La NASA revelaba hoy que hay agua líquida en Marte. Poca, salada y de origen aún desconocido, pero agua. Es un agradable contraste a todo lo que nos habían enseñado los Rover Spirit, Opportunity y Curiosity, los robots que llevamos soltando desde hace 11 años sobre el Planeta Rojo. Pero incluso las nuevas imágenes de la NASA están despojadas de mística: Marte es un secarral con apenas unos arroyuelos, tan fascinante para la ciencia -¡y nuestro futuro!- como pocho para el ciudadano de a pie.
¿Qué esperábamos? Dependiendo del siglo y de la imaginación, desde "canales" de irrigación hasta caras talladas de un kilómetro y medio. O incluso pirámides al paso de nuestros simpáticos robots. Eso por no hablar de la cantidad de tiempo y esfuerzo que hemos invertido en imaginarnos un planeta en la ciencia-ficción para ahora reducirlo a una isla de rocas gigantes en la que naufraga el Matt Damon de The Martian.
¿Cómo hemos visto Marte hasta ahora?
Este disco con una mancha en medio es la primera imagen de Marte más o menos científica de la que tenemos constancia. Se trata de los dos dibujos que realizó el astrónomo Francisco Fontana en 1636 y 1638. Fontana estaba emocionado por ese punto negro que detectaba su telescopio en mitad del planeta. Que no existe: ese punto negro era un defecto -o roña- en el primitivo artefacto del pobre astrónomo. Pero ya desde aquí empezamos a imaginar algo diferente a nuestro planeta.
El holandés Christian Huygeens tuvo mejor suerte en 1659, trazando el primer mapa de Marte, donde no sólo detectaba los polos, sino una imagen oscura con la que pudo medir el día marciano -con un excelente margen de error para la época: apenas 40 minutos de duración-. Esa mancha sí existe: se trata de Syrtis Major Planitia, y Huygeens tiene el mérito de ser el primer hombre en la Historia capaz de documentar un hito geográfico en otro planeta:
Siete años después, Giovanni Cassini publicaba un mapa más detallado del ciclo marciano:
Mapeando las "construcciones" marcianas
Dos siglos después, tras cientos de mapas y observaciones cada vez más precisas sobre Marte, otro Giovanni (Schiaparelli) publica su mapa definitivo de Marte, que recoge casi diez años de trabajo: 1877-1886. Este mapa sería el detonante para la primera oleada de ciencia-ficción marciana. No sólo porque el astrónomo usase nombres de geografía terráquea para definir las regiones ("mares" y demás). Sino porque detalló unos canales que podrían servir como vías de agua.
El problema es que a Schiaparelli se le tradujo mal, dando a entender que sus canales eran construcciones artificiales, allí donde el astrónomo especulaba con que eran meramente indicadores de agua corriente y, por tanto, de la posibilidad de vida. Entre la pasión con la que Percival Lowell recogió sus hallazgos como argumento definitivo de que había marcianos,
y la publicación en 1898 de La Guerra de los Mundos de H.G. Wells, el locurón marciano estaba en camino. Ya en los 60, la sonda Mariner IV mandaba las primeras imágenes cercanas de Marte (1965). Si el público esperaba ver marcianos, se equivocaba:
Pero todavía quedaba hueco para la esperanza: una imagen de la Viking I en 1976 desató otra vez las delicias de los ufólogos. Ahí, en la región marciana de Cidonia, podía verse claramente una construcción que representaba un rostro, de más o menos kilómetros y medio de largo.
¿Restos de una antigua civilización? ¿Un monumento marciano? ¿Un telescopio desde el que ellos nos devuelven la mirada? No, una ilusión óptica conocida como pareidolia, la misma que te hace ver formas en las nubes. Y que, a más resolución, se desvanece por completo:
La nave Mars Reconoissance Orbiter, que lleva dando vueltas a Marte desde 2006 (y que, junto a Curiosity, es nuestro cacharro más duradero en el planeta vecino), fue la autora de esa foto. Y también la protagonista del día: la foto que abre nuestro artículo es una imagen tomada por uno de los instrumentos de la nave, que demuestra la existencia de agua líquida en el verano marciano. Aunque esté retocada para apreciarlo. Porque Marte se ve así a ras de tierra. Y, de momento, lo que más mola de esta imagen lo hemos puesto nosotros allí:
Marte en la ciencia-ficción
El mayor tropezón de Pixar en su trayectoria fue John Carter (de Marte), adaptación del serial pulp de Edgar Rice Burroughs de principios del siglo XX. Si Rice Burroughs te resulta familiar es porque también fue el autor de Tarzán (que nació un añito después que John Carter, en 1912).
Pero John Carter es una de las visiones más épicas del Planeta Rojo: una saga con princesas, monstruos, espadazos y demás influencias que más tarde se verían replicadas en tiras como el Flash [¡ah-aaah!] Gordon de Alex Raymond... O en los relatos de Conan de Robert E. Howard.
Sin embargo, casi toda la ficción relacionada con marcianos los presentaba como fuerza invasora. El Planeta Rojo,como tal, ha tenido un lugar recurrente en la ficción como un sitio tan saturado de color como de tormentas. Desde Desafío Total, donde hasta a Arnold schwarzenegger le puede dar un chungo
hasta otra película de desigual fortuna de John Carpenter, Fantasmas de Marte. Porque nada grita "cine marciano" como poner a Ice Cube cabreado en otro planeta.
Pero ni eso nos han dejado la NASA y Ridley Scott. Hemos pasado de las princesas de John Carter y los demonios de las lunas marcianas de Doom al secarral que nos retrata Opportunity.
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