía en la bandera de la Macedonia griega (sobre fondo azul). El país hizo lo propio sustituyendo el color azul por el rojo, lo que provocó la ira de las autoridades griegas. En 1995, para aliviar la tensión, Macedonia aprobó su actual insignia, de peculiar colorido.

La bandera se asentó como un símbolo nacional. El nombre no. La fórmula, claro, no agradó a Macedonia, que desde entonces ha mantenido una larga disputa con Grecia para contar con una definición más digna.

Nueva Macedonia: ¿una solución definitiva?

Al parecer, tan larga discusión ha tocado ya a su fin. Matthew Nimetz, el negociador estadounidense encargado de mediar entre ambas partes del conflicto, ha anunciado que los macedonios han encontrado un nombre de su agrado: "Nueva Macedonia". Falta por conocer la resolución oficial de las autoridades griegas, pero parece que la idea tendrá éxito. Separa nítidamente las dos Macedonias y permite a la Macedonia estado mantener su nombre, con el no muy agresivo añadido de "Nueva".

La conclusión definitiva de tan rara disputa ha estado precedida de varias intentonas fallidas. Grecia ha sido de especial obcecación en el asunto. Cuando los eslavos propusieron llamarse "Macedonia del Norte", las autoridades helénicas lo rechazaron de plano sobre la base de que existía una "Macedonia del Sur" sobre la que sus vecinos podrían elevar reivindicaciones territoriales. Es decir, una Macedonia incompleta que, en un proyecto irredentista, habría de ser completada. Tal proyecto tiene cierto recorrido en el nacionalismo macedonio bajo el nombre de la "Macedonia Egea".

Los Balcanes antes del Tratado de Bucarest (1913). Como se aprecia, las fronteras griegas no llegaban a la península Calcídica, territorio que se disputaron Bulgaria y otras naciones balcánicas durante la desintegración del imperio otomano. Grecia lo obtuvo a partir de esa fecha, generando resentimiento en los nacionalistas macedonios, que consideraban como su región histórica a la península Calcídica y a su actual territorio.

La idea también ha sido conocida como "Macedonia Unida", una suerte de Gran Macedonia desmembrada en el Tratado de Bucarest de 1913 que entregó a Grecia los territorios históricos de la macedonia eslava según sus ideólogos nacionalistas. Para Grecia, aquello era imposible, porque implicaba una amenaza sobre su propia composición territorial.

Lo era también porque Grecia es buena conocedora de los grandilocuentes proyectos nacionalistas. En gran medida, el país sabe de qué habla cuando alguien tiene la oportunidad de reclamar el territorio de otro. Lo vivió en sus propias carnes durante la guerra con Turquía por el control de Chipre, un país hoy miembro de la Unión Europea pero partido en dos. De un lado, la Chipre griega, oficial, reconocida y pública. De otro, el proto-estado sin reconocimiento de Turquía. La isla son dos mundos y la cuestión sigue sin resolverse.

Más aún, Grecia tiene sus propios proyectos irredentistas, sintetizados en la Megali Idea. Una Gran Grecia que abarcaría casi toda la costa mediterránea de la actual Turquía, parte del sur de Bulgaria (habitado por griegos étnicos, además de turcos), la Tracia al completo (la franja de terreno que Turquía aún tiene en Europa) y lotes del sur de Albania, donde hay una importante colonia de greco-parlantes. Resucitada por Amanecer Dorado, la Megali Idea goza de cierto predicamento en la nacionalista clase política griega.

La estatua de Alejandro Magno en Skopje. Macedonia lo reclama como símbolo nacional propio, al igual que Grecia. (Alan & Flora Botting/Flickr)

Para Macedonia, todo esto era problemático: se enfrentaba y se enfrenta a un estado que tiene la posición de fuerza en la disputa y que tiene muy pocos incentivos para dar su brazo a torcer.

¿Qué puede implicar la "Nueva Macedonia"? Por lo pronto, un acuerdo: "nueva" implica después de, y anula cualquier potencial reivindicación territorial, real o simbólica. Es otra cosa y surge de la anterior, griega, de modo que se reconocería la herencia primitiva de la Macedonia griega. En fin, lejos de las abstracciones nacionalistas, el nombre, de ser aceptado, podría relanzar la inclusión de Macedonia tanto en la OTAN como en la Unión Europea.

En su proceso de ampliación hacia el este tras la caída del muro, ambas organizaciones tentaron a Macedonia. Sin embargo, el país se encontró con un escollo insalvable, especialmente en el caso de la OTAN: la oposición griega. Mientras Macedonia quisiera incluirse en el organismo como "Macedonia", Grecia aplicaría su derecho de veto. La disputa frenó su acceso a la alianza así como el inicio de las serias negociaciones para entrar en la Unión Europea, hoy muy lejanas. Grecia no se sentía cómoda, por lo que torpedeaba el progreso.

La mesa organizada por Naciones Unidas busca revertir el proceso y dar salida a una cuestión en apariencia pueril, pero que ha tenido severas consecuencias para Macedonia. Si todo sale bien, en 2018 Europa alumbrará a un nuevo, viejo país. Nueva Macedonia.

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