-¿Cuántos hijos tiene usted?
-Tengo entendido que cuatro, dos acá [Cádiz] y dos en Los Ángeles, California.
La respuesta de Mágico González, en una jugosa entrevista de Cayetano Ros para el diario El País en 2003, define bastante bien a un personaje del que se han dicho muchas cosas, de modo que ya resulta casi indistinguible la historia de la leyenda.
Un genio inestable
Dicen de él que era juerguista y perezoso, que se bebía (y se fumaba) las noches y dormía por las mañanas, acompañado a poder ser. El Cádiz llegó a contratar a un empleado con la misión de despertarlo cada día. Dicen que amaba jugar pero odiaba trabajar, que solamente le importaba la parte lúdica del deporte.
Dicen que llegaba tarde a entrenar o no aparecía durante varios días, que era capaz de quedarse dormido durante los 15 minutos del descanso de un partido contra el Atlético. Dicen también que hacía prodigios con el balón, y ahí no hay leyenda que valga: los vídeos no mienten. En Cádiz lo tienen por un dios, no demasiado lejos, palabras mayores, de su amigo Camarón, con el que compartió más de una noche.
A Cádiz llegó después del Mundial 82, en el que dejó detalles de su talento a pesar de la pobre actuación de su selección. El Salvador perdió 10-1 en su debut contra Hungría y terminó con un balance de tres derrotas en tres partidos, un gol a favor y 13 en contra. Suficiente para que el Paris Saint Germain se fijara en él. Pero Mágico dejó plantados a los franceses y prefirió el Cádiz, entonces en Segunda. Era el principio de una maravillosa historia de amor, no exenta de momentos tormentosos.
Goles mágicos
En sus ocho años en Cádiz -separados en dos etapas por un año casi sabático en el invierno de Valladolid, al que nunca se acostumbró- protagonizó noches inolvidables y marcó goles antológicos.
Quizás el más célebre sea el que le hizo al Racing, poco después de su segundo advenimiento a la Bahía. Tras hacer un eslalon regateando por la frontal del área (a lo Robben, para entendernos, pero con más arte), levantó la cabeza, vio a Pedro Alba, el guardameta racinguista, ligeramente adelantado y colocó una vaselina perfecta. Cuentan los presentes que Alba persiguió a Mágico hasta el círculo central, aplaudiéndole.
Al Barcelona le marcó otro golazo en 1984, regateando contrarios desde su propio campo, en diagonal, desde la derecha hasta la izquierda y desde la izquierda hasta el área, para terminar batiendo a Urruti. Un gol maradoniano, dos años antes de que naciera esa denominación en una tórrida tarde de verano mexicana. De Mágico, precisamente, se dijo alguna vez que, de haber querido, podría haber sido Maradona. Si Diego no fue, a menudo, un ejemplo de profesionalidad, imaginen cómo sería el salvadoreño.
El George Best de Cádiz
Dijo George Best en cierta ocasión que él nunca salía por las mañanas con la intención de emborracharse; simplemente sucedía. La frase le viene como un guante al Mágico. Él no tenía intención de quedarse dormido y llegar a entrenar una hora tarde, ni planeaba desaparecer durante una semana (“No quería ir porque me iban a reñir”, reconoce en la citada entrevista) o presentarse en un Trofeo Carranza contra el Barcelona a mitad del partido (salió en el segundo tiempo, marcó un par de goles y el Cádiz ganó). Eran cosas que simplemente sucedían.
Pero Mágico no era Best, aunque hayan sido comparados miles de veces y coincidieran en su fútbol genial y en su díscola vida. Best salía de copas, bebía, alternaba con la gente guapa, follaba con Miss Mundos, y todo ello parecía hacerlo encantado de la vida, feliz. A González la noche y la juerga no conseguían apartarle del rostro un velo de tristeza, un halo melancólico.
Comparen fotos de uno y otro. Tampoco tenía la facilidad de palabra y el ingenio del chico de Belfast. Lo de Best era un malditismo vital, un comerse la vida a bocados. Mágico parecía más bien esperar a que la vida se lo comiera a él, sin presentar oposición pero sin excesivo entusiasmo.
Foto | Cordon Press
Tuvo la oportunidad de ir al Atalanta, pero saboteó su propio fichaje. Se comenta (leyenda y realidad se confunden una vez más) que jugó mal adrede ante los ojeadores italianos porque en Italia no había “pescaíto frito”. En qué lugar iba él a vivir como en Cádiz, donde era un mito, aunque David Vidal se desesperara persiguiéndolo por bares y discotecas, intentando poner algo de orden en su mayúsculo talento. Tarea inútil: si ni siquiera sabe con exactitud cuántos hijos tiene, ¿cómo pretendían que se acordara de acudir a entrenar cada mañana?
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